«Les cedo mi dormitorio»

tras viajar y pernoctar en pisos particulareS de otras ciudades esta vecina del Poble Sec decidió ejercer de anfitriona, generar unos ingresos extra y abrir su mente

Damaris Rojas, en su piso del Poble Sec, donde aloja a turistas desde hace más de un año.

Damaris Rojas, en su piso del Poble Sec, donde aloja a turistas desde hace más de un año.

P. C. / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Confianza en estado puro. Es el vínculo que Damaris Rojas establece con cada viajero que cruza el umbral de su casa en busca de un hogar efímero desde el que conocer Barcelona. Esta vecina del Poble Sec, en Sants-Montjuïc, empezó a ejercer de anfitriona hace poco más de un año tras haber ejercido de huésped en otros países de la mano del portal Airbnb. Y eso que en su piso no sobra espacio, pero sí espíritu de acogida.

Y es que a sus 37 años, esta granadina afincada hace años en Barcelona ha encontrado las suficientes motivaciones como para compartir su propia habitación con extraños. Su domicilio, a un paso del Paral·lel, tiene dos dormitorios. Si recibe a una pareja (incluso con un niño), opta por acomodarlos en su cama, doble, mientras ella se instala en la habitación de su hijo. Si es un viajero en solitario, lo hace a la inversa.

Asegura que con la apertura de su piso quiso que su hijo de 12 años se educase en un ambiente de tolerancia y amplitud de miras culturales. El vástago, que no siempre reside en casa, fue «escéptico» al principio, pero luego ha encajado bien la situación, cuenta. También comparten su único lavabo, aunque las comidas del viajero son fuera de casa.

En este sentido, defiende que la experiencia contribuye claramente en la generación de riqueza en los barrios. «Tengo tarjetas de los restaurantes y tiendas de la zona a los que yo voy y que les recomiendo y a ellos les gusta», relata.

Por su pequeño hogar desfilan japoneses, eslovenos, americanos... Mix cultural a tutiplén, en especial en verano, ya que confiesa que en temporada alta tiene huéspedes a diario, a razón de 40 euros la primera persona y 15 los adicionales. En cambio, en invierno (a 28 euros) las visitas fueron más esporádicas.

De cualquier modo, cree que la razón no es tanto la estacionalidad como el darse a conocer. «Al principio pensé que el no tener ascensor -vive en un segundo piso les echaba atrás, pero luego descubrí que lo importante era tener opiniones favorables»Desde que acumula reviews positivas sobre ella como anfitriona y sobre la ubicación (considerada céntrica y muy bien comunicada) se ha generado un efecto llamada. El viajero busca ir sobre seguro. Y también ella, que selecciona a los clientes en función también de su valoración.

Selección con lupa

Como criba final, matiza, tiene una conversación con ellos antes de abrirles las puertas de casa. Un inglés básico que ha afilado desde que ejerce de embajadora de su hogar le permite entenderse sin problemas. Y por si queda alguna duda, tiene impresas y plastificadas las normas de su pequeña república, destacando en negrita que se exige «respeto hacia los vecinos» y «tratar la casa como si fuera suya». Nada de ruidos ni jaleos.

Dormir junto al viajero supone un cierto talante, confiar en la bondad universal. Pero afirma que no se ha llevado ningún susto por el camino. «Nunca ha habido problemas, son gente respetuosa» y las estancias están abiertas. «Tan solo tengo bajo llave documentos de valor», dice. Ni siquiera coge fianzas, solo los 90 euros que retiene como garantía Airbnb, y que nunca ha tenido que utilizar. «Una vez me rompieron un imán de la nevera y me dejaron cinco euros», explica como anécdota. Tampoco ha registrado ningún incidente en la comunidad de vecinos, que conoce su negocio.

Y aunque está claro que el asunto es rentable, confiesa que ya no es una necesidad, sino un extra que dedica a viajar con su hijo y «conocer culturas». Este verano recorrerán Europa en interrail y solo se alojarán en domicilios. Volverá a estar al otro lado de la historia.

TEMAS