a pie de calle

Las paredes desnudas de la baronesa

La baronesa Thyssen.

La baronesa Thyssen.

JOAN BARRIL

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La baronesaThyssenha vendido uno de sus cuadros a Christie's. El precio de salida equivale más o menos a 30 millones de euros. No se trata de una pintura cualquiera. EsLa esclusa, deJohn Constable, un cuadro que ya quisieran para sí las instituciones museísticas británicas. La baronesa no se ha cortado ni un pelo para anunciar los motivos de tamaña venta: «Necesitaba dinero, como todo el mundo». Y con esa explicación todos nos hemos sentido más confortados porque el que más o el que menos necesita unos 30 millones de euros para llegar a fin de mes, aunque sea a costa de desprenderse de una pintura adquirida en 1990 por los baronesThyssenal precio de casi 11 millones de euros. Ahora, 22 años después,Constableha triplicado su precio, exactamente lo contrario de lo que ha sucedido con Bankia.

Me dejo llevar por una ruta insólita de casas de subastas. Pregunto si reciben ofertas de la gente que -al igual que la baronesa- también necesita el dinero. Me dicen, en general, que lo que llega no tiene mucho valor y que una casa de subastas no es un trapero. No lo es, pero indica que las grandes fortunas catalanas tal vez no eran tan grandes.

En las vitrinas de la casa Brok hay maravillosas piezas de joyería a precios asequibles. La riqueza ha de ser cómoda para poder ser llevada de arriba abajo. Los cuadros cubren paredes en las que se alternan bodegones, esbozos, acuarelas, paisajes y retratos de personas de mirada lánguida que probablemente ya no están en este mundo. Sin marco y sin cristal se acumulan las pruebas de artista de pintores notables. Ahí asoma unTàpiesque en su día estuvo dedicado a un librero. NiTàpiesni el librero van a reconocerse y, probablemente, los herederos del que recibió el lienzo prefirieron el dinero ese que nos falta a todos.

Más hacia el centro, las oportunidades pictóricas se ocultan de la mirada pública. Hay que tener un poco de confianza con el galerista para que saque de la oscuridad los cuadros que ya nadie va a comprar jamás. Dime lo que hay en tus paredes y te diré en qué tiempo vives. A principios del siglo XX las casas acomodadas ofrecían paradores con piezas de porcelana y fotos de los antepasados enmarcadas en cornucopias.

A la mitad del mismo siglo una nueva burguesía llenó sus muros con libros enormes y con piezas de alfarería popular. A principios del presente siglo las paredes perdieron literatura y ganaron en pintura. Pero la crisis ha dejado un escenario doméstico de paredes desnudas y cada cuadro que se descuelga deja un brillante rectángulo de luz opaca que recuerda el momento de la sensación verdadera del dinero evanescente y huidizo.

Quedan los pósteres, que son una manera indolora de disfrazar el erial de los tabiques. Carteles de películas antiguas se entremezclan con fotos de los inquilinos. Nada es mejor que la propia imagen manufacturada por la impresora doméstica. Al fin y al cabo ese es el final. Aunque no nos llegue el dinero como a la pobre baronesa, ya sabemos que el valor de cambio de nuestra propia imagen no vale nada comparado con el valor de uso de vernos entronizados en el recibidor. Somos en las cosas y no todas las cosas tienen el valor deJohn Constableni el morbo de tener que reconocer que los ricos también se ven obligados a vender.

Ayer fue un buen día para las pequeñas casas de subastas. Una potentada del arte indicó el camino de la redención de la vanidad: vender lo superfluo y leer aWalter Benjamin, cuando reflexionó sobre el arte en la época de su reproducción técnica. También en las iglesias hay imágenes que solo salen una vez al año o que están en lo alto de bóvedas sin que el paseante pueda gozar de ellas. Así lo ha hecho la baronesa indigente: por una propina de 30 millones abre su cofre de tesoros y lo que era privado se ha hecho público y se dispone a habitar entre nosotros.