No hay medicina pequeña

No hay medicina pequeña_MEDIA_2

No hay medicina pequeña_MEDIA_2

JOAN
Barril

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Durante bastantes años he tenido la suerte de que el cuerpo me ha acompañado. No soy por supuesto Brad Pitt ni otra belleza por el estilo, pero mis células continúan una evolución más o menos ordenada y los achaques suelen ser mínimos. De vez en cuando mi amigo Ricard, que además de amigo todavía ha aceptado ser mi médico, me somete a algunos análisis que para él son normales pero que para mí son pavorosos. Sin duda algún día habremos de morir, pero mientras tanto -como decía Gil de Biedma- «hay paz en los cuerpos y en nosotros».

Pero tarde o temprano llega el momento de pasar una ITV corporal. Se trata de un examen que nos ha de permitir continuar gozando del llamado permiso de conducir. Este documento no es precisamente un texto apasionante. Para entendernos: nadie lee su propio permiso de conducir cuando no tiene nada que hacer. Así se entiende que de pronto caigamos en la evidencia de que el susodicho documento está a punto de caducar y que solo podré conducir mi veterana moto sometiéndome a los juegos y añagazas de un gabinete médico especializado en la posesión de armas o en la conducción de vehículos a motor, que para el caso es lo mismo.

Con actitud patibularia ayer me personé en uno de esos gabinetes médicos donde han de certificar que somos aptos para el manejo de máquinas rodantes. La entrada a uno de esos centros no tiene nada que ver con la curación de enfermedades. Sabemos que se trata de un trámite que el poder ha establecido para demostrar que el poder existe y, de paso, para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Pero ayer me encontré con un grupo de gente con bata blanca que no se limitaba a firmar, sino que quería saber más de su cliente. Sentado junto al hombre que se encargaba de nuestra visión percibí un hálito especial de alguien que estaba más a favor de mi vista que no a favor de mi permiso. Me dio consejos sensatos y a medida que él hablaba incluso las líneas más pequeñas de las letras que habían de ser recitadas aparecían con una inusitada lucidez.

A continuación fui sometido a una sesión de fotos. Consciente que aquella foto acabará formando parte de mi memoria cotidiana, la fotógrafa insistía en si me sentía a gusto con mi imagen o por el contrario podíamos repetirla. Tras ese pequeño baño de vanidad fui introducido a un despacho donde dos líneas divergentes que aparecían en la pantalla habían de ser salvadas con unas manecillas evitando que un pequeño segmento negro tocara el borde del camino. Nadie conduce así, por supuesto. Pero se da por sentado que el mundo del videojuego es mucho más que un juego y cada vez que la línea negra se desplazaba fuera de la línea blanca un sonido indicaba una competición perdida. «Lo siento. ¿Podría volver a empezar?» Y la guía de la máquina me dijo: «¿Para qué? Si lo ha hecho usted muy bien». Me gustaría ver a Fernando Alonso en ese ir y venir de circuitos mareantes.

Finalmente me recibe la doctora. Se interesa por mí con un cariño maternal. Me pregunta si hago deporte a lo que respondo con una rotunda negativa. Enfermedades, operaciones, medicaciones crónicas, consultas al psiquiatra o a otros especialistas. Es un interrogatorio muy alejado de las preguntas policiales. Intuyo que la doctora está a mi favor y la escucho con la atención debida a alguien que no se limita a firmar sino a hacer una breve explicación didáctica no tanto de lo que me pasa sino de lo que me podría pasar. De pronto aquel lugar, lejos de ser un despacho administrativo se ha convertido en un ámbito de salud. No hay medicina pequeña en este mundo que nos ha tocado vivir. Me toma la presión y me recuerda mi edad unas tres o cuatro veces. Ignoro si se acuerda de mi edad porque no la aparento o para advertirme de que a partir de ahora deberé cuidarme más. Me despido de ella con una advertencia: me cuidaré más, pero no cuente conmigo para hacer ningún tipo de deporte. Reímos con la felicidad de encontrarme con una doctora que no piensa en evangelizarme sino en confortarme.

Hoy mi cuerpo le está agradecido. Y pienso en aquel anuncio de un coche alemán que me pregunta: ¿Te gusta conducir? Pues sí. Me gusta.