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El gótico más 'gore'

Una de las salas de arte gótico del MNAC con cinco de los nueve compartimentos del retablo de Sant Vicenç que custodia el museo.

Una de las salas de arte gótico del MNAC con cinco de los nueve compartimentos del retablo de Sant Vicenç que custodia el museo.

NATÀLIA FARRÉ

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Bajo la leyenda Carnifex aparecen dos jóvenes durmiendo en una cama. De un tercero solo queda una pierna metida en un barril de sal y la cabeza que sostiene el hombre que lo acaba de degollar. Junto a ellos una mujer ilumina la escena con una antorcha. Podría ser la imagen de una película gore o de un crimen con la firma de la familia Manson. Pero no, es una de las escenas de la Vida de Sant Nicolau, retablo que en el siglo XIII lucía en la iglesia de San Fructuoso de Bierge (Huesca) y que hoy cuelga de las salas del Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC). No muy lejos, en un rincón de la pintura dedicada a Sant Domènech de Guzmán, un maestro de obras se despeña en una psicodélica imagen que recuerda los inicios de las películas de James Bond. Ni una escena ni la otra (ni ninguna de las salas del museo que acogen el gótico) suelen tener público. No lo tenían el viernes. Y si quien suscribe las vio, fue porque el galerista e historiador del arte Artur Ramon se las hizo notar. «La gente hace la ecuación arte medieval igual a arte aburrido. Y no tiene porque ser así», apunta Ramon, autor de Museu Nacional d'Art de Catalunya: un itinerari (Elba).

Un libro -«que no es una guía y de ser algo es un cuaderno de viajes»- que recorre el museo, desde el Crist de Taüll a Dau al Set, dándole la vuelta a las obras que de él cuelgan: «Buscando anécdotas que ayuden al lector o al visitante a hacer más agradable el viaje por las salas y contextualizando la historia del arte en el mundo actual», afirma. De manera que, técnicas artísticas al margen, la voluptuosidad de la fantástica Lucrècia de Damià Campeny se explica a partir de los actuales concursos de miss camiseta mojada; el desorden compositivo de la monumental La batalla de Tetuán de Fortuny puede comprenderse mediante la comparación con una ensaladilla rusa sin mahonesa; y el mobiliario modernista de Aleix Clapés verse como una fusión entre Tim Burton Agatha Ruiz de la Prada. Amén de todas las relaciones gore que admite el violento arte medieval: ahí está, por ejemplo, el pobre san Bartomeu al que le sacan la piel cual traje de neopreno. «Quizá no guste a los académicos -apunta Ramon-, pero es una manera muy gráfica de contar las cosas».

Pero como el divertimento no está reñido con el rigor, el libro no se olvida de reivindicar para Velázquez la autoría de un retrato de Ramon Llull, o de explicar porque, aunque siempre se le haya llamado pantocrátor, el Crist de Taüll es en realidad una maiestas domini. Una maiestas domini que pasa por ser la Capilla Sixtina del románico. Y de la que han bebido muchos los artistas del siglo pasado, Picasso entre ellos. El 5 de septiembre de 1934, una de las últimas cosas que el malagueño hizo antes de abandonar España para no volver más fue plantarse frente a las pinturas de Sant Climent de Taüll y exclamar: «Esto es lo mío». No en vano el museo es el mejor del mundo en pintura mural de la época.

Vocación de efímero

Pero pese a ello es poco conocido entre los barceloneses, muchos de los cuales viajan a lugares remotos para ver colecciones que no son ni la mitad de buenas que la del MNAC y que desde el colegio no han vuelto a pisar el Palau Nacional. No es el caso de Ramon, tercera generación familiar dedicada al arte, cuyos domingos de infancia transcurrieron entre las paredes de este edificio levantado para la Exposición Internacional de 1929 con vocación de efímero pero que en 1934 se reinventó como pinacoteca permanente.

«Tenemos un museo muy potente pero no nos lo creemos. No nos lo hemos creído nunca», lamenta Ramon. Como muestra, un dato: en los años 40, Folch i Torres, su primer director, ya reclamaba una accesibilidad fácil para el museo. Una accesibilidad que tres cuartos de siglo después todavía no ha llegado (tampoco lo han hecho los grandes presupuestos ni una política de adquisiciones) y que su actual director, Pepe Serra, sigue reclamando. Y una esperanza: es año de elecciones, un buen momento para que alguien se crea el museo (o finja creérselo).