BARCELONEANDO
De bicicletas, templos y Melilla
La Dreta de l'Eixample celebra su fiesta mayor reivindicando su legado modernista con una feria
Natàlia Farré
Periodista
NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA
No goza de la tradición de otras. De hecho, no goza de tradición. Nada que ver con la de Gràcia, la de Sants o la del Poblenou. Y mucho menos con la de Barcelona. Pero tiene su hecho diferencial: el modernismo. Reivindicar la herencia que el movimiento dejó en el barrio y por ende a toda la ciudad; vestirse como lo hacían sus vecinos a principios del siglo XX y llegar con un tren de escala reducida y locomotora a vapor son cosas que solo se pueden hacer en la Fira Modernista de la fiesta mayor de la Dreta de l’Eixample.
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Una feria que nació en el 2004. Un barrio que nunca ha tenido mucha conciencia de serlo. Y una fiesta mayor que antaño se celebraba en diciembre, por la Purísima, coincidiendo con la patrona de la Iglesia de la Concepció, esa basílica de la calle de Aragó que por gótica sobresale entre tanto modernismo. El estilo medieval tiene una explicación: a finales del XIX se decidió salvar del derribo el Monestir de Santa Maria de Jonqueres, junto a la plaza de Urquinaona. El cenobio dificultaba los planes urbanísticos de Barcelona. Se trasladó, piedra a piedra, el templo y el claustro hasta lo que entonces era campo y ahora es una de las calles más transitadas de Barcelona. Pues eso, la Purísma Concepció y la fiesta mayor, una misa y poco más, caían en pleno invierno. La celebración era desangelada y fría, tanto que se desplazó a mayo y se fusionó con el evento modernista. Más gente y más calor.
Y en eso estaba el barrio el sábado y el domingo, en celebrar su maná: el modernismo. "No tenemos la Sagrada Família pero tenemos la mayor concentración de edificios de ese estilo de toda la ciudad", reivindicaban desde la Associació de Veïns. Cierto. No solo tienen la Pedrera y las cinco joyas de la manzana de la discordia sino que tienen muchas casas más, tantas como apellidos ilustres existen: Casa Domènech i Estapà, Casa Casas i Carbó, Casa Vallet i Xiró, Casa Queraltó, Casa Garriga i Nogués, Casa Viuda Marfà, Casa Felip, Casa Calvet, Casa Comalat... Y así hasta recorrer toda la 'gran teranyina' catalana.
LA CASA-TALLER MASRIERA
Pero no solo de modernismo vive todo hijo de vecino de la Dreta de l’Eixample, así que puestos a reivindicar también lo hacían por más equipamientos. Afirman que tienen pocos porque no suman muchos habitantes. Un dato: de cada cien camas que tiene el barrio, 60 son de uso turístico. Un promedio que no da réditos electorales, y en consecuencia tampoco facilita la inversión municipal. Quieren poder disfrutar de lo que fue estudio-taller, también llamado templo del arte, de los hermanos Masriera, ese extraño edificio de la calle de Bailèn con aires de construcción romana pero levantado en 1884. La cosa no es fácil. Pertenece a una fundación privada y está a la venta, sí, pero su precio se antoja demasiado caro al ayuntamiento.
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Pero entre reivindicación y reivindicación se imponía el paseo, algo muy propio de la época modernista. Para ello lo mismo valían las piernas que las dos o cuatro ruedas. A lo primero se dedicaban los más. A conducir, los menos. Hubo rúa de coches de época. Todos estelares y algunos sorprendentes. Ahí estaba un Ford A de 1928, un modelo deportivo descapotable con un asiento especial: el 'ahí te pudras'. Del porqué del apelativo tiene la culpa la capota, que no cubre a los que van detrás cuando llueve. Y hubo bicicletada modernista. La séptima edición. Reunió a una treintena de participantes. Todos vestidos para la ocasión. Para pedalear siguiendo la ruta de Puig i Cadafalch, este año se cumple el 150º aniversario de su nacimiento y la cita le rendía homenaje, vestir al estilo de principios del siglo XX era un requisito más que impresicindible.
ESCUADRA Y CARTABÓN
Llegados a este punto toca hablar de Melilla. ¿Raro? En absoluto. En la ciudad autónoma los edificios modernistas se cuentan a centenares. De hecho, desde allí afirman que son el segundo foco del estilo después de Barcelona. Se lo deben a un catalán: Enric Nieto Nieto. El arquitecto, que colaboró con Gaudí, emigró a Melilla en 1910 por un asunto de faldas. En esa ciudad desplegó todo su talento. La inundó de ornamentos florales e influyó a toda una generación de profesionales de la escuadra y el cartabón. El sábado, lo contaban sus habitantes desde un estand de la feria.
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