BCN prohíbe guiar a familiares y amigos por el parque Güell

Un guía acreditado, en el parque Güell, el pasado septiembre.

Un guía acreditado, en el parque Güell, el pasado septiembre.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Ricard Galceran tiene ese don de cierta generación de barceloneses enamorados de su ciudad: sabe un poco de todo. Y además le gusta explicarlo. Tanto, que muchos amigos y familiares le usan como comodín para sacar a pasear a unos conocidos que están de paso. Y él, encantado de prestarse. Esa "inquietud de toda la vida" le costó el 9 de mayo un mal rato en el parque Güell, cuando dos guardias de seguridad y un responsable del recinto le prohibieron que dijera una sola palabra más sobre Gaudí a las tres personas que le acompañaban. "¿Usted es guía profesional?", le inquirieron. "A partir de este momento, no puede hacer ningún comentario más sobre el parque», le insistieron más tarde. Ahogado en el más absoluto asombro, enfiló el camino de salida. Se marchó "humillado". Según fuentes de BSM, la empresa municipal que gestiona el espacio, todo se reduce a una "cuestión de actitud corporal".

Galceran se sintió un poco como el asesino del chiste de Gila: un criminal acaba confesando porque un tipo no para de susurrarle que alguien ha matado a alguien y que no quiere mirar a nadie. Él no había cometido ningún delito, pero por no montar "un pollo" delante de sus amigos, optó por la paciencia y la bondad. El asombro tampoco le daba mucho margen de maniobra. Le acompañaban una pareja de jóvenes venezolanos y la madre de uno de ellos. Les conoció hace un año en el barrio, paseando al perro. Su mujer nació en Venezuela, y como a Galceran le cuesta poco entablar conversación, reconoció el acento y se presentó.

Gestos y detalles

Aquel sábado cogieron dos autobuses, el 7 y el 24, y entraron al parque Güell por la parte alta. Ahí empezó a desplegar sus conocimientos, sin reparar en gestos y detalles. "Había venido mucho a pintar, así que me lo conozco bien. Fíjate en esa escuela. Cuando los Güell donaron el jardín a la ciudad, el ayuntamiento decidió convertir la residencia familiar en colegio". Se pone a contar la historia de lo que ve, aunque nadie se lo pregunte. "Siempre me ha gustado mucho enseñar cosas, no creo que sea nada malo".

Cuando llevaban una media hora en el recinto, un agente de seguridad se le acercó y le preguntó si era guía oficial. No llevaban cámaras de fotos ni manuales turísticos de la ciudad. A simple vista, eran cuatro personas paseando, con la salvedad de que una de ellas llevaba la voz cantante y los otros escuchaban; lo típico en una situación en la que uno sabe algo y el resto, no. Galceran le dijo al hombre que no era guía, que solo estaba contando un poco la historia del parque. La respuesta le dejó estupefacto: "Si usted no es guía, no puede explicar nada". Aquel primer choque quedó en nada. Siguieron como si aquello hubiera sido fruto del imaginario gaudiniano.

Ni una palabra más

Pasaron cinco minutos, y en la escalianata, junto al dragón que todo buen turista ha sobado con dedos, brazos y piernas, volvieron a ser abordados. Por detrás, dos tipos con el atuendo de seguridad. De frente, "muy decidida y bajando los escalones", una trabajadora con teléfono y 'pinganillo'. "Le tengo que decir que a partir de este momento no puede hacer ningún comentario más sobre el parque". Galceran giró la cabeza a derecha e izquierda en busca de la cámara oculta que explicara semejante desaguisado. No dio con ella. Aquello iba en serio, y él empezaba a calentarse. "Si insiste le tendremos que pedir que abandone el parque y siga las explicaciones fuera". O sea, se puede mentar a Gaudí fuera del recinto, pero dentro..., ahí solo pueden hacerlo los que lleven una acreditación, los que sean guías oficiales.

La mujer, recuerda Galceran, no se salía de la frase. Incluso cuando le preguntó qué pasaría si venía con sus hijos, la empleada se mantuvo firme en su argumento: del parque se habla con identificación, y si no la hay, a sentar cátedra a la calle. "Fue una humillación, una vergüenza, pero quise evitar el espectáculo". Cuando abandonaron el lugar, volvió un momento hacia atrás para pedir una hoja de reclamación. Le dieron dos opciones, la de la Generalitat, que le invitaron a obviar porque era un trámite lento y aciago, y la del propio parque Güell, que es un test de satisfacción que tiene a bien incluir un recuadrito de 'observaciones'. Ahí es donde Galceran se despachó a gusto. Ya cuando se iba, se dirigió a uno de los vigilantes. "¿Tienes hijos? Pues si has aprendido algo de Gaudí, que sepas que cuando lo traigas aquí no le podrás explicar nada de nada". ¿Pero cobró algo a los venezolanos por compartir su sabiduría? "No solo no me pagaron nada, sino que les invité al aperitivo y luego nos fuimos todos a comer a mi casa". Eso no lo hace un guía oficial.

Correo electrónico

Hasta aquí ya da para un remake de la célebre 'Amanece que no es poco'. Pero hay más. Tres días después, recibió un correo electrónico del servicio de atención al visitante del parque Güell. Se le indicaba que debían cumplir un decreto según el cual el jardín está catalogado como bien cultural de interés nacional. "En estos recintos catalogados, solo los guías oficiales de la Generalitat con la acreditación correspondiente pueden dar explicaciones de manera abierta a sus clientes o acompañantes". O lo que es lo mismo, venían a confirmarle que los ciudadanos tienen prohibido enseñar el parque. Un portavoz de BSM matizaba ayer esa información y admitía que "se habían explicado mal", que todo se reduce a una cuestión de "actitud corporal".

"Puede explicar lo que le dé la gana y a quien le dé la gana, pero si los responsables detectan que alguien sienta cátedra, es posible que le amonesten", sostiene la misma voz. Galceran daba el perfil: gestualizaba y señalaba. Seguramente era un hombre que sabía demasiado.

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