BARCELONEANDO

La telaraña de papel

La editorial Minúscula, de Valeria Bergalli, celebra 15 años de vida en la librería Laie

Los editores Jorge Herralde y Valeria Bergalli brindan con cava en la terraza de la librería Laie.

Los editores Jorge Herralde y Valeria Bergalli brindan con cava en la terraza de la librería Laie.

OLGA Merino

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Como llego con tiempo sobrero a la librería Laie (Pau Claris, 85), me entretengo un rato contemplando el nuevo escaparate, nuevo desde el sábado. Muestra una telaraña hecha con cordel gris, varios radios de hebras tensadas que van entretejiéndose con otras en trama horizontal hasta formar una malla donde han quedado enredados varios libros, todos ellos de Minúscula, los más significativos en estos 15 años de andadura. Porque de eso van estas líneas, de la fiesta con brindis de cava, el miércoles, por el cumpleaños de la editorial.

La telaraña la han fabricado Cèlia Estatuet y Lluís Morral, libreros de los de verdad, de los que saben y aciertan en el consejo, como José Aguilera. Estira por aquí, tensa por allá, sujeta el hilo, para crear una vitrina llamativa y a la vez simbólica, porque, como explica Cèlia, la araña va urdiendo su tela despacio, laboriosa y determinada, ajena a las prisas, igual que ha hecho con el catálogo de Minúscula la editora Valeria Bergalli, en la que se mezclan un poco de Argentina, Italia y otro tanto de Alemania. Ambición desde la modestia, una apuesta por la calidad sostenida. Quince años ya y 120 títulos, qué deprisa pasa el tiempo.

Allí están, aferradas a la telaraña, lecturas que dejan rastro, como 'La isla', de Giani Stuparich, y 'Verde agua', de Marisa Madieri, el primero en publicarse de la editorial, el 9 de noviembre del 2000, y que constituyó un auténtico pelotazo, aunque dé bastante risa emplear el término cuando el asunto a tratar son los libros y no los ladrillos.

También atrapados en la red, cómo no, los 'Relatos de Kolimá', de Varlam Shalámov, un inventario minucioso del horror en los campos de trabajo soviéticos. Desde luego, hay que ser muy valiente, muy editora, para atreverse con los seis volúmenes del infierno gélido siberiano, por primera vez en castellano en su versión íntegra.

Tiene especial querencia la editora de Minúscula por la Europa transfronteriza, esa de lindes cambiantes porque precisamente nunca ha querido entender de ellas. Hablamos, por ejemplo, de Trieste, puerto del Adriático donde convergen las culturas alemana, italiana y eslava, y de esa Europa barrida que fue la Galitzia austrohúngara, entre Polonia y la actual Ucrania, más o menos.

Tal vez por esa intersección fértil de culturas habría sido interesante contar cuántos idiomas se hablaban en la fiesta de Minúscula, tanto en la sala de los parlamentos, como en la terraza fumadora, porque acudieron a la cita algunos acorazados 'Potemkin' de la traducción: Ricardo San Vicente —fue él quien sudó las 3.000 páginas de Shalámov—, Adan KovacsisBozena ZaboklickaKatarzyna Olszewska SonnenbergÀngels LlòriaMarta Hernández Pibernat y Anna Casassas. Ellos se llevaron la primera ovación de la noche, que arrancó Bergalli cuando aseguró que, sin ellos, "no existiría el concepto de la literatura universal".

La idea de Europa era eso, supongo: culturas enmarañadas que se retroalimentan, una copa tranquila, la conversación civilizada.

Un retrato a vuelapluma

Ejerció de padrino en la celebración Jorge Herralde, el olfato libresco más fino en ambas orillas del Misisipí y del Llobregat, "el espejo en el que nos miramos todos los que vinimos después", en palabras de Bergalli. El veterano editor le devolvió el piropo con creces: "Te quiero, te sigo y te admiro". Vamos, para desmayarse y pedir el frasco de sales, como en una novela victoriana.

Tuvo gracia el fundador de Anagrama cuando trazó un retrato de Valeria Bergalli a vuelapluma: agradable y un pelo distante, una mujer que se deja arrastrar por la pasión cuando habla de libros convirtiéndose entonces en un cruce entre María CallasAnna Magnani y la Pasionaria. Solo hay que ver cómo mueve las manos y abre los ojos oscuros.

Confesó Herralde que la Bergalli le picó un libro que a él le habría gustado editar, Esto es 'Nueva York', de E.B. White: "Lo había comprado en la librería Rizzoli, de Nueva York, y cuando hice una oferta de compra, ya se lo había quedado Minúscula sin estridencias".

Eso es, sin estridencias. Como la araña silenciosa que teje su tela, bella en su simetría, pero sobre todo eficaz en su principal cometido: atrapar presas, lectores ávidos.