LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

¿A cuánto el kilo de hombre?

Una de las salas de trasplantes del Hospital Clínic, en una imagen tomada en el año 2011.

Una de las salas de trasplantes del Hospital Clínic, en una imagen tomada en el año 2011.

JOAN
BARRIL

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Conozco a mi amigo Carlos  oficiando en su bar de Tamariu. También con el tiempo he llegado a conocer su hígado. Hay piezas de nuestra biología que a menudo han de pasar por la Inspección Técnica y entonces lo mejor, si es posible, es cambiar la pieza. Carlos ha sido un espléndido beneficiario de esa técnica. La Organización Nacional de Trasplantes ha lanzado las campanas al vuelo por haber conseguido un récord en el 2013 de más de 4.200 trasplantes realizados. Su director, Rafael Matesanz, augura nuevas cifras para años próximos. España es un país muy generoso en los donantes de vísceras de personas que han fallecido a personas que todavía pueden usarlas. Los trasplantes de hígado en un año y en este país superan por poco el millar. Eso equivale al 10% de los trasplantes hepáticos mundiales, lo que demuestra una importante solidaridad.

De vez en cuando, con cifras mucho menores, se plantea la posibilidad de proceder al trasplante entre personas vivas. Eso es lo que pretendía hacer el alcalde libanés Hatem Akouche para garantizar el funcionamiento de su hígado afectado por el cáncer. Akouche ofreció a los voluntarios que quisieran entregarle medio hígado la cantidad de 40.000 euros. La casquería humana tiene su precio y de la misma manera que cuando decimos «me ha costado un riñón» intuimos que nos ha costado mucho ahora sabemos que la cotización de medio kilo de hígado humano va a 40.000, que no está nada mal. Lo que ha sucedido en el caso de Akouche y de sus donantes convertidos en vendedores de su propio cuerpo es que la ley le ha cazado. Una clínica llamada Quirón, de Valencia, aceptó que nueve candidatos se prestaran a unas pruebas para conocer las características de su hígado. Cada prueba cuesta 12.000 euros, que fueron sufragados por el comprador. Nadie se atrevió a preguntarse por qué un ciudadano sano y joven desea satisfacer la curiosidad de su volumen hepático. Se hicieron las pruebas, se seleccionaron a los del hígado idóneo y la caravana de donantes se dirigió a Barna Clínic, Aquí los filtros se estrecharon. Alguien con criterio empezó a descubrir que los posibles donantes del libanés errante no eran familiares, que apenas se conocían.

Se iba formando la sospecha de estar ante un negocio entre particulares. Uno rico y los otros pobres o en situación precaria. Al final, el alcalde Akouche renunció a los mercenarios hepáticos y llamó a uno de sus hijos que probablemente, al igual que Jacob, debió comprar su primogenitura por un pedazo de hígado sangre de su sangre. Lo hemos visto estos días en El Vendrell, donde una señora necesitada de una intervención de cadera ha preferido hacer una colecta familiar antes de someterse a los recortes que hoy gravitan la sanidad pública. A este paso los trasplantes podrán ser solo para aquellos que puedan pagarlos. Y por más buena fe que ponga en su oficio Rafael Matesanz siempre encontrará alguna banda de traficantes de órganos que decidirá quién merece morir y quién puede seguir viviendo.

Este es un verdadero problema del alma más que de la sanidad. En esas decisiones se concitan todas las pasiones, todos los afectos y todas las injusticias. Los antiguos atenienses consideraban que el alma -o lo que luego se ha dado en llamar el corazón- estaba en el hígado. Eduardo Galeano afiló la pluma para escribir: «Sin la creencia de que nuestras pasiones y nuestros amores estuvieran escondidas en un cuerpo trasplantable no existiría ya prensa del corazón sino prensa del hígado».