a pie de calle

Con maletas por el Gornal

Samara (con tatuajes en la espalda) observa con familiares y amigos a los viajeros de Renfe en el transbordo por el Gornal, ayer en L'Hospitalet.

Samara (con tatuajes en la espalda) observa con familiares y amigos a los viajeros de Renfe en el transbordo por el Gornal, ayer en L'Hospitalet.

EDWIN WINKELS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los turistas no tienen prisa. No son como nosotros, los usuarios diarios del transporte público de Barcelona y su área metropolitana, a los que cada minuto de retraso nos enerva y cada interrupción nos parece un nuevo castigo de Dios, de Fomento, de Adif, de Renfe o de quien sea. Los viajeros de la R-2 de Rodalies ya sufrimos, hace cuatro años, la interrupción total por los socavones del AVE, así que estamos particularmente sensibilizados con el asunto. Y aunque sea agosto, no nos gusta que nos cambien la rutina diaria, que en lugar de un trayecto sentado con aire acondicionado nos obliguen a una yincana a través de escaleras y andenes de estaciones más calurosos que el desierto de Catar, y que nos alarga, además, el viaje en más de media hora. Todo para mejorar la vida de mucha gente en L'Hospitalet y Sants, al cubrir por fin las vías, eso sí. Se lo merecen, y un joven europeo en el tren nos lo recuerda con una camiseta: The future will be better tomorrow. El futuro será mejor mañana.

Para soportar ese agobio de los andenes, los turistas tienen la suerte de ir vestidos mucho más ligeros que los que vamos a trabajar. Chancletas, bermudas, camisetas sin mangas. Es curioso ver esa indumentaria playera ahora en las líneas de Ferrocarrils de la Generalitat que van a o vienen de Manresa e Igualada, ahí donde no hay playa. Porque eso es lo que pasará este mes, pasajeros habituales en los trenecitos de FGC que, de repente, se topan con el doble, el triple, el cuádruple de viajeros que suben o bajan en el Gornal y de los que muchos van casi de bañistas.

Los turistas lo ven todo como una aventura. Una inesperada y extraña aventura, la que ayer empezaron a vivir muchos de ellos, miles de guiris que cambiaban un día de playa en la Costa Daurada o del Garraf por una visita a Barcelona. Todo tan bien planificado -muchos se informan antes por internet, qué tren coger, a qué hora, y dónde bajar, en Sants, Passeig de Gràcia o estación de França- cuando, de golpe, ese tren se para en Bellvitge. Nunca habrán oído hablar de Bellvitge porque no debe salir en ninguna guía turística. Una señora, por megafonía, ya había advertido en las estaciones de que el tren no iba a llegar a Sants, pero solemos ser pocos los que escuchamos las voces enlatadas de las estaciones. Si es que se escuchan.

Con el tren ya parado, unos cuantos se quedan sentados, y ves la extrañeza y algo de pánico en sus ojos porque casi todos nos bajamos aquí. Pero ni así se mueven, en un tren vacío, hasta que los inevitables informadores les avisan de que se acabó el trayecto.

Desde el banco de siempre

3 O sea, de detiene el tren, ya con un horario más retrasado de lo habitual porque ahora todos los convoyes paran en todas las estaciones, y comienza una de las escenas más llamativas del trasvase de viajeros, de Renfe a FGC, de Bellvitge a Gornal, que son apenas 100 metros. Pasan todos, muchos con maletas, por una soleada plaza entre los bloques del Gornal donde las familias gitanas de toda la vida observan el ajetreo con calma y curiosidad desde su banco de siempre, en la sombra. «¡Cuanta gente! ¿Qué pasa aquí?» pregunta Samara. Detrás suyo está el mercado, hay dos obreros descansando al lado de una zanja y un pequeño puesto de helados que justo cae fuera de la ruta de los pasajeros del tren, señalizada con pintura de colores en el suelo para que nadie se pierda por el Gornal o Bellvitge. Algunos se paran en una fuente a beber agua.

El Gornal es mejor barrio que hace 20 años, cuando llevaba «polígono» en el nombre, pero incluso ahora mucha gente de Barcelona jamás lo ha pisado y ni se atreve a hacerlo, pese a que el Ikea está al lado. Pero este mes no habrá escapatoria, si quieren ir al sur, a la costa. En un viaje que, finalmente, me lleva 33 minutos más que antes. O sea, el doble.