Los efectos negativos del ocio nocturno

Botellón en el Turó Park

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El botellón en Barcelona es una plaza de Gràcia repleta de jóvenes con latas de cerveza, alguna guitarra y conversaciones animadas. Viene a la cabeza Ciutat Vella, aunque algo menos, quizás porque los problemas de seguridad mitigan aquí esta práctica tan normalizada como ilegal. Habrá quien piense en la playa, con toallas y destilados bajo la luz de la luna y al compás del somnoliento vaivén de las olas. En una ciudad tan repleta de estigmas -también en materia de ocio nocturno, tanto el sano como el desfasado- se hace raro imaginar que el Turó Park esté experimentando uno de los sarpullidos de consumo callejero de alcohol más salvajes de los últimos tiempos, con escenas más propias, dicen los vecinos, de un polígono del extrarradio que de un barrio residencial.

Entre el jueves y el domingo, los vecinos de la calle de Beethoven y alrededores se acuestan y se levantan en ciudades distintas. En ese impasse, centenares de chicos y chicas abarrotan las aceras y aprovechan huecos urbanos, como las entradas de las plazas de Joan Llongueras y Richard Wagner, recién renovadas, o el inmenso carril bici de la Diagonal, para instalar sus enseres de la noche y perpetrar así sus económicos combinados. A la mañana siguiente, los vómitos, las botellas, los vasos y el olor a orines dan los buenos días a cuantos pasean a sus perros a primera hora, justo antes de que el servicio municipal de limpieza maquille las diabluras de la madrugada anterior.

CONVIVENCIA DIGERIBLE / Marcos Marín vive, o más bien malvive, en la calle de Beethoven. Llegó al barrio hace ocho años y el primer día ya se dio cuenta de que la presencia de varias discotecas iba a generar ciertos problemas de ruido las noches del jueves, viernes y sábado. Era como comprar un piso en la calle de Escudellers: sabes que habrá lío; lo tomas o lo dejas. Pensó que no sería para tanto, y hasta este verano la convivencia con el jaleo fue digerible. «Antes había problemas hasta las dos de la mañana, ahora no paran hasta las cuatro y las cinco, hay mucho más botellón, consumo de drogas, peleas e incluso carreras de coches». ¿Carreras de coches? Este vecino asegura haber presenciado «varias veces» cómo dos vehículos se retan desde la Diagonal hasta Bori i Fontestà, una competición tan absurda como peligrosa que consiste en recorrer 150 ridículos metros en el menor tiempo posible.

En el epicentro de la cuestión se sitúan dos discotecas -Be Cool, de jóvenes universitarios del barrio, y Karamba, con público de origen latinoamericano- separadas 500 metros y que abren hasta altas horas de la madrugada. Ramon Mas es el propietario del Be Cool y dice ser «muy consciente» del problema que genera un local como el suyo en una gran ciudad. Para rebajar el malestar, cuenta con cuatro empleados que se dedican «solo a organizar la cola de entrada» con unas vallas que coloca en Joan Llongueras. Además de señalar a la crisis, este empresario de la noche sostiene que la prohibición de fumar en los recintos cerrados ha llevado a muchos jóvenes a hacer botellón y entrar más tarde en el local. «Se ha notado mucho en el negocio, la segunda consumición ha bajado en picado», argumenta.

UN DESMADRE «EXCESIVO» / Bartolomé Criado, presidente de la Asociación de Vecinos y Comerciantes del Turó Park y hombre al que recurre todo el barrio cuando hay un fuego por apagar, admite que el nivel de «desmadre es excesivo», e insta a la Guardia Urbana a entregarse al trabajo de «prevención» de este tipo de situaciones que no hacen más que «minar la moral del vecindario». «En los 90 había cinco discotecas. Ahora son solo dos pero generan más conflicto que nunca».

Un vecino de Marcos Marín se fue porque no pudo aguantar «la sensación de inseguridad y el desfase de cada fin de semana». ¿Hay solución? «Supongo que el ayuntamiento actuará de verdad cuando ocurra una desgracia», vaticina.