Botellón en el Somorrostro

Cientos de jóvenes siguen ocupando cada noche la playa que 50 años atrás era el barrio de barracas Una legión de lateros se encarga sin control del avituallamiento de bebida y comida

Oferta ilegal 8 Uno de los muchos lateros que recorren el paseo Marítim de la Barceloneta en la zona de la playa del Somorrostro.

Oferta ilegal 8 Uno de los muchos lateros que recorren el paseo Marítim de la Barceloneta en la zona de la playa del Somorrostro.

RAMON COMORERA / BARCELONA

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El encanto de las noches estivales a orillas del Mare Nostrum es irresistible. Está claro que hace muchos siglos que lo es. A 26 grados a las tres de la madrugada, la vida forzosamente es bella sobre una arena, o incluso en zonas de césped, que encima está cuidada y bien iluminada. Si además el horizonte terrestre lo forman una cadena de locales nocturnos de moda que lanzan generosamente sus músicas al viento, el cóctel puede ser perfecto. Es la playa del Somorrostro, la misma que hace medio siglo ocupaba paradójicamente un terrible, aunque solidario para sobrevivir, barrio de barracas en pleno franquismo. Allí se concentran ahora cada madrugada cientos de jóvenes al igual que ocurre en otros puntos del litoral barcelonés, como ya ha explicado este diario en su crónica del largo verano del 15. Pero en esa media luna, hija de la recuperación olímpica y ciudadana de la costa y hasta del propio mar, el fenómeno tiene una especial intensidad. Y también su cara oscura.

El ambiente se va caldeando, como ocurrió ayer, pasada la medianoche y en paralelo a la hora de penetrar en el manojo de grandes discotecas que casi en fila tienen sus entradas, que no las salas que están en el nivel inferior, en grandes cubículos a la sombra del rascacielos del Hotel Arts. La zona cero son los 400 metros de paseo Marítim que van de la calle de Ramon Trias Fargas hasta la del Gas, junto al parque de la Barceloneta, pasando por la de Trelawny. Dos multitudes, una arriba, en la balconada que forma el paseo y que incluye las colas a las discos, y otra abajo, en la arena, se concentran a diario surcadas por una auténtica legión de lateros que increpan sin cesar al potencial cliente.

Organización

El avituallamiento no solo es líquido y alcohólico sino también proteínico. Los hay que blanden cajas llenas de bocadillos elaborados quién sabe dónde y, por descontado, quién sabe cómo y con qué. Tampoco faltan quienes reparten, siempre con precios que intentan ser tan redondos como las monedas de curso legal para abreviar las transacciones, flores e incluso esos tan frecuentes artilugios entre voladores y luminiscentes. Una rápida ojeada permite ver la organización y jerarquía de los que llevan las bolsas de mercancía y patean el terreno y de quienes manejan ese trapicheo a distancia.

Una prolongada presencia en el lugar de los hechos permite comprobar, como ayer mismo, que ningún rastro de autoridad ciudadana perturba semejante negocio irregular. El único vestigio municipal es una patrulla de la Guardia Urbana que en un vehículo especial para circular cerca del mar recorre la playa para facilitar el movimiento de las máquinas que durante un tiempo remueven la arena. Cuando esa tarea acaba, el pequeño todoterreno se pierde a lo lejos y los grupos de jóvenes y quienes son sus proveedores se esparcen de nuevo hasta las mismas olas.

En el único acceso motorizado a esos dos ambientes del gran espacio lúdico se produce un alud constante de taxis. Son tantísimos que llegan a bloquear el cruce de Trias Fargas y el paseo Marítim. Tampoco aquí en las primeras dos horas de estas madrugadas a cielo abierto, las más álgidas, hay presencia municipal. Los atascos enervan a más de un conductor, tanto de taxi como de los pocos turismos que, meramente para lucirse, entran en esa ratonera. Los acelerones son entonces frecuentes y no causan algún atropello casi podría decirse que de milagro. La noche bulle.