La francachela animal

Los animales del Arca de Noé celebran su reunión anual de Navidad y bautizan a cinco nuevas criaturas

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MAURICIO BERNAL

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Abran paso a los animales. Llegan con estrépito de pisadas, bramando o barritando, haciendo vibrar el aire con su plumaje multicolor; ladrando, maullando, rugiendo, ululando. Expresándose como lo que son, como animales. Algo de esta categoría debió de tener lugar cuando Noé dio la orden de embarcar en el arca, en tiempos del Génesis, pero esta noche ocurre aquí, en la entrada de un hotel de Barcelona, en un extremo casi de la avenida del Paral.lel, que por alguna razón misteriosa no se paraliza ante la visión de tal desfile. Como si el descubrimiento de una turbamulta de bestias a la vuelta de la esquina fuera para dejar frío al ciudadano; como si no fuera para hacer una llamada al zoológico, a indagar.

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Puede ser porque los animales van bien vestidos: hay un erizo que se pasea con traje y corbata por el lugar. En el salón que se despliega a la derecha de la entrada, junto a una barra bien surtida de licores, se produce un primer intercambio de lo que sea que hablen entre sí los animales cuando se juntan, algún esperanto de la fauna universal cuya comprensión está vedada a los demás. Al camarero no le llama la atención servirle un whisky a un solitario lobo.

EJEMPLARES EDUCADOS

Los que no se detienen junto a la entrada enfilan la escalera hacia el salón subterráneo llamado a acoger la ceremonia bestial, sea la que sea: si son animales y han venido en masa y han alquilado un salón de hotel es porque algún tipo de ceremonia –rara, seguro– van a perpetrar. Gruñen bestialmente y bestialmente ríen mientras bajan y poco a poco se van acomodando en sus asientos; se sientan, son ejemplares educados. Cogen los cubiertos y extienden las servilletas sobre sus animales regazos. Una especie de líder toma la palabra:

-¡Buenas noches, animales! –dice el Gran Danés.

-¡Buenas nocheeeesssss! –responden a coro el Periquito, el Elefante, el Lobo, el Tritón del Montseny, el Tiranosaurus Rex, el Mapache, el Albatros, el Axolote, todos. Hay casi un centenar de criaturas y el unísono es poderoso, estentóreo, se debe escuchar en el exterior.

Visto con frialdad estadística, lo que el Gran Danés está a punto de desencadenar aquí abajo en realidad no es tan raro: ha ocurrido regularmente durante 89 años. Santiago Rusiñol no solo fue el alumno aventajado de la clase sino que en 1927 tuvo la ocurrencia de crear, con su amigo Joaquín Ciervo, la asociación Arca de Noé, de animales: de gente con apellido animal. No hay noticia de una iniciativa similar. Se define a sí misma como una asociación “lúdico cultural humorística” y “un espacio de encuentro de personas comprometidas con el sentido del humor de la sociedad barcelonesa”; un colectivo cuyos miembros, además, “han demostrado ser lo suficientemente animales para entrar”. Al parecer, no serían dignos de pertenecer al Arca si no tuvieran por norte “la animalada”. Al menos cuando se juntan.

UNA LITURGIA

Una francachela animal, pues, no es ni una huida en masa del zoológico ni un festín de hienas como se ve en los documentales. Es esto. El “Pinso de Nadal” –es la excusa– se desarrolla entre aullidos, maullidos, balidos y demás sonidos bestiales, siempre según los dictados del Gran Danés, presidente y maestro de ceremonias. “Una piulada per al nostre convidat”, y todos como pajaritos. Es una cena especial porque se anuncian las actividades especiales del próximo año –el del 90º aniversario–, porque los Castellers de Sants son distinguidos como Animales Honoris Causa, y sobre todo: porque es noche de bautizos. Probablemente el culmen de todo.

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Es una especie de liturgia. Los nuevos animales –el Centauro, la Flamenca, la Pingüina, el Pez Alfa, la Schnauzer Gigante– van inclinando la cabeza por turnos sobre una pequeña arca llena de agua y así son bautizados y recibidos en la cofradía. Luego pían, maúllan, gruñen, ladran, aúllan, braman y relinchan a medida que avanzan por los vericuetos del juramento, que se desarrolla en siete pasos. Al final, un balido colectivo saluda su incorporación al grupo. Se canta el Himno del bautizo “¡Viva el Arca de Noé!” No sería raro que a estas alturas otra multitud se hubiera agolpado a las puertas del salón, alarmada por tanto sonido extraño y preguntándose qué demonios ocurre en el interior.