Las vírgenes tatuadas de Barcelona

La fama de Ramon Maiden cotiza al alza en Estados Unidos, Japón, Austrailia... y pasa inadvertida en la ciudad natal de este buenazo con cara de malote de Roquetes

CARLES COLS / BARCELONA

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Así es, o por decirlo en hebreo, lo cual es oportuno para la ocasión, amén. Ramon Maiden tatúa vírgenes. Así es. Tatúa estampas de vírgenes. También tatúa posters de ‘pin-ups’, como aquellas ingenuas ligeras de ropa que en los años 40 ocupaban las páginas centrales de ‘Esquire’ y que salían del aerógrafo del maestro Alberto Vargas. Y también tatúa fotos antiguas de actrices de Hollywood, inmaculadas como Audrey Hepburn, o de la Dietrich, que aunque en público ofrecía esa imagen de vampiresa amoral en realidad en casa era bien distinta, muy cocinitas según Billy Wilder, ella quería que Jean Gabin la quisiera por sus pucheros y él, tozudo, amaba a la mujer inexistente de la pantalla, así que Marlene también encaja a la perfección en este insólito altar de vírgenes, ‘pin-ups’ e iconos de la pantalla que forman parte de la obra artística de Ramon Maiden (Barrio de Roquetes, 1972), muy desconocido aún en su Barcelona natal, pero cuyo nombre ya se ha hecho un hueco en Nueva York, Tokio, Syney, Berlín, Los Ángeles, Milan… Vamos, lo de siempre. “En serio, lo de que Barcelona es muy cosmopolita es un cliché”, eso cuenta Maiden, apellido por supuesto inventado, pero es que el ya tenía de chico en la escuela y que le encaja a la perfección. Maiden, en inglés, el tatuador de doncellas.

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Un par de apuntes biográficos siempre son recomendables. Ramon, trabajador social en su anterior etapa profesional y casi licenciado en antropología, aterrizó en Nueva York en el 2007 para realizar un máster durante un año, pero, ¡glups!, se le acabó el presupuesto antes de lo previsto y de repente se vio echando mano de su don natural para el dibujo para sacarse unos dólares extras y prolongar la estancia transoceánica. Fruto de la adversidad nació en Nueva York un artista inclasificable que, desde entonces, viaja por el mundo de exposición en exposición, expediciones que aprovecha para cazar material de base para futuros trabajos, como una colección de postales antiguas de ‘freaks’ en Utah, reproducciones de grabados obscenos en Japón, de Kitagawa Utamaro o Katsushika Hokusai, o carteles de aquel cochino cine del sub-sub-subgénero Nazi Exploitation que tanto triunfó en los 80.

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'FUCK CANCER WARRIORS'

Solo un par de apuntes biográficos más de Maiden antes de sumergirnos en su perturbadora obra. Su 'kit' de trabajo es una pequeña funda enrollable de rotuladores, lápices y bolígrafos Bic (“son extraordinarios, muy versátiles, con diferentes puntos de presión”) y, sobre todo, una jobiana paciencia cuando se pone manos a la faena, imposible, tal vez, sin su otra pasión, las ultracarreras, como la Transvulcania canaria de 75 kilómetros en la que participará el próximo mayo, o la Maraton des Sables marroquí y sus acongojantes 250 kilómetros de recorrido, en la que ya ha competido en más de una ocasión. En esas pruebas, por cierto, demuestra que bajo ese aspecto de malote, de irreverente tatuador de vírgenes, hay un tipo de un gran corazon, porque corre con camisetas y estampados de una asociación contra el cáncer que recauda fondos bajo una estética de pandilla callejera, los Fuck Cancer Warriors. En resumen, todo un personaje.

“El pecado siempre me ha llamado la atención”. La entrevista es su piso de Roquetes, casi allí donde termina la ciudad y comienza el país de los jabalís, Collserola. El apartamento es minúsculo. El contenido, mayúsculo. Es un santuario de santería mexicana, vitrinas de material médico decimonónico, obra propia, siempre hipnótica, una foto dedicada de su amiga Amarna Miller antes de que el porno la lanzara a la fama, manos de maniquís tatuadas, alguna taxidermia…, vamos, una macedonia de influencias que de un modo u otro después transpira en sus trabajos.

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...DOLORES, ANGUSTIAS...

Tatuar estampas de vírgenes le ha traído a Ramon Maiden algún que otro problema en los cada vez más creyentes Estados Unidos, pero, bien visto, esas caras de sufrimiento de los cristos y las santas torturadas piden a gritos ese tuneado a bolígrafo. Desde España se pierde a veces la perspectiva, pero este es un país que a una niña recién nacida la inscriben en el registro con nombres de tormento, DoloresAngustias, un sinsentido, y puede que sea este milhojas de contradicciones la clave del éxito de este autor. Tan solo remacha un clavo que sobresale.

Meses atrás le llamaron de Playboy. Habían positivado unos negativos de Bettie Page (el Everest de las ‘pin-ups’), descartados en su día para una portada, y querían que Maiden los reinterpretara. Es un anécdota que revela que avanza por buen camino, tal vez por una senda poco transitada, la del manipular el pasado, siempre arriesgada, que inauguró sin romper nada Marcel Duchamp en 1919 al ponerle bigotes y barba de perilla a la postal de una Mona Lisa, y que alcanzó su último clímax en el 2001, esta vez sí con daños colaterales, cuando los hermanos Jake y Dinos Chapman compraron varios grabados de Goya sobre ‘Los desastres de la guerra’ reimpresos en 1937 y los alteraron con dibujitos de payasos y marionetas. Eso sí fue un sacrilegio. O como Ai Weiwei, que redecoró un conjunto de vasijas neolíticas de barro con el anagrama de Coca-Cola. A ese estadio de las transgresión aún no ha llegado Maiden, pero se le ve en los ojillos un brillo sospechoso de que la tentación está ahí, la de revalorizar la obra de otro creador, no sé, echarle mano a una de aquellas tablas policromadas de las almas del purgatorio, a caballo de la religiosidad y el vicio, a las que tan bien les quedaría un tatuaje o, quién sabe, a una añeja copia de los pulpos lascivos de Hokusai, aunque si hace eso no vuelve a entrar en Japón.

Amén.