Tras el rastro de la hechicera

La artista internacional Miss Van ha pintado este año tres murales en la ciudad

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OLGA MERINO / BARCELONA

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El arte la ha acompañado desde siempre, tal vez porque necesitó deslindar su personalidad muy temprano --tiene una hermana gemela-- o porque de niña encontraba cierta dificultad en expresarse hasta que halló una voz propia a través del pincel. No nació con el don --eso lo dice ella-- pero sí con la perseverancia, con el instinto obsesivo de seguir intentándolo hasta que ya no quiso hacer otra cosa en la vida. Y hela aquí, 23 años después de su primer grafiti callejero, convertida en Miss Van, una de las artistas urbanas más buscadas del momento. Sobre todo, por una servidora.

Para la charla elige la terraza del bar En Aparté, en la plaza Sant Pere, un bistrot muy francés, como ella, que nació en Toulouse en 1973. Pero aun teniéndola delante en su mismidad, con un bestiario completo tatuado en los brazos —una caracola, un zorro, un cisne, una mariposa y más—, estoy por pellizcarme: no acabo de creérmelo. Aunque la artista vive aquí, costó lo suyo fijar una cita.

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DE MOSCÚ A MÁLAGA

¿Estaba dando esquinazo al encuentro? A buen seguro que las criaturas evanescentes que pinta habrían escurrido el bulto, dejando tras de sí un rastro de niebla cual hechiceras esquivas. Pero si resulta difícil pescar a la autora es sencillamente porque no para: este verano, a pesar de la chicharrera que está cayendo, el trabajo la ha obligado a desplazarse a su ciudad natal, a Moscú y también a Málaga, donde inauguró la muestra 'El viento en mi pelo' en el Centro de Arte Contemporáneo, su primera exposición de cuadros en un museo.

Una creadora de renombre afincada aquí, en 'Carcelona', desde hace más de una década, cuando había más flexibilidad con el arte urbano, y que tiene ahora mismo tres murales frescos para disfrute del paseante, cosa muy inusual por su naturaleza efímera. Tres nada menos. Vayamos por tamaños: el mayor, de 8 por 7 metros, se encuentra en la pared medianera de un edificio de dos plantas situado en el número 409 de la calle Lepant, cerca del metro de Alfons X; lo pintó durante cinco días de abril, invitada por Open Walls y el Espai Jove Boca Nord, mediante andamio hidráulico, pincel y colores acrílicos (no usa aerosoles). El segundo lo abordó a finales de julio, durante el V Festival de Murales de La Escocesa (Pere IV, 345). Y por último, el que se encuentra en el interior de la coctelería Guzzo, justo enfrente del mercado del Born.

Ya sea en paredes o sobre tela, Miss Van, cuyo verdadero nombre es Vanessa Alice, pinta seres zoomórficos femeninos, mujeres gata de infinitas pestañas o damas con pico y pluma. Son criaturas de una sensualidad oscura, entre la inocencia y la crueldad, que ocultan el rostro detrás de máscaras exóticas o sombreros pero que muestran los senos y el resto del cuerpo de forma sugerente. Nínfulas volátiles en un escenario donde se mezclan el cabaret burlesque, el surrealismo de Magritte y el misterio de los gabinetes de curiosidades victorianos. “Me gusta expresar sentimientos inadecuados en sitios inadecuados”, dice.

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DOBLE PROVOCACIÓN

Un paseo por su página web permite constatar cuánto ha ganado su trabajo en profundidad, emoción y delicadeza desde que debutó a los 20 años en la movida del arte callejero con una doble provocación. Primero, porque invadía el espacio de los hombres (pintaba encima de lo que habían creado ellos) y, segundo, porque comenzó con unas muñecas eróticas muy provocativas —poupées las llama—, a medio camino entre el manga japonés y las pin–up de los años 50. “Me cansan los festivales de mujeres —afirma—. De esa manera, lo que consiguen es sectarizarnos, separarnos de los hombres artistas”. Razón no le falta.

Nos despedimos. Miss Van coge la bici y se marcha camino de su taller en la calle Ample, adonde llegará esquivando riadas de guiris. Algunos artistas de fama internacional han escogido Barcelona como centro de operaciones; aquí crean, aquí viven —después de todo, los alquileres son más baratos que en Londres o Nueva York—, aquí disfrutan del sol y de la comida. Pero lo que se dice vender, nada. Eso sucede en otro mundo, más lejos, más al norte. Aquí no hay un duro para casi nada.