Chequeo a la cohesión social en el área metropolitana (1)

Barcelona no es la 'banlieue'

ROSA MARI SANZ / HELENA LÓPEZ
BARCELONA

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El fantasma de la oleada de violencia que en otoño del 2005 evidenció los problemas de convivencia en los suburbios de París sobrevoló por unos momentos el barcelonés barrio del Besòs tras la tarde del pasado día 3, cuando el senegalés Ibrahima Dyey murió por un tiro a manos de una familia gitana y se desencadenó un clima de inquietante tensión que acabó siendo aplacada desde la propia ciudadanía. Dos días más tarde, con los nervios más calmados, las asociaciones de senegaleses y de gitanos de Catalunya escenificaron su buena relación en una comparecencia pública. Fue la imagen de que Barcelona, en materia de cohabitación, funciona. Así lo creen entidades y el propio ayuntamiento, pese a que reconocen que la situación en algunas zonas periféricas más humildes se ha vuelto más compleja con la crisis. Aunque nada que ver con lasbanlieues.

Porque al margen de que este crimen fue un delito común y no por racismo, y podía haber ocurrido con crisis o sin ella, el suceso ha puesto sobre la mesa la sensibilidad que tienen algunos barrios con gran porcentaje de inmigración de vivir episodios xenófobos. Una preocupación que no esconde el comisionado de Inmigración del Ayuntamiento de Barcelona, Miquel Esteve, quien, no obstante, recuerda que en el Besòs hubo una sinergia positiva que no apareció por que sí: «Fue fruto del trabajo de muchos años del municipio y de entidades. Sin esa labor previa se hubiera producido una batalla campal como en las banlieues. Los barceloneses se merecen un 10 de nota enseny y cohabitación».

COMPETENCIA POR LOS RECURSOS / El consistorio no es ajeno a que la crisis, agravada por los recortes sociales, no es la mejor amiga de la convivencia y que la situación es mucho más compleja que hace unos años. «Estamos en una época de riesgo, que yo denomino racismo de competencia por los recursos [becas de comedor, asistencia sanitaria, plazas de guarderías públicas...], y que afecta a los barrios más deteriorados», explica Esteve. O sea, a los que tienen una mayor inmigración porque la vivienda es más barata y en los que la población dispone de las rentas más bajas de la ciudad, una capital que en escasa distancia presenta grandes desigualdades económicas, como se puede ver en el gráfico.

Al margen del Raval, el barrio con mayor porcentaje de inmigración de Barcelona (el 48,6%, frente a una media del 18,1% ), el trabajo en materia de cohesión social se está acentuando, explica Esteve, en zonas periféricas del norte, como en Ciutat Meridiana, donde las familias, tres de cada 10 foráneas, han de vivir con la mitad de ingresos que la media de Barcelona, o en Trinitat Vella, Roquetes y Bon Pastor, zonas con perfiles socioeconómicos bastante similares y donde se llevan a cabo diversos programas comunitarios para favorecer la convivencia.

También cita como «sensibles» enclaves del otro extremo, como los barrios del Poble Sec (con una renta familiar del 66% respecto de la media de la ciudad y casi un 30% de inmigración) y La Marina del Prat Vermell y la Marina del Port, ambos con menos porcentaje de población extranjera, pero donde se han detectado algunos conflictos entre vecinos.

ESTRATEGIA ANTIRRUMORES / Para paliarlos, el ayuntamiento lleva a cabo planes de mediación, y ahora prevé potenciar con el apoyo de entidades la estrategia antirrumores, una de las herramientas que nació con el anterior equipo local para combatir estereotipos. A la par, planea a corto plazo un proyecto piloto para adolescentes y jóvenes inmigrantes que matan su tiempo en el espacio público, creando a veces malestar entre vecinos, una experiencia que busca mejorar su integración vinculándolos acasals o equipamientos deportivos. En definitiva, cuenta Esteve, «políticas para intensificar la pedagogía con el objetivo de que la población y la ciudadanía sean una misma cosa, ya que a veces hay población que no llega a la categoría de ciudadano».

Una labor, la de mejorar la convivencia, que para Miquel Àngel Essomba, director del Centre UNESCO de Catalunya, es responsabilidad primera de los ciudadanos, «lo que no quita que los poderes públicos no deban asumir algunas funciones de dinamización, prevención o resolución de conflictos». En su opinión, para ganar cohesión es básico «elevar la autoestima y mejorar la imagen de la zona». «Pero es necesario -subraya- que todos los vecinos los puedan sentir suyos», no como considera que ha ocurrido en el Raval.

En esa misma línea se expresa Jordi Bonet, presidente de la Federació d'Associacions de Veïns de Barcelona (FAVB), para quien el problema no es tanto que en un barrio haya más o menos inmigrantes, sino que exista una red comunitaria fuerte que haga de muro de contención. «Los barrios tienen que tener historia, los vecinos los deben sentir como propios», expone Bonet, algo que es difícil que se dé en el Raval, donde se vive un problema degentrificación-progresiva sustitución de vecinos mayores y con pocos recursos por otros con mayor poder adquisitivo- y donde los ciudadanos no echan raíces, a diferencia de Nou Barris, donde el padrón es más estable.

Ante la posibilidad de que los recortes puedan crispar algunos puntos en los que hay competencia por los recursos, Essomba considera que «el riesgo de tensión y conflicto existiría igual» en otra situación económica «si no se ha invertido bien en programas sociales eficaces», y considera básico, ante todo, el discurso de los gobernantes. «Existen municipios catalanes en los cuales, cuando hablan sus representantes, uno siente escalofríos al constatar que sus propuestas y su voz son más proclives a la xenofobia y al racismo que a la convivencia», concluye. No es el caso de Barcelona.