a pie de calle

El desamparo de los sin papeles

La tienda Pepa Paper de la calle de París, especialista en la materia, ayer.

La tienda Pepa Paper de la calle de París, especialista en la materia, ayer.

JOAN Barril

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Aaltas horas de la noche me dejo llevar por el guirigay de mucha gente que en la televisión habla de cultura. En realidad no están hablando de cultura, sino de cultura gratuita, que no es lo mismo. Hablan -a veces gritan- sobre si la cultura es una mercancía que ha de dar sus réditos o si la cultura es en realidad una bendición de Dios que cae sobre la ciudadanía como si se tratara del rocío primaveral. En medio del follón entre legalistas y piratas, entre mercaderes de su propia obra y cuatreros de las ideas ajenas, busco entre los argumentos algo referido a los libros. No hay casi nada. El debate se ciñe a dos cuestiones simples: el cine y la música. No existe nada más. La cultura es eso: sentarse y verlas venir. Poco más.

Con una extraña sensación de fin de época, ayer salí a la calle a buscar algún otro lugar en el que la palabra cultura tuviera algún sentido. Librerías heroicas, estanterías agonizantes, columnas de libros de autoayuda con la incrustración de orfebrería de algún premio. El libro pesa poco, pero menos pesa el libro electrónico, que es la manera de considerar que el soporte es más importante que lo soportable. Hay en el aire de una cierta gente minoritaria la nostalgia del papel. Vamos, pues, a por el papel, y los periódicos de ayer nos informan de que gracias a la implantación de las recetas electrónicas nos hemos ahorrado un millón de euros en papel.

Con el pretexto de la supuesta eficacia telemática, alguien ha decidido que el papel es el gran culpable de nuestros males. Maldito papel, que acaba esquilmando los bosques, aunque Catalunya sea uno de los territorios con mayor masa forestal de Europa. Maldito papel, que no sabemos que hacer con él. Maldito papel, que hay que tirarlo y acaba siendo insostenible como si los miles de ordenadores, impresoras y tintas fueran el prodigio de la sostenibilidad.

Llego a Pepa Paper, una legendaria tienda de papeles limpios y ordenados. Papel de hilo, papel de pergamino, papeles satinados o por satinar, papeles de todos los colores. En una de esas papelerías queda el misterio del escritor que todavía no hemos llegado a ser. Sobre esas hojas restallantes, ¿cuantas cosas bellas nos están esperando para ser dichas y leídas? ¿Cuántas lágrimas van a desleír la tinta trémula de los enamorados? La gama de colores de esos papeles Din-a-4 son un espectáculo para nuestro equilibrio interior. El papel limpio es el substrato de las ideas. Y hasta parece que en esas papelerías las ideas se vendan a peso. En una papelería las palabras se excitan y se organizan en el cerebro humano como si estuvieran dispuestas a pasar en fila india por el pequeño agujero de la escritura.

Especie en extinción

3 En Ciutat Vella, la papelería Raima ofrece a los calígrafos la posibilidad de elegir todo tipo de papeles y gramajes. En el piso superior, un magnífico amante del papel aconseja sobre la porosidad de la superficie, la capacidad del tintado y del pliegue y la emoción del tacto. «Cada vez somos menos, ¿verdad?» Y el aficionado al papel asiente. «Somos menos, el papel será más caro, pero se está acercando el momento en el que lo que vamos a escribir y el lugar sobre el que escribiremos será el gran encuentro entre arte y artesanía».

La escritura ya no es el milagro del negro sobre blanco sino que el milagro es simplemente el papel, esa superficie nevada que se funde con el trazo de los sentimientos y que no tiene, hoy por hoy, ninguna novela comoFahrenheit 451 que reivindique el placer de no saber sobre qué y sobre quién podemos escribir.