CONMOCIÓN EN EL LUGAR DEL SUCESO

El parque no se detuvo

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Había algo incomprensible, chocante para algunos, en el hecho de que una chica acabara de morir y allí, al lado, a pocos metros, hubiera familias enteras gritando de alegría. Había algo, una especie de abismo que separaba el silencio con que parpadeaban las luces de las ambulancias y la algarabía de los niños que allí mismo, como si nada, o como si todo –si todo siguiera igual–, seguían dando vueltas y vueltas en un trenecito de colores. O en la noria. Había algo que muchos no entendían, los curiosos, por ejemplo, o los ciclistas que coronaban la cumbre, que se topaban de repente con los parpadeos, los coches de bomberos, las ambulancias, la policía, que se paraban un momento para preguntar qué había ocurrido, y que una vez enterados y fabricado el correspondiente gesto de gravedad decían:

«–¿Y esto sigue funcionando?»

El parque del Tibidado tardó más o menos tres horas, desde el momento del accidente, en apagar la última atracción, según un portavoz porque en el momento del accidente había«unas 4.000 personas»en las instalaciones, es decir muchas, y hacer una evacuación masiva no hubiera sido prudente. Lo cual dio lugar a eso, que seguramente es macabro: que mientras los equipos de rescate intentaban aún liberar a una chica, que mientras entre los fierros probablemente esa chica luchaba contra todo, los fantasmas y el pánico y todo, el parque seguía emitiendo su tradicional murmullo: mezcla de jolgorio, de alegría, deen este lugar lo pasamos bien. Dijo el portavoz:«Inmediatamente después del accidente sacamos a la gente de las atracciones más próximas. El resto de la evacuación se está llevando poco a poco». Tan poco a poco que en ese momento, mientras hablaba, más de dos horas después del accidente, el sonido que a veces impedía escucharlo era el del trenecito, el llamado Tibidabo Express, que regularmente pasaba por ahí. Es muy posible que desde los vagones los niños vieran las ambulancias, y que tuvieran un momento de desconcierto, tal vez de turbación, de preguntarse qué estaba pasando.

Una atracción popular

Pero tal vez no es tan raro. De hecho, es la segunda vez, en menos de un mes, que la muerte se codea con la fiesta en Catalunya. ¿No explotaban los petardos, no rebosaba el cielo de colores mientras yacían los cadáveres en la estación de Castelldefels? El abismo está ahí, siempre, o casi siempre, y ayer eran no solo las atracciones que tercamente seguían funcionando sino varios grupos, huéspedes del Hotel La Florida que encontraban inconcebible no poder pasar. Escenas. Diálogos de este tipo:«Pero es que nos quedamos en ese hotel».«Que no, señor, que no puede pasar».«Pero déme una solución».«No puede pasar, señor, está todo cerrado».«Y qué hago ahora, dígame qué hago».«No puede pasar, señor, por favor. Apártese». Y el abismo, claro, también eran los curiosos; que se quedaban allí porque no había, al parecer, cosa mejor que hacer.

«Estoy andando y escucho un sonido muy fuerte, miro hacia el péndulo y veo que se está cayendo. Se lo digo a mis padres y no me creen». Se lo dijo un niño a TV3, y resume tal vez la sensación de incredulidad: la de los padres y la del propio niño. Los que conocen el parque y pasaban por allí, y preguntaban qué había pasado y escuchaban:«Se ha caído el péndulo», se daban la vuelta inmediatamente y abrían los ojos y comentaban:«Hostia, es verdad, si ya no está». PorqueEl Péndulose veía desde la carretera. Y desde ahí también, anoche, se veía por un rabillo el rostro de la tragedia, y por el otro el del inocente gozo.