PRIMERA SESIÓN DEL JUICIO CONTRA LA PRESUNTA HOMICIDA DE ANCIANAS

Remedios Sánchez se escuda en la débil coartada de culpar a otra mujer

Remedios Sánchez, en el juicio.

Remedios Sánchez, en el juicio.

MAYKA NAVARRO / J. G. ALBALAT
BARCELONA

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Remedios Sánchez Sánchez no decepcionó. Tras dos años de silencio, esta gallega de 50 años aseguró ayer en la Audiencia de Barcelona que "sería incapaz de hacer una cosa así": matar el verano del 2006 a tres ancianas e intentarlo con otras seis con el único fin de robarles. A pesar de sus palabras iniciales y de su evidente cambio de imagen, todas, absolutamente todas las supervivientes la identificaron. Y no dudaron.

La presunta asesina de ancianas dista mucho de aquella mujer a la que hace dos años detuvo un entonces inspector de los Mossos d'Esquadra, mientras la sospechosa introducía monedas en una tragaperras de un salón recreativo del Eixample. Su aspecto ha cambiado, pero esa mirada perdida en sus pequeños ojos, como aseveró uno de los testigos, es la misma. Más delgada, con media melena teñida de negro, flequillo recortado, horquilla, zapatos de medio tacón, cazadora tejana ajustada a la cintura y tejanos acampanados, Remedios solo contestó a las preguntas de su nuevo letrado, Jordi Colomines. Y se reafirmó en el escrito de la defensa: fue Mari, la misteriosa mujer de apellidos desconocidos que, según Remedios, la engañó durante el mes que la tuvo realquilada en su casa para incriminarla en las muertes de las ancianas.

PETICIÓN DE 172 AÑOS

La Remedios que ayer compareció y para la que la fiscalía solicita 172 años de cárcel poco tiene que ver con la mujer que una cámara de seguridad del metro captó y cuya imagen utilizó el grupo de homicidios de los Mossos de Barcelona. Aquella Remedios caminaba con zapatos planos, estaba más gorda, con el pelo corto y tintado de caoba. Un aspecto que coincidía completamente con la descripción que Remedios hizo de Mari.

Se trata, añadió, de una argentina a la que conoció en un locutorio de su barrio y a la que alquiló una habitación de su casa. En esos días, añadió Remedios, había descubierto que su pareja la engañaba con otras dos mujeres y encontró en Mari el apoyo de una nueva amiga que la iba a ayudar a salir de la depresión.

¿Y por qué ha tardado dos años en hablar de Mari? Sin posibilidad alguna de definir una estrategia concreta de defensa, el letrado de Remedios consiguió que ella explicara --con frases cortas, sin dar detalles, y tono enojado-- las razones por las que no ha querido declarar en estos dos años. Remedios cargó tintas contra su anterior abogado de oficio, que abandonó la defensa de la mujer por culpa de una enfermedad: "Él me dijo que no declarara".

--¿Entró en el domicilio de las víctimas? --le preguntó su abogado.

--Sí --contestó Remedios.

--¿Sabría precisarme dónde?

--No. Me llevó Mari.

Con poco éxito, el letrado intentó justificar la presencia de huellas dactilares de la acusada en algunos domicilios de las víctimas. "Mari me dijo que era auxiliar de enfermería y que cuidaba a señoras mayores. Me llevaba a las casas para que la ayudara", explicó. Sin embargo, nunca se identificaron más huellas dactilares que las de Remedios Sánchez. "Ella llevaba guantes. Ahora me doy cuenta de que quería dejar mis huellas para incriminarme".

En su débil y en algunos momentos contradictoria declaración, Remedios intentó también justificar cómo llegaron hasta su cocina la mayoría de las joyas robadas a las víctimas durante los asaltos. "Mari no tenía dinero y me dejó una bolsa con joyas para que la guardara hasta que me pudiera pagar". Ella creyó, declaró, que se trataba de piezas de un gran valor sentimental para su nueva amiga, y dejó la bolsa en la cocina. "Cada día había más joyas. Ella iba dejando tarjetas, cartillas, y demás cosas en la bolsa y yo siempre pensé que eran de ella".

CABIZBAJA

Quiso justificar la acusada la ausencia de huellas de Mari en su propia casa. "Es que nunca se quedó a dormir. Prefería pasar las noches con su novio, hasta que un día desapareció y se dejó las joyas".

Tras Remedios desfilaron las víctimas. Durante sus emotivas reconstrucciones verbales de los asaltos sufridos, Remedios bajo la cabeza y perdió la mirada. Entre el público no había ni uno solo de sus familiares. A sus hijos, que hoy declararán, les vetó que la visitaran en la cárcel. "No quería que me vieran deprimida". Nadie sabe si aún lo está.