MUTACIÓN URBANA

Los 'sombreros' de Porcioles

'Sombrero' 8 Edificio en la confluencia de las calles de Aragó y Bailèn, con varios pisos añadidos décadas atrás.

'Sombrero' 8 Edificio en la confluencia de las calles de Aragó y Bailèn, con varios pisos añadidos décadas atrás.

ANDREAS GONZÁLEZ / BARCELONA

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Cuando, el 7 de mayo de 1960, Franco visitó Montjuïc para 'ceder' el castillo a la ciudad, el dictador contempló con gesto disgustado la falda de la montaña cosida de barracas y, con su voz aflautada, recriminó al alcalde José María Porcioles: «Los españoles no pueden vivir así». Pese a esta muestra de falso paternalismo, las chabolas sobrevivieron 12 años más, hasta 1972, al tiempo que la gran Barcelona que soñaba Porcioles llenaba la periferia de otro tipo de barraquismo, en esta ocasión vertical, en una ciudad que crecía como nunca presionada por las olas migratorias.

El principio de 'crecimiento a cualquier precio' que promovió el porciolismo, que en el extrarradio levantaba un bloque tras otro sin tener en cuenta que sus habitantes precisaban también escuelas, ambulatorios y zonas verdes, tuvo su propia versión, adaptada al entorno, en el Eixample, más propicio para otro tipo de especulación y conchabe. Es verdad que en 1957, cuando Porcioles accedió a la alcaldía, la extensión de la ciudad en cuadrículas ya se parecía poco a la que había diseñado en 1860 Ildefons Cerdà. Sucesivas ordenanzas municipales desde el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, habían autorizado las 'remontas'las construcciones de nuevas plantas sobre edificios ya existentes. En la posguerra más dura de los 40, en un contexto de escasez de vivienda y también de materiales de construcción, las 'remontas' habían sido un instrumento eficaz para acallar a los propietarios de edificios que presionaban para poder subir a sus inquilinos los alquileres congelados.

Pero fue con la llegada de Porcioles y el 'desarrollismo' franquista cuando el fenómeno se disparó. Se sucedieron las ampliaciones de edificabilidad: en 1958, en 1960, en 1970... Con los años, la permisividad a la hora de autorizar la construcción de más plantas -sextos, séptimos y octavos pisos, áticos y sobreáticos, pero también sótanos y semisótanos- llegó a tal punto que, según proyecciones realizadas posteriormente, si alguien hubiera sido capaz de barrer todos los edificios del Eixample para levantar otros nuevos con el máximo volumen permitido por las ordenanzas se hubiera podido alcanzar una densidad de población de un millar de habitantes por hectárea (la actual es de 355).

Y ahí donde no bastaban las normas hechas a medida de la especulación llegaba la laxitud a la hora de velar por su cumplimiento. Se ocuparon interiores de manzanas, a veces con dos pisos, y se construyeron viviendas en terrazas y voladizos, sin que ninguna autoridad municipal se inmutara. Incluso cuando, en 1971, Porcioles se vio obligado a prohibir la construcción de nuevos áticos, estos siguieron floreciendo. Alguien popularizó la frase: «A l'Eixample li surten barrets». De cemento y ladrillo, se entiende.

La décima fortuna

Aunque Porcioles -que en 1973 poseía la décima fortuna de España, con 2.000 millones de pesetas- siempre aseguró que era falso que se hubiera enriquecido con su cargo, su historia ilustra a la perfección las telarañas de intereses políticos y económicos que frecuentemente se tejieron durante la dictadura. Su yerno Miguel Vall Bragulat, que era consejero del Banco Condal, era también socio de Spai, una de las principales promotoras nacidas con el boom inmobiliario de la época, como Nuñez y Navarro, Ibusa, Construcciones Españolas o La Llave de Oro. Y muchas nuevas viviendas, surgidas de las 'remontas' o de suelo recalificado como edificable por el ayuntamiento de Porcioles, acababan escriturándose en la notaría que el alcalde mantenía aunque figurara otro titular.

Con la llegada de la democracia, algunas cicatrices del porciolismo empezaron a borrarse. Con la Barcelona olímpica, por ejemplo, cayeron 'las pelotas de Porcioles'los dos enormes depósitos de gas que con el beneplácito municipal se habían construido en 1967 en las faldas de Collserola. En cambio, las 'remontas' del alcalde siguen en su sitio. Y en un contexto completamente distinto, ahora se le añaden otras nuevas. Estas, legales.