La gesta de un equipo de leyenda

El Barça continúa su paseo por la gloria

El campeón provoca otra fiesta inolvidable mientras el mundo se rinde a la magia de su juego

Puyol rocía de cava a los aficionados durante la rúa por Barcelona

Puyol rocía de cava a los aficionados durante la rúa por Barcelona

DAVID TORRAS
BARCELONA

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En medio de la celebración, con el Camp Nou enloquecido, en esa fiesta interminable que viven los culés, Pep Guardiola tomó la palabra y, después de los agradecimientos, cedió el centro del escenario al puto amo, con perdón. «El otro día hablaron todos menos uno...», y dejó la frase colgando. El estadio entero se puso a corear su nombre, y ahí estaba él, el tipo al que el equipo hizo una reverencia, con esa sonrisa infantil que le acompañó desde Wembley, y esa cara de quien se siente mucho más feliz por dentro que por fuera.

Y, entonces, con el micrófono en la mano, Leo Messi, el mismo tipo que corrió como un loco, gritando, gritando, y pateando el micrófono con una rabia nunca vista, agarrándose el escudo, cogió el micrófono, y a media voz pronunció apenas cuatro palabras: «Dije que hoy hablaría, pero en realidad no tengo nada que decir». Y ahí acabó. ¿Y qué? Todo lo que tenía que decir ya lo dijo en el campo. Como siempre. Y ahí es donde seguirá hablando, como lo hizo en Wembley, en el Bernabéu, en Roma, en Abu Dhabi, en los escenarios que han ido coronando a un Barça admirable, un Barça de leyenda, que hoy es más eterno de lo que ya era.

MENSAJE AL MADRID / Pero en medio de esa fiesta, en medio de una rúa llena de color, de un paseo victorioso por las calles de Barcelona, otro más, y van unos cuantos, con casi un millón de personas haciendo un inolvidable pasillo a los campeones, con más niños que nunca, en medio de un día de sonrisas, hubo un hueco para que el equipo lanzara un grito de guerra. Lo hizo Piqué, pero esas palabras tenían la bendición de todo el vestuario. Del primero al último. «Un amigo mío me dijo que dijera una frase y la voy a decir. Ni nos drogamos, ni nos tiramos, ni compramos a los árbitros, solo jugamos a fútbol», proclamó desde el centro del Camp Nou, en un contundente mensaje que no necesita más señas para saber a quiénes va dirigido.

Mourinho, Florentino y toda su corte han ayudado más de lo que imaginan a este doblete. Mou, más que ninguno, pero Florentino lleva tiempo jugando a favor del Barça. Desde que despidió por antiguo a Del Bosque en su primera etapa como presidente (2003), la balanza de títulos es demoledora: 15 han ido al Camp Nou, entre ellos tres Champions y el cambio de hegemonía mundial, y solo 5 al Bernabéu.

En busca de las cinco copas

El último, una Copa del Rey de la que ya no queda ni rastro, aunque provocará abrir la temporada con otro par de clásicos en la Supercopa de España. Para el Barça será un aperitivo, el primer reto de una serie que puede llevarle a las cinco copas, con la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubs en diciembre. Otra vez se pone en marcha una rueda espectacular. Una rueda que seguirá dirigiendo Pep Guardiola, el gurú de un equipo que ha vuelto a merecer la admiración del mundo. Ayer, en todos los rincones, en todos los idiomas, el Barça era objeto de los elogios más exquisitos, más originales, más sinceros, aunque cada día resulta más difícil encontrar palabras para definir algo tan excepcional. Aquí y en todas partes. Un generoso reconocimiento universal que contrasta con gestos miserables mucho más cercanos, incapaces de asumir con dignidad y fair play lo que el Manchester aceptó con honor.

Champions en balonmano

Mientras el Barça se paseaba por las calles de Barcelona, en Colonia, otro Barça, el de balonmano, conquistaba otra Champions, reforzando el poder del club más allá del fútbol frente a otros grandes sin ese perfil polideportivo. Dos Copas de Europa en menos de 24 horas. Dos títulos más que añadir a la larga lista de éxitos de las secciones. Cuando empezaba a oscurecer, al final de la fiesta del Camp Nou, una figura abandonaba el césped. Fue el último en entrar al vestuario junto a Carlos Naval, el delegado del equipo, y, entonces, la grada (había más de 100.000 personas pero si hubieran existido 10 Camp Nous se habrían llenado) rugió, en una intensa ovación.

Era Pep Guardiola, el líder de un grupo de artistas, una banda de música que convirtió la final en una pieza perfecta. Una obra colosal para un equipo colosal. Una obra cumbre de unos genios que han revolucionado el fútbol. Los Beatles del siglo XXI, capaces de atraer a un millón de personas en las calles mientras el mundo admira asombrado la majestuosa gesta que construyó en Wembley. Allí comenzó todo hace 19 años. Pero ayer el Barça acabó bailando al ritmo de Shakira. Medio equipo subió a ver el concierto de Montjuïc. Locos, locos, locos de felicidad.