La Liga de Campeones

Fútbol, épica, Barça

El equipo de Guardiola va camino de Wembley tras otra actuación memorable ante el Arsenal

DAVID TORRAS
BARCELONA

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El Barça sigue camino de Wembley. Ya está un poco más cerca, a cuatro partidos. Quién sabe lo que le espera a partir de ahora, pero, sea lo que sea, parece difícil que viva una noche tan intensa como la de ayer (3-1). Un tobogán de emociones que llevó al Camp Nou al límite, con más de 95.000 corazones bombeando aceleradamente y con la gallina de piel de principio a fin. Para dar el paso a cuartos el Barça tuvo que ofrecer lo mejor de sí mismo, e incluso siendo el dueño y señor del partido, pudo perderlo todo en el último suspiro. El valor del Jefecito, la punta de la bota de Mascherano, evitó lo que hubiera sido un golpe casi tan duro como el del Inter. Nadie estaba preparado para ver pasar de largo otra vez la Champions.

Fue un final lleno de épica, a la altura de un partido enorme. En medio de un Barça elegante y valiente, tuvo que ser una pieza que juega a ras de tierra y que nunca esconde la pierna la que salvara una actuación portentosa. Faltó rematarla y en ese ir dejando pasar un sinfín de ocasiones, con Villa especialmente fallón, el equipo se condenó a una angustia que debería haberse ahorrado. Pero esto es la Champions y otra vez hay que recuperar el discurso de lo normal y lo excepcional. El piececito del Jefecito dio el valor que merecían los dos goles de Messi y el de Xavi y el carácter de un grupo que nunca se rindió, que nunca miró atrás, que nunca dejó de atacar. Y, con él, todo el Camp Nou , con una fe ciega en los suyos, inquebrantable pese a que, por momentos, sobre todo tras el 1-1, era humano ver la eliminatoria muy cuesta arriba.

Lo estaba. El árbitro, es cierto, echó una mano después, eso sí, de haber pasado por alto un penalti sobre Messi. Van Persie vino, pero mira por donde, solo se le vio cuando le mostraron dos tarjetas. Dos tonterías, la segunda de lo más riguroso por desplazar el balón. Wenger jugó al escondite con él y, al final, murió por ahí. Contra 10, el Barça multiplicó los ataques y en dos minutos asaltó la muralla inglesa.

LA TRINCHERA INGLESA / Porque este Arsenal que pasa por ser el equipo más parecido al Barça, el aprendiz, el inglés con buenas maneras, se comportó como cualquier otro. A Wenger se le vio el plumero. A la hora de la verdad, el gentleman dejó el bombín en Londres y se puso un casco, cavó una trinchera y ahí, cuerpo a tierra, esperó al enemigo sin asomar la cabeza, como hacen todos los técnicos que pasan por el Camp Nou. Sin pizca de valentía, sin rastro de ese estilo que le hace más encantador que a los demás, se quedó atrás, bien cerrado, y ahí cruzó los dedos para que acabar tal como empezó. Pero el Bar-

ça le fue resquebrajando, en una tortura simbolizada por el dedo roto de Szczesny y que provocó la entrada de Almunia, un buen presagio porque devolvió el recuerdo de París-2006 y de los cuatro goles que hace un año le metió Messi.

MESSI, SIEMPRE MESSI / Costó un mundo. Vaya si costó. El Arsenal enredó y enredó, más pendiente de perder tiempo que de otra cosa. El tiro le salió por la culata porque, justo en los minutos añadidos, superado ya el 45, apareció Messi. Otra vez. Fue una aparición paranormal porque, ni viendo repetido lo que hizo, es fácil de creer que sea real. Un mal control, eso pareció a primera vista. Insensatos. Fue un toque excepcional, una autovaselina, un alley oop, y para dentro. Y la locura. Guardiola alzó los brazos mientras Wenger maldecía desesperado, tal vez, el taconazo de Cesc que propició la jugada.

Lo más difícil estaba hecho, pero lo que ocurrió después fue un calvario interminable, 45 minutos que parecieron una hora. Desde que Busquets le marcó a Valdés, un larguísimo acoso que el Camp Nou vivió con una excitación desatada. No paró de rugir, de cantar, de silbar, de aplaudir. No paró de creer en el equipo.

CHASCO PARA FLORENTINO / «Os debemos una. Y estos no fallan», dijo Guardiola en la celebración de la Liga, tras la decepción de no estar en la final del Bernabéu. «Si pasamos, llegaremos lejos», añadió este lunes. Dicho y hecho. El Bar-

ça no falló y ya está un paso más cerca de Wembley, para desgracia de algunos. De Florentino Pérez, por ejemplo. «Soy un caballero y no quiero que el Barça pierda: me basta con el empate». Ese fue su mensaje antes del partido. Se habrá contagiado de Mourinho y no está para cumplir la hipocresía de desear lo mejor a un equipo español. Así que cualquier culé tiene carta blanca para desearle suerte al Lyón. Porque, igual que en la Liga, el Barça ya está por delante del Madrid. Igual se acaban encontrando. O no.