Al contrataque

Historias preferentes

JORDI ÉVOLE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay historias que te abofetean el alma. Primero te paralizan, luego te llenan de indignación. Contarla no creo que sirva de nada, pero me alivia. El padre de Mia era un buen carpintero del aluminio. Entre sus obras estrella, como él mismo recordaba, estaban las ventanas y las puertas de la magnífica sede de Caixa Laietana-Bankia en Mataró. El vínculo entre el padre de mi amigo y esa tradicional caja venía de lejos. La silicona de las ventanas y las puertas -que él mismo midió, fabricó y colocó- sellaba una relación de mutua confianza.

Mientras él medía los marcos de las puertas, los del banco también debieron de medir hasta dónde podía llegar la confianza del padre de Mia. Así que no dudaron en llamarle en repetidas ocasiones para ofrecerle un producto con el que podría vivir tranquilo el resto de sus días. Hasta tres cuentas de preferentes llegaron a colocarle, con su consentimiento, claro, porque la confianza del padre de Mia en aquellos señores era inversamente proporcional a la letra pequeña que adornaba los contratos

sabedora de que nunca sería leída.

Pero un día se destapó el pastel. Y ningún médico ni ningún estudio lo certificará, pero la incalculable angustia -eso no puede medirse ni fabricarse- de un trabajador que veía como perdía todos sus ahorros aceleró su cáncer de pulmón.

Empezaron las protestas, las manifestaciones. Y, mientras pudo, el padre de Mia no se perdió ni una. Se plantaba ante la sede de Caixa Laietana-Bankia de Mataró, la misma de la que se había sentido orgulloso viendo sus puertas y ventanas. Y en esas mismas puertas y ventanas que él midió, fabricó y colocó, ahora estampaba con rabia pegatinas donde se podían leer palabras como «Estafadores» o «Ladrones».

Macabra coincidencia

El padre de Mia apuró sus días con un único objetivo: que le devolviesen los ahorros que podían hacerle la vida no menos triste pero sí más cómoda a su mujer. Y lo logró. Un día del pasado julio llegó la notificación judicial certificando que lo que había sido suyo volvía a ser suyo. Era el día que lo enterraban. Macabra coincidencia. Casualidad hijadeputa.

La historia del padre de Mia no será titular de ningún medio. Por cierto, curiosa forma de tratar la de algunos medios las victorias judiciales de los preferentistas, no vayamos a difundir que «sí, se puede» y nuestros acreedores -los bancos- dejen de insertarnos publicidad.

Seguro que esta no es una historia aislada. Hay muchas más, que desconocemos. No forman parte de estadísticas ni porcentajes cocinados. Cuando hagamos balance de estos años, al padre de Mia nadie lo contabilizará como una víctima directa de la crisis, esa crisis que fue una estafa. Aquella estafa que alguien midió, fabricó y nos colocó con la precisión de un carpintero pero sin el menor de los escrúpulos.