Hambre en Atenas

Centenares de ancianos y gente sin techo logra alimentarse a diario gracias a la caridad

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MARC MARGINEDAS / ATENAS (enviado especial)

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Exactamente son 350 euros los ingresos mensuales de los que dispone Giorgos. Sin ningún añadido salarial con el que completar su exigua pensión mínima, y con unos gastos fijos de 200 euros al mes entre alquiler y suministros de la casa, este marinero de profesión ya retirado, capaz de expresarse con soltura en inglés y castellano, tiene que hacer de tripas corazón y tragarse el orgullo para aguardar, junto a varios centenares de pensionistaspersonas sin techo drogadictos, en la cola de los dos repartos diarios de comida gratis que ofrece la municipalidad de Atenas a las 12 y a las 4 de la tarde en un teatro de la ciudad. «Tengo hijos, pero tengo que mantenerme solo; no puedo depender de ellos», explica. Pese a la a la situación de práctica indigencia a la que le ha condenado su exiguo salario de pensionista, Giorgios es de los que depositará mañana domingo una papeleta afirmativa en su colegio electoral. «No pienso en mi, pienso en el país; si volvemos al dracma, ya el primer día nuestra moneda no valdrá nada, y los precios subirán», advierte.

Cuando las manecillas del reloj se acercan al mediodía, las vías aledañas del número 70 de la calle Sofokleos, a apenas unos centenares de metros de los cafés de la plaza de Omonia, en el centro de Atenas, un abigarrado público, compuesto por ancianos acarreando bolsas de plástico y carritos de la compra, cuarentones con las órbitas de los ojos abotargadas y vestidos con ropas que desprenden un intenso hedor a sudor, esperan pacientemente que se abra la verja de acceso al patio interior.

Reparto ordenado

El reparto se realiza de forma ordenada y en silencio. Uno a uno, los comensales se hacen con un pedazo de pan y un guiso de verduras empaquetado en un táper. Un sacerdote ortodoxo con una barba de color carbón, enfundado en una sotana, se encarga, con una sonrisa en la boca, de asegurarse que todo se desarrolla según lo previsto. La mayoría de los convidados abre sus almuerzos y se los zampa allí mismo, mientras dos motocicletas conducidas por agentes de la policía hacen su aparición y se cercioran de que no haya altercados.

Ioannu Pantelis tiene 28 años y destaca de entre el resto de convidados por su juventud y su apariencia saludable. «Yo no vengo aquí a comer; yo ayudo a drogadictos y gente sin techo, que luego me dan unos euros», explica. Perdió su trabajo en un surtidor de gasolina por el que recibía unos 600 euros mensuales porque el dueño decidió dejar de abrir las 24 horas del día. «Con el dinero que obtengo aquí ayudo a mi padre a pagarse los medicamentos que necesita; él no cobra pensión y mi hermana está casada y debe mantener a los suyos», relata. Junto a él, Grigoris, un drogodependiente que no quiere decir su apellido, también hace cola para recibir su escote, que entrega a un anciano que va haciendo acopio de ellos a la salida. «Ese hombre tiene varios hijos; por eso le doy mi ración, la necesita más que yo»se justifica.

Después de cinco años de crisis, casi todas los ayuntamientos del Grecia disponen de comedores como el de la ateniense calle Sofokleos para alimentar a quienes más han sufrido los estragos de la crisis. En algunas poblaciones, esta labor asistencial es realizada por la iglesia ortodoxa, cuyos párrocos incluyen en las listas de sus locales a todo aquel que así lo solicite, tras una entrevista con el párroco.

Fuentes de Cáritas constatan cómo la crisis ha arrasado con «las estructuras de ayuda social» existentes en Grecia. La revisión de los historiales de pensionistas de invalidez o ceguera para evitar la picaresca ha provocado que inválidos «no hayan cobrado durante meses», denuncian.