Crisis en Asia

Obama mira a China

El líder norcoreano, Kim Jong-Il, durante una visita a una factoría de soja, en una imagen distribuida ayer.

El líder norcoreano, Kim Jong-Il, durante una visita a una factoría de soja, en una imagen distribuida ayer.

A. F.
PEKÍN

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Es un acto reflejo: tras una tropelía norcoreana, el mundo mira a China. En su primera reacción al ataque del martes, el presidente de EEUU, Barack Obama, instó específicamente a Pekín a mantenerse firme y «dejar claro a Corea del Norte que hay una serie de normas internacionales que deben respetar».

No faltan vínculos entre Pekín y Pyongyang desde que Mao enviara olas de soldados al frente de la guerra de Corea y dijera sentirse tan cercano a los camaradas norcoreanos como «los labios a los dientes». Kim Jong-Il, un tirano tan poco viajado, llegaba este año a Pekín para presentar a su heredero. Según la conciencia global, China podría embridar a su aliado con un chasquido de dedos.

La realidad es muy distinta, sostienen los expertos. Pyongyang diseña su propia estrategia sin buscar el permiso chino. Robert Shaw, un reputado experto estadounidense, recordaba estos días que «hay una tendencia a sobrevalorar la influencia china con Corea del Norte». De aquel viaje ha trascendido que el presidente chino, Hu Jintao, pidió a Kim una comunicación más fluida para evitarle más sorpresas, y le presionó para negociar su programa nuclear.

EMPATÍA CON EL SUFRIMIENTO / Los dirigentes globales afean estos días la complicidad de China. Solo en los casos más extremos Pekín ha permitido las sanciones de la ONU. Vetó, por ejemplo, la condena tras el hundimiento de la corbeta Cheonan. Y tras el reciente ataque a la isla se ha quedado sola manifestando su «preocupación» en contraste con la sonora condena global.

Hay razones empáticas y geopolíticas para el tutelaje de Pekín. Los chinos se reconocen en el sufrimiento norcoreano, tan cercano al que provocó la Revolución Cultural. Pekín alega que si detuviera el envío de energía y ayuda humanitaria, como exige la comunidad internacional, el país entraría en colapso y por sus porosas fronteras se colarían millones de norcoreanos. Tampoco le atrae la idea de una Corea reunificada bajo la fuerte influencia que Estados Unidos ejerce en Seúl. Eso, sin el tapón norcoreano, supondría miles de tropas norteamericanas en su puerta de atrás. Washington ha desplegado una creciente presencia militar en el Pacífico, especialmente en Japón y Corea del Sur. Por ello, algunos expertos aseguran que, en realidad, China es rehén de Corea del Norte y está obligada a su defensa.

Pekín apadrina las conversaciones a seis (junto a ambas Coreas, EEUU, Rusia y Japón) que pretenden acabar la carrera armamentística de Pyongyang a cambio de reconocimiento internacional y ayuda. Los esfuerzos chinos por arrastrarla a la mesa de negociaciones una y otra vez no han sido tibios.

En el problema norcoreano, China no es el único factor. Obama, listo para conversar con Irán, Siria y los talibanes es extrañamente reacio a sentarse con Kim. Y Seúl también tiene que ver con la tensión en la península. El presidente surcoreano, Lee Myung-bak, impuso la línea dura en el 2008, redujo la ayuda humanitaria y canceló las negociaciones sobre fronteras.