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Adiós a Natura Kucera, piedra angular del comercio de minerales

La decana de las tiendas de geodas, fósiles y meteoritos baja la persiana porque se jubila Enric, un referente del coleccionismo mineral

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Carles Cols

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A lo mejor muy pocos se quedan de piedra, pero la noticia es que cierra Natura Kucera, tienda decana de mineralogía en Barcelona. Está en el 171 de la calle del Comte d’Urgell. Está igual que cuando abrió en 1971, lo cual no es una crítica, es un elogio, pues retrotrae visualmente a aquellos años en que los niños coleccionaban (coleccionábamos) piritas, bismutos, yesos, ópalos, obsidianas y decenas de minerales y rocas más, con especial cariño (sobre todo algunos) por la malaquita botroidal, más que nada porque servía para jugar a Lex Luthor contra Superman. Tener a mano una roca de esmeralda hubiera sido entonces la repera, pero la malaquita ya daba el pego como kryptonita.

A los niños de los 70 les vendía minerales a seis pesetas. Pudo ser el padre de una generación de geólogos, pero esta es una rama de la ciencia Cenicienta como lo es la filosofía en las letras

Aquellas infancias de coleccionismo mineral las alimentó, y mucho, Enric Kucera, que antes de fin de año bajará definitivamente la persiana de su establecimiento. A finales de los 60 (lo que sigue, nunca tan bien dicho) vio un filón para sacarse unos duros cuando trabajó en la distribución de una colección de geología por fascículos. En cada ejemplar venían, como regalo, siete rocas. Le sorprendió el éxito, así que con un martillo de geólogo salió de la ciudad a por más. Metía las muestras en bolsitas de plástico, las etiquetaba y las vendía a seis pesetas, el mismo precio que los tebeos de Bruguera. Esos fueron los cimientos de Natura Kucera, que, pasado medio siglo, no cierra por causa del virus que más ataca al tejido comercial de la ciudad, los alquileres, sino por jubilación. Adiós pues a ese pez fósil del cretácico que ve pasar la vida en la calle desde su lugar privilegiado del escaparate y hasta nunca a ese pesadísimo meteorito procedente del Campo del Cielo (Argentina) que reposa en las vitrinas interiores. Se hace raro verle ahí, quietecito, tras lo mucho que él viajó por el espacio. Hay otras tiendas de minerales y fósiles, sí, algunas incluso muy puestas, pero esta es la más anciana de Barcelona y, a su manera, muy simbólica del rumbo desnortado en que anda inmersa la Geología desde hace décadas.

Las geodas, esos melones

Lo dicho. En los 70, gracias a Kucera, en pocos hogares con niños no había ni que fuera una mínima colección de rocas del tamaño de un pulgar. Pudo parecer aquello la simiente de que este sería un país de grandes geólogos a poco que pasaran unos cuantos años, una facultad de la que salen, llegado el momento, profesionales que empequeñecen al mismímo Indiana Jones. En Geología se forman los vulcanólogos, los sismólogos y los cazadores de dinosaurios, profesiones que seguro que son el centro de atención en cualquier reunión social, igual que los minerólogos si se lo proponen, porque da gusto escuchar a Kucera cuando cuenta ese momento de suspense en que en las monteras de una mina, allí donde termina la veta, se localizan geodas, ya saben, esas burbujas de minerales, que por fuera no parecen gran cosa, solo un pedrusco grande, pero que son como las sandías o los melones, toca abrirlas y entonces aparecen esas formaciones de violáceos cristales que tan bien quedan en los salones de las casas de postín. Las geodas son los huevos Kinder de la Tierra. Tal cual.

La Geología, a lo que íbamos, es la Cenicienta de la ciencias como la Filosofía lo es de las letras. Al menos, por estas latitudes. Vayan, vayan por ejemplo a Casa del Libro, en el paseo de Gràcia, y busquen las obras de Sócrates, Kant, Nietzsche o las del filósofo de moda, Byung-Chul Han, por citar solo cuatro. Los pobres comparten sección con las ciencias ocultas y con los libros de autoayuda. A lo mejor la obra bibliográfica de Jame Hutton, el indescifrable padre de la Geología moderna, comparte estante con un manual de compost para jardinería. Una lástima.

Lo bueno del geólogo es que siempre tiene pisapapeles en el despacho. Lo malo, el exceso de peso en el equipaje

El cierre de Natura Kucera es una lástima sobre todo para sus incondicionales, coleccionistas fieles, algunos desde la infancia. Atrás quedarán los viajes de Kucera en busca de especímenes, sobre todo por Brasil, Marruecos y México. Cuenta Bill Bryson en su superventas Una breve historia de casi todo que lo bueno de los geólogos es que en la mesa de su despacho nunca falta un pisapapeles. Tras charlar con Kucera se puede añadir que lo malo de los geólogos, que también lo hay, es que siempre viajan con exceso de peso en el equipaje. No es que por aquí no haya yacimientos notables. Aparecen a veces sorpresivamente, a menudo gracias a grandes obras de infraestructuras y con la querencia y obcecación que ha habido en España por ponerle un AVE a cada provincia han aparecido estupendas amatistas en Sils (Girona) y hermosas baritas de color caramelo en La Pola de Gordón. Galicia es tierra de esmeraldas, dice Kucera, pero eso se sabe sin necesidad de que medie el AVE.