CUATRO AÑOS Y MEDIO

Cárcel para un urbano de Barcelona por poner multas falsas a una joven con la que flirteó

El agente se inventó sanciones por incivismo tras descubrir que la chica tenía pareja

Una brigada de la Guardia Urbana realiza un control de alcoholemia en una calle de Barcelona.

Una brigada de la Guardia Urbana realiza un control de alcoholemia en una calle de Barcelona. / ARCHIVO / CARLOS MONTAÑÉS

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La Audiencia de Barcelona ha condenado a cuatro años y medio de prisión y a seis de inhabilitación a un agente de la Guardia Urbana de Barcelona, D. R. M., por haberse inventado cuatro multas por vulnerar la ordenanza del civismo contra una chica con la que había flirteado previamente. El agente estaba acusado de un delito de falsedad documental y contra la integridad moral, pero finalmente solo ha sido condenado por falsedad con pena de prisión, inhabilitación, y a pagar 10.500 euros entre multa e indemnización.

El condenado, que era policía desde el 2010, participó en un control nocturno de alcoholemia en el Port Olímpic de Barcelona que se llevó a cabo el 21 de noviembre del 2012. Al hacerle la prueba a la víctima, se detectaron 0,25 miligramos de alcohol por litro de aire, lo que es el mínimo para ser sancionado. El agente, de 32 años, decidió no denunciar  a la joven, de 29 años, y no formuló la multa, argumentando que, debido a los márgenes de error de los alcoholímetros, la prueba podría encontrarse por debajo del límite de la infracción administrativa. Ambos estuvieron hablando amigablemente un rato y acabaron intercambiándose los teléfonos, con la excusa de que así la joven podría avisar al policía cuando llegara a casa en buen estado.

A partir de esa noche se inició un intercambio de mensajes de móvil entre el urbano y la chica, e incluso quedaron un día para tomar un café en un centro comercial. El agente le reprochó a la víctima en uno de los mensajes que hubieran quedado aunque ella tenía pareja, un dato que descubrió el policía local al acceder al perfil de la joven en Facebook. Desde aquel día ya no se volvieron a ver pero siguieron intercambiando algún mensaje de vez de cuando.

CUATRO DENUNCIAS

La sorpresa llegó cuando, entre abril y junio del 2013, el policía interpuso cuatro denuncias por infracciones de la ordenanza de civismo que no había cometido la joven. La primera de estas denuncias fue por un importe de 300 euros. El motivo que constaba en la sanción: proferir gritos y cánticos en el paseo del Born. Una segunda fue de 50 euros por beber alcohol en la vía pública, en el Paral.lel. Le siguió una tercera de 180 euros por comprar a vendedores ambulantes sin licencia en la calle de Escudellers del barrio Gòtic; y una  cuarta, nuevamente en el Gòtic, por gritar en la calle Ample. Todas falsas, como se ha demostrado.

La víctima recurrió todas las sanciones y no pagó ninguna de ellas. Las multas se le anularon en 2014 porque el acusado no ratificó su contenido, al tiempo que presentó la denuncia que dio pie al proceso penal.

El tribunal ha creído la versión de la joven, ya que no ve creíble que el mismo agente le multara cuatro veces en poco más de un mes por conductas incívicas. De la misma manera, las considera anómalas porque es habitual que los funcionarios policiales actúen en pareja y nunca suelen separarse, a no ser que exista un dispositivo específico. Tampoco cuadraron algunas de las horas que figuraban en las multas, ya que materialmente era imposible que el agente estuviera allí. Para acabar de refrendarlo, la pareja y un amigo de la víctima certificaron que, al menos en dos ocasiones, la chica no estaba en el lugar donde supuestamente se habían producido las infracciones.

El agente, finalmente, ha sido condenado por falsedad a una pena de prisión de cuatro años y seis meses, inhabilitación, y a pagar un total de 10.500 euros entre la multa y la indemnización a la víctima.