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Nochevieja en 'Santako'

El Año Nuevo chino se celebra en el barrio del Fondo de puertas adentro, en casa

Un ciudadano de origen chino camina por una calle del barrio del Fondo, en Santa Coloma de Gramenet, el miércoles pasado.

Un ciudadano de origen chino camina por una calle del barrio del Fondo, en Santa Coloma de Gramenet, el miércoles pasado.

OLGA MERINO

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El miércoles era Nochevieja para los chinos, así que parecía una buena idea coger la línea roja del metro hasta el Fondo, en Santa Coloma de Gramenet, con una muy nutrida comunidad oriental. ¿El propósito? Husmear en los preparativos cara al festejo del Año Nuevo lunar, correspondiente a la cabra, un fiestazo que en China se celebra por todo lo alto, con gran estruendo de pólvora y copiosos banquetes.

Y así, antes de las nueve de la mañana, la parroquia ya se afanaba en sus trajines: furgonetas de reparto, persianas arriadas, carretilleros con cajas de vegetales insospechados, desde brócolis extraterrestres, hasta pomelos del tamaño de un balón. Un sinfín de comercios rotulados solo en caracteres ideográficos: tiendas de ropa, pastelerías, inmobiliarias, bazares, el gestor, la pelu… Lindante con Badalona, el distrito colomense, un puñado de calles arracimadas bajo la plaza del Rellotge, es multicultural, pero sobre todo asiático: si en el barrio viven 16.535 personas, el 15,8% son chinas.

El paseo por el Chinatown de Santako cuenta con la inestimable compañía de Jaime Mateu, quien habla un mandarín muy fluido y trabaja con el equipo de mediación del ayuntamiento. Una anécdota sucedida en la calle de Beethoven ayuda a comprender en qué consiste su cometido: una señora china con niño lo saluda; resulta que al crío le han dado sus notas y las de otro compañero de clase, y Jaime tiene que explicarle, en chino, que firme la papeleta válida y que devuelva en la escuela la equivocada. Son los chavales quienes hacen de traductores para sus padres, pero en este caso el pequeñín aún no ha aprendido a leer.

En efecto, el idioma es una gran barrera. Incluso los que hablan castellano, o algo de catalán, lo han aprendido de oídas, de manera que no pueden descifrar las letras. Quienes llevan más años de arraigo lo intentan: «Paqui en alquilé», dice un cartel pegado en un párking.

«Los chinos trabajan, no se meten en líos y van a su bola», comenta un vecino del Fondo. ¿Problemas de convivencia? A veces, por los ruidos y el cuidado de los espacios comunes en los edificios. Lo que se solventaría con un simple «oye, tío, que os toca a vosotros fregar el rellano» se complica un pelín más por la carencia de una lengua común. Pero, bueno, a lo que íbamos, la Nochevieja.

Ni farolillos rojos, ni petardos anticipatorios, ni dragones. La fiesta se reserva para Barcelona: esta mañana, en el Arc del Triomf. En el Fondo, el Año Nuevo se celebra de puertas adentro, en el restaurante o bien en casa con los íntimos. Mei, una mujer de unos 40 años, que regenta una cantina en la calle Massenet, explica que, en cualquier caso, lo que no puede faltar en la Fiesta de la Primavera (el Chunyun) son los jiaozi, unas empanadillas hervidas rellenas de carne y verduras. «Metemos una moneda dentro, y a quien le toca tiene suerte todo el año». Vamos, el roscón de Reyes en versión dumpling.

Lo justo para aguantar

Wei, un hombre afable en la cincuentena, no está para demasiados festejos. Tiene un súper y trabaja todos los días. «Los  domingos por la tarde, duermo, duermo, duermo», dice. Si antes se ganaba bien la vida, ahora recauda lo justo para aguantar: la hipoteca, el alquiler, los hijos. Cuenta que el barrio se ha ido despoblando de sus paisanos desde que las cosas empezaron a venir mal dadas.

En las calles del Fondo, se solapan en silencio los esfuerzos de otras inmigraciones, las de hace 40 y 50 años. El bar La Tostá, leído con acento andaluz, lo lleva ahora un chino; tras el mostrador del Autoservei Los Maños, atiende hoy un latino.

Hacia el mediodía, en los alrededores del mercado de abastos, un grupito de vecinos regresa a casa a paso lento y con la compra hecha; por la conversación, deben de vivir en la misma escalera:

—Ya han vendido el piso.

—¿Ah, sí? Y a quién, ¿españoles?

—Chinos. Pedían 28 millones de pesetas, pero les han dado 23.

Ah, las pesetas, el viejo idioma que entiende todo el mundo.