DUDAS EN EL PASEO DE GRÀCIA

Un lateral pacificado difícil de interpretar

Dos turistas contemplan la belleza de un edificio de Gaudí sin vigilar el tráfico.

Dos turistas contemplan la belleza de un edificio de Gaudí sin vigilar el tráfico.

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Fíjense bien en la fotografía de arriba porque resume lo que se expone a continuación de un modo más detallado. Los turistas, y también los ciudadanos de Barcelona, se encuentran en el paseo de Gràcia con un nuevo lateral que ha eliminado la calzada de toda la vida para alumbrar una plataforma única sobre la que los coches pueden seguir circulando. La novedad es que ahora los vehículos deben tener en cuenta que esos laterales son de prioridad peatonal, esto es, que el que va a pie es dueño y señor y nadie le puede toser. La realidad es muy distinta, lo que demuestra una vez más que la práctica se come a la teoría, que las costumbres anulan la intención urbanística.

«Perdone, pensaba que esto era una acera». La frase suena en catalán y sale de la boca de una joven a la que un taxi le ha pasado rozando el trasero. Cuenta que estaba convencida de que andaba por un lugar estrictamente peatonal, y que no se ha dado cuenta de que la acera y el lugar sobre el que está son distintos. Lo explica casi avergonzada, como pidiendo perdón por invadir el espacio del coche. Luego observa la señal, pequeña, elevada sobre una farola, y se da cuenta de que es ella la que tiene el cetro de la movilidad. «Pues no lo entiendo, para eso podían haber dejado la calle como estaba». La misma situación se repite con numerosos turistas que usan el pasillo para ir arriba y abajo sin darse cuenta de que están en un espacio compartido. La reforma ha eliminado los pasos de peatones anteriores, que solían coincidir, además de con los cruces, con las salidas de los aparcamientos. Basta un rato de observación para darse cuenta de que los peatones cruzan por cualquier punto, la mayoría sin mirar a izquierda y derecha por si viene un coche. Y tampoco hay que ser un genio para comprobar que pocos, poquísimos coches respetan la velocidad máxima de 10 kilómetros hora.

PÚBLICO CAMBIANTE / Alguien podría defender que con el tiempo todo el mundo se adaptará. Error, puesto que los turistas no son cada día los mismos y cada jornada es un volver a empezar. Como el joven indonesio que monta el trípode en pleno carril hasta que un taxista, a golpe de bocina, le hace ver que ese no es el lugar indicado porque el que tiene prioridad es el ser humano que va a pie, no su enorme cámara de fotos.

En algo sí ha dado un salto cualitativo el paseo de Gràcia: el aparcamiento de motos. Los motoristas también son gente de costumbres, y la principal es la de aparcar ante la puerta del destino. Eso empieza a terminarse -en la Diagonal sucederá lo mismo-, puesto que el ayuntamiento habilita zonas para estacionar y no parece dispuesta a hacer la vista gorda, como sí sucede en calles no tan turísticas, como Balmes.

Los que no parecen para nada satisfechos son los transportistas. Son capaces de aparcar una furgoneta en los lugares más inesperados, y eso es precisamente a lo que están abocados en la avenida más comercial de la ciudad. Jesús lleva congelados a un restaurante: «Esto es un desastre, no hay plazas y nos obligan a dejar el vehículo en cualquier lado e ir siempre corriendo para que la Urbana no me multe. Todo pensado para los turistas; a los de aquí, nada».