Messi cuadra las cuentas

La estrella marca su gol 300 en la Liga y refuerza la ventaja del líder sobre Atlético y Madrid

Messi celebra su primer gol ante el Sporting.

Messi celebra su primer gol ante el Sporting. / AFP / MIGUEL RIOPA

DAVID TORRAS / GIJÓN

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Las cuentas, claras. A seis del Atlético y a siete del Madrid. No hay nada decidido pero el Barça cumplió un guión obligado y sumó los puntos que dejan la Liga en su sitio en medio de una racha inquebrantable: 31 partidos sin perder. No hubo más historia en El Molinón que la que escribió el de siempre, Messi, empeñado en redondear todas las cifras de la historia, las suyas y las del Barça, principio y fin de todo, del su gol 300 en la Liga, y del 301. Tan por encima de todo que le regaló otro penalti a Suárez, a pecho descubierto, regodéandose de las risas tontas de Cristiano, que el 9 falló, quizá por no emular a Cruyff, pero que al rato redimió con un zurdazo imponente. Al tridente se le hace pequeña la portería desde los 11 metros y se le abre cuanto más lejos la tiene.

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Costó meterse en un partido perdido en el calendario y que apareció a media tarde, un incordio que el equipo afrontó con el tiempo justo, a las pocas horas de aterrizar y con el aire mandroso que acompañan las citas menores para un campeón de todo. Uno de esos partidos que se dan por ganados sin jugarlos, y que arrancó al trote, con el balón enganchado al Barça pero rodando a cámara lenta, de izquierda a derecha, un ir y venir que invitaba al bostezo y ante el que el Sporting no hizo más que echarse atrás y cruzar los dedos para que el acoso no pasara de ahí, una esperanza inútil cuando enfrente hay un francotirador como Messi. Le basta apuntar una vez para cobrarse la pieza.

PENALTI REGALADO

Ya suma 300 en la Liga, una barbaridad que le ha llevado a ir derribando nombres de leyenda, mitos que parecían inalcanzables que han ido quedando atrás y cada vez se ven más pequeños, engullidos por el 10. A la primera que pilló, redondeó esa cifra que dejó pasar hace tres días con el penalti regalado. Un toque, dos toques, un amago, otro, perfilándose  para encañonar y ¡zas!, dentro. No hay manera de pararle.

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Pero a ese fogonazo le siguió un retrato de ese punto de suficiencia que flirtea con la desidia. El Sporting salió a la carrera y media defensa bajó al paso, con Mathieu y Adriano especialmente retratados, y que propició el empate. De la nada. Pero ahí estaba Messi, otra vez, listo para poner las cosas en su sitio y librar al equipo de cualquier mal. Son ya tantas y tantas apariciones. Y, a su lado, Suárez, el aliado perfecto para abrirle hueco, para clavar el cuerpo, aguantar y dejarle el balón a punto.

No hay rival que resista un golpe detrás de otro, sin más ruido que el sonido seco del balón al salir de esa zurda prodigiosa. Messi y Messi. Dos remates, casi sin jugar, dos guantazos sin avisar, y la sensación de que todo era cuestión de dejar pasar el tiempo, y acelerar y frenar con el mínimo desgaste. No pasó de ahí el partido, de un trámite que apenas dejó huella salvo los admirables números de Messi, una rutina que se acoge con naturalidad, como casi todo lo que hace, cuando todo tiene un aire estratosférico.

ABRAZOS Y BESOS

Neymar reaccionó a un mal inicio, algo lánguido. Luego estrelló un remate a pie parado en el poste y provocó la jugada del penalti. Suárez, en cambio, no deja pasar una, o por lo menos intenta, siempre dispuesto a morder para llevarse algo a la boca, peleando cada balón como si fuera el último.

Messi le regaló un penalti, esta vez sí, en el afán de ayudarle en su carrera por el pichichi y poner un poco más de los nervios a Cristiano. Nada de inventos, nada de imitar a Cruyff. Lo tiró como los ha tirado toda la vida y como se hartó de meterlos en el Liverpool. Y nada. Cuéllar le adivinó la intención y otra cruz en la larga lista de fallos (8 de 16). Parece mentira, pero desde los 11 metros al tridente le falla el pulso. 

Lejos de darse la vuelta y bajar la cabeza, Suárez no dejó esa deuda pendiente y, a la primera que le cayó, se la cobró. Se inventó un espacio donde no lo había, se dio media vuelta y lanzó una rosca con la zurda que golpeó en el poste y le aupó un poco más en esa pugna en la que va camino de comerse a Cristiano: 24 goles. Y así, entre abrazos y besos, que diría CR7, los de Luis Enrique y Abelardo, y los del tridente y el Barça entero, la Liga tiene el mismo líder pero un poco más lejos de todos.

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