A la calle con un bebé
Siete furgones con medio centenar de antidisturbios deplegados a las seis de la madrugada. Aún noche cerrada. ¿Estamos en una zona en guerra? ¿Se ha cometido un atentado? ¿Desarticulamos un comando islamista? Nada de eso. Estamos en el barrio obrero madrileño de Vallecas y el objetivo a abatir son Wilson, un electricista en paro, su compañera sentimental, Cecilia, y dos menores, entre ellos un bebé de un mes y medio llamado Dylan. ¿Su delito? No poder hacer frente a la subida del alquiler a 700 euros al mes que el fondo buitre Blackstone les cobra por un piso social adjudicado por el Ayuntamiento de Madrid por la vulnerabilidad de la familia, pero que luego vendió al fondo buitre.
La policía justificó el despliegue porque no era la primera vez que se intentaba asaltar un objetivo tan peligroso. Lo habían ensayado cuando el bebé ni siquiera había cumplido las tres semanas de vida y Cecilia apenas podía caminar con normalidad debido a la cesárea. Entonces fracasaron ante la oposición de un grupo de vecinos y activistas convocados por una miríada de plataformas y asociaciones que se han multiplicado como setas desde que la alcaldesa Ana Botella decidió utilizar las viviendas sociales para saldar la milmillonaria deuda heredada del ya expolítico Alberto Ruiz Gallardón.
No se equivocó la policía al suponer que esta vez la resistencia aún sería mayor. La convocatoria corrió por Twitter con la etiqueta #Wilsonsequeda, así que medio centenar de personas se apostaron frente a los policías. La batalla duró cuatro horas. En el momento decisivo unos agentes rompieron la puerta a golpes de maza y con taladro mientras en el interior del piso cuatro activistas empujaban en vano hacia fuera atrincherados tras una nevera y un colchón de matrimonio.
«¡Hay un bebé, hay un bebé!», gritó la madre en el momento decisivo, pero de nada sirvió. La escena puede contemplarse entera en YouTube gracias al periodista de movimientos sociales Juan Carlos Mohr. Merece la pena. Pasará a la historia de la infamia, aunque no es apta para espíritus sensibles.
«Si no tengo dinero y no puedo pagar ¿Adónde voy ahora con mi familia?», se preguntaba Wilson ya en la calle mientras Cecilia abrazaba al pequeño Dylan. El ayuntamiento aseguró que le había ofrecido «ayudas sociales» pero que las había «rechazado». Al abogado de la familia, Manuel San Pastor, solo le consta que los servicios sociales los trasladaban a un hotel para pasar la noche pero que ya para hoy eran las plataformas las que estaban detrás de encontrarles alojamiento.
Es posible que tras el revuelo generado, el ayuntaniemto acabe brindándoles otra vivienda social. No sería el primer caso en una situación que roza el absurdo. Los pisos sociales se venden a un empresa que hecha a los inquilinos, algunos de los cuales acaban realojados a costa del erario público. ¿Quién sale ganando?
Buitres no, hienas
Las reacciones se sucedieron a lo largo del día. El candidato del PSOE a la alcaldía, Antonio Carmona, calificó de «inmoral» el respaldo del PP a los fondos buitres y fue más lejos que nunca al prometer que expropiará las casas vendidas. «No cabemos todos en esta ciudad. O yo o los fondos buitres», proclamó. Sus rivales de Podemos destacaron que «mientras ellos se enriquecen condenan a los demás a la miseria».
Ningún portavoz de la empresa dio la cara. Arancha Mejías, la presidenta de un asociación de afectados, contaba cuál es la respuesta cuando se le reclama sensibilidad. «Nos dicen que no son una onegé, que su trabajo es ganar dinero. Y se ríen. No son buitres. Son hienas porque se quedan con la carroña y encima se ríen», zanja.
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