PILOTO VETERANA

El sueño de conducir

Maria Pujol, al volante de su coche

Maria Pujol, al volante de su coche / JOSEP GARCIA

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Enric no lo veía muy claro. Pero ella insistió en que quería cumplir su sueño. Un sueño literal: “Me veía a mí misma conduciendo”. Fue así como en 1970 se presentó en Montjuïc para pasar el examen y obtener el carnet. Tenía 33 años. “Sácatelo a la primera, porque si no ya no lo conseguirás”, le dijo su esposo, que no era un derroche de confianza. Con 80 años, esta vecina de La Garriga (Vallès Oriental) gusta de ponerse al volante cada día. Es algo que le encanta, y por eso se presta para llevar a cualquier familiar o amiga que precise de una chófer. "Al aeropuerto, a Barcelona, a Vic..., adónde haga falta". 

Maria Pujol Pladevall ha tenido que aguantar impertinencias de todo tipo. Algunos conductores han premiado su extrema prudencia con comentarios de indudable mal gusto. “Me decían que me apartara de la carretera y que me fuera a lavar platos a la cocina”. Quizás lo de fregar la vajilla también lo hacía, y a mucha honra, pero lo que está claro es que Maria, esta Maria, no se hacía a un lado. Tras 45 años con el carnet en el bolso, puede hablar sobre los hábitos de conducción ajenos con cierto conocimiento empírico. Dice que los hombres corren mucho, que siempre parece que tengan prisa, “como si estuvieran en una carrera desde que salen de casa hasta que llegan a su destino”.

Su esposo, al que perdió hace 22 años un 14 de febrero, le dejaba conducir muy de vez en cuando. “Si íbamos a una fiesta, él llevaba el coche a la ida y yo, a la vuelta. Fue así cómo me acostumbré a no beber nada de alcohol. Bueno..., solo en los brindis, y un dedo, que me sienta mal”. Cuando iba a Barcelona, en aquellos primeros años al volante, su esposo no le permitía entrar con el auto en la ciudad. Tenía que aparcar en Sant Andreu, en Fabra i Puig y seguir su camino en metro. Quizás creía, siempre bajo el prisma de la protección, que aquella era demasiada jungla vial para su Maria.

"¿PERO DÓNDE 'COLLONS' VAS??

No había en tiempos de blanco y negro muchas mujeres al volante. Tal fue su emoción cuando le dijeron que había aprobado y que podía irse, que en cuanto se bajaron todos del vehículo, ella se tomó la invitación al pie de la letra. Y se fue. Con el coche de la autoescuela. Recorridos unos metros, poseída por la ilusión, miró por el retrovisor y vio a su profesor con los brazos levantados. “¿Pero dónde ‘collons’ vas?”, le dijo tras dar la vuelta. Al parecer, el maestro, cuenta Maria, era mucho de incluir la palabra ‘collons’ en sus frases.

El hombre, a su modo de ver, sigue siendo el “señor de la casa”. “Muchas mujeres se someten a lo que diga su marido”, asegura. Eso, añade, se traslada al coche y al modo de conducir. Incluso Maria en alguna ocasión se le ha escapado un “mujer tenía que ser” cuando se ha encontrado con una conductora con problemas para aparcar. Y es que su trayectoria le lleva a la conclusión de aquello que las mujeres “son más prudentes pero también más torpes”. “Pero que conste, yo aparco muy bien, nada de ir dando golpecitos hasta encajar el coche”.

UN DESPISTE EN 45 AÑOS

En todos estos años solo ha tenido un percance. Sucedió hace 7 años y no se olvida de aquel día porque llevaba a bordo a uno de sus nietos. Se le corta la voz cuando lo explica. Se despistó hablando con el pequeño y se pasó un semáforo en rojo. Confiesa sin fisura alguna que fue culpa suya. Nada que objetar. Por suerte, nadie se hizo daño. Años atrás siempre había dicho que la gente no debería conducir a partir de los 80 años. Pero hoy, a la fuerza, puntualiza aquella declaración: "Todavía me veo capacitada, pero sí hace falta mucho más control, porque ves gente que está muy mal, que casi no pueden ni andar y siguen conduciendo". "El día que no me lo permitan, tendré un bajón muy grande", comparte.

Llegó un momento en el que sus dos hijas también pidieron sacarse el carnet. Seguro que María recordó aquella fría mañana de 1970 en la que casi roba un coche sin querer. Lo hablaron con su marido y las dos pudieron obtener el permiso, cuyo objeto final no era otro que el de ir a Barcelona a visitar a sus novios. “Solo les dijimos que tuvieran cuidado y que llamaran al llegar”. Hoy son ellas las que tratan en vano de dar con su madre, que sale en coche sin decir adónde va o con quién. Las tiene locas con sus salidas. Es lo que tienen los sueños, que cuando se cumplen, hay que aprovecharlos.