Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: Bosé remata a Dominguín, aquel "icono del franquismo"
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Es muy adictiva, engancha mucho, la autobiografía audiovisual que acaba de lanzar Miguel Bosé, por entregas semanales, en Movistar Plus+ (‘Bosé renacido’). El arranque es tremendo.
Dice Bosé, recordando el tormento de su infancia y primera juventud, cuando sufría el desprecio de su padre, llamándole continuamente afeminado y ‘maricón’: «Tengo dos claros culpables de todo lo que me pasó. Y me he dicho: ¡a por ellos! (...) Eso no era una familia, era una trampa. La verdad es que yo crecí sin padres. Cuando llegaban me decía a mí mismo: a ver si se van pronto, porque no traen nada bueno». Pero Bosé distingue: una cosa es su padre «el macho icono del franquismo» que se pirraba por que le invitaran en El Pardo, por las cacerías del régimen y por las otras batidas de caza que protagonizaba su bragueta, y otra su madre, que tuvo que tragar hasta que decidió separarse tras 12 años terribles.
En este primer capítulo emitido Bosé se transforma en parricida. Eso televisivamente fascina mucho. No ha sido un parricidio en tono cruento o encarnizado. No ha usado Bosé aquella tonalidad tan lúgubre, tremendista, de cuando hablaba del coronavirus. Esta vez ha dibujado al padre evitando adornar el retrato con pinceladas de acritud. Con el relato, pausado, ya transmitía suficiente crudeza. Duro ha sido el recuerdo de cuando Dominguín se lo llevó, a la fuerza, a África –Bosé teia 11 años– a matar animales para que se hiciera un hombre. Fue un viaje humillante. El niño no quería. El padre le obligaba. Acabó contrayendo la malaria. Estuvo a punto de morir.
En los tiempos de la antigua Roma a los parricidas les metían atados vivos dentro de un saco y los lanzaban al agua (‘Poena cullei’, es decir, la pena del saco). En época del emperador Constantino, añadían culebras venenosas dentro del saco. El caso de Bosé es distinto: es un parricidio en diferido, es decir, remata al padre 27 años después de haber fallecido. En Roma nunca le hubieran condenado a nada. Y lo más importante: es el propio Bosé quien conduce y protagoniza el relato de su vida. Nada hay mas terrorífico que sean los de la tele los que te hagan la biografía, a su aire, como suele ocurrir últimamente de ordinario. Como decía aquel perspicaz y agudísimo escritor inglés, Quentin Crisp: una autobiografía es una autonecrológica a la que solo le falta la última entrega, el capítulo final.
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