Tú y yo somos tres

La crítica de Monegal: Sexo fugaz con lengua bífida

Cites

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Ferran Monegal

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Parece que no ha gustado la doble versión idiomática de la serie ‘Cites Barcelona’. El convenio entre TV3 y Amazon Prime Video ha producido una pequeña Torre de Babel de lenguas bífidas. Por ejemplo, el sonido catalán de Carmen Machi o el de Gonzalo de Castro, su pollastre eventual.

Más que la trifulca del idioma, creo que aquí lo que debe analizarse es qué nos dicen en la serie, independientemente del lenguaje que utilicen. O sea, los guiones, las tramas, la construcción de las historias que viven los protagonistas. Desde esta columna apoyé mucho las dos primeras temporadas de ‘Cites’, en 2015 y 2016. Consiguieron plasmar unas situaciones que, siendo inventadas, fluían con una intensidad real vivísima. Criaturas dibujadas como ‘homeless’ sentimentales, una especie de emocionales ‘sintecho’, que en lugar de rebuscar en los contenedores de basura buscaban en Tinder, en TikTok, en las redes, a otras criaturas que les ayudasen a sobrevivir. Polvos fugaces en noches de desesperación profunda.

En aquellas dos primeras temporadas los protagonistas eran gotas de lluvia en el cristal de la ventana. Se deslizaban y dibujaban caminos que de pronto se fundían. En esta tercera temporada la fluidez intersecante les cuesta conseguirla. No se produce de forma natural. La fuerzan. Se nota que desesperadamente la buscan. Sigue siendo una serie delicada y a la vez terrible, eso sí. La filigrana interpretativa sobre la condición humana se mantiene. En el actual panorama de series televisivas, esta merece ser recomendada.

A mí me ha gustado mucho la escena nocturna, en el coche, antes de un polvo salvaje, entre David Verdaguer y Laia Costa. Él le cuenta que está escribiendo la historia de un hombre que una mañana se despierta y se pone a hablar en sueco, un idioma que desconocía. Ya no entendía ni el catalán ni el castellano. Solo comprendía el sueco. Y Laia, subyugada, contestó: «¡Pues tu sueca soy yo!».

Hace unos años, creo que en 2016, el caso del australiano Ben MacMahon dio la vuelta al mundo. Todos los informativos de la tele dieron la noticia. Ben, tras siete días en coma, se despertó y solo sabía hablar en chino mandarín. El inglés, su idioma de toda la vida, ni siquiera lo entendía. Acabó casándose con una china que encontró en un programa de citas chino. Y son inmensamente felices. ¡Ah! Duro golpe para el fundamentalismo lingüístico.

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