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La crítica de Monegal: ‘Rastas’, ética y estética de un diputado caído

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Ferran Monegal

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Se ha reunido Gonzo (‘Salvados’, La Sexta) con el exdiputado canario Alberto Rodríguez. Estamos de acuerdo: es noticia. Su caso, su reciente expulsión del Congreso y pérdida de su condición de diputado, sigue siendo tema de análisis controvertido. No sabría decirles si la sentencia que ha caído sobre él ha sido justa. Gonzo nos pasó los audios del juicio, acusado de haber propinado una patada a un policía, en 2014, en una manifestación contra la LOMCE en Tenerife. Ahí hemos escuchado decir al agente golpeado que se le enrojeció un poco la rodilla, pero que por la noche ya estaba bien. Y al jefe del dispositivo policial, declarar que no vio nada en absoluto. Tampoco la sentencia especifica, ni señala, que se le deba retirar su acta de diputado. Algunos juristas estiman que ha sido una medida excesiva. De modo, repito, que no sabría decirles si su expulsión ha sido justa. Pero el encuentro con Gonzo, paseando los dos por La Laguna, ha tenido otra virtud, aquella que solía reclamar el retratista francés Henri Cartier-Bresson cuando decía: «La fotografía solo tiene interés cuando plasma la vida».

Una persona como tú, obrero de la refinería de petróleo de Tenerife, llegaste un día al Congreso ¿y qué es lo que más te sorprendió de aquel lugar, y de sus señorías? Respondió: «Que allí hay gente que no ha trabajado en su vida. Hay diputados que trabajan mucho. Si quieres trabajar, en el Congreso tienes trabajo para tres vidas. Pero allí los hay que no ha puesto un despertador nunca». ¿Y hay riesgo de que aquel ambiente, el sueldo, la moqueta, el ser excelentísimo señor ... te contagie?, le siguió Gonzo preguntando. Y el diputado caído contestó: «Por supuesto que sí. Aquello es una vida de lujo. Mi antídoto era no perder de vista la calle, estar mucho en la calle, en los movimientos sociales, estar con la gente».

Cuando este obrero de la refinería adquirió, en 2016, el acta de diputado, en el Congreso causó sensación. Algunos le miraron con simpatía. Otros le llamaban ‘el rastas’ con acento despreciativo. Ahora, expulsado, ha regresado a la refinería. Ha renunciado a la indemnización que le corresponde por sus cinco años de diputado: 15.000 euros. «Me hubieran venido bien para comprar una furgoneta que necesito. Pero no quiero ese dinero». ¡Ah! Rara criatura. Tampoco vivió nunca, mientras fue diputado, en una ‘suite’ del Ritz.

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