tú y yo somos tres
Van calientes como monos
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Es tremendo este final de Ventdelplà (TV-3). Quedan cuatro o cinco capítulos para concluir el culebrón y lo que están haciendo los guionistas con la Teresa (Emma Vilarasau) es muy feo. Llevan meses y meses dibujando su papel como el de una señora con un furor sexual desatado y tempestuoso, y ya la hemos visto tórridamente machihembrada con la mayoría de pollastres de la zona. Pero lo de ahora con el Julià (Marc Cartes) es un desbordamiento. En el capítulo anterior pudimos asistir a una larga y pormenorizada sesión de Kama sutra entre la Teresa y el Julià, probablemente el polvo más explícito y más ralentizado de la historia de los culebrones de TV-3. Duró exactamente un minuto y 35 segundos la escena, y fue la primera vez que vimos a la Teresa en pelota picada, desnuda completamente. Y en el capítulo de anteayer, recalentados todavía por la sesión anterior, huyen hacia Sant Celoni para poder pegarse achuchones sin que les vean, y tienen la mala pata de que están las cámaras del TN comarques grabando en esa zona, y claro, todo Ventdelplà descubre por la tele que esos dos van calientes como monos. ¡Ahhhh! El cachondeo que se arma en el pueblo es inmenso. O sea, que este furor irrefrenable que dibujan los guionistas sobre esta pareja acaba trufado con tintes de sainete. Para redondear la crueldad, un vecino o vecina, anónimo, desconocido, secreto, le manda a la Teresa vídeos porno para que se vaya entreteniendo. Y ya nos han enseñado el título del primer vídeo que le llega: La doctora caliente se lo monta con sus pacientes -3. ¡Hombreee! El amor, el sexo, la pasión son cosas muy hermosas, pero tal y como lo dibujan en este culebrón, te partes de risa por el suelo.
SARAMAGO .– Estupendo trabajo sobre José Saramago el que han confeccionado en Informe semanal (TVE-1), y excelente idea la que han tenido en La 2 reemitiendo una antigua entrevista que le hizo Javier Rioyo en Estravagario. Resaltemos un momento: cuando Saramago contaba su infancia en el pueblito portugués de Azinhaga. Los días de frío intenso sus abuelos cogían a los cerditos recién nacidos, los más débiles, y se los llevaban a su cama y dormían con ellos. «El ser humano, y el animal, tapados con la misma manta, dándose calor. Se necesitaban el uno al otro», decía Saramago saboreando con delectación aquel extraordinario recuerdo. Y añadía: «Hay cosas que te entran, y se quedan».
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