Tribuna

Entonces, ¿qué va a pasar con mi calefacción?

Mientras toca mantener la calefacción encendida para pasar el invierno de la manera más confortable, Europa apura sus tiempos antes de aprobar de forma definitiva una Directiva de Eficiencia Energética de los Edificios que va a repercutir de forma directa en la forma de regular la temperatura de nuestros hogares en los próximos años

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Contamos ya con algunas certezas acerca de su contenido definitivo, entre ellas el objetivo principal de incentivar nuevas medidas de eficiencia energética y de limitar el uso directo de ciertos combustibles fósiles para descarbonizar así la calefacción de nuestro sector residencial. Se abre, pues, un escenario en el que las calderas de condensación de alta eficiencia ganarán, sin duda, un relevante protagonismo, junto a soluciones eléctricas como la bomba de calor con aerotermia o los sistemas de hibridación.

Si bien algunas voces dentro de determinadas industrias y en el ámbito político promueven como única opción exclusiva la electrificación, conviene apelar una vez más al principio de neutralidad tecnológica y recordar que el objetivo último es descarbonizar (no electrificar) y que las tecnologías no son renovables en sí mismas, sino que dicha consideración la otorga el origen de la energía que emplean.

Resulta preciso también no olvidar que existen otros factores adicionales que los consumidores toman en consideración a la hora de evaluar las bondades de las distintas soluciones existentes para atender sus demandas de calor y de agua caliente. Así, cuando observamos los hábitos del sector residencial español, vemos que, según estudios demoscópicos recientes, las calderas de gas siguen siendo el sistema más habitual en nuestros hogares, y los que están pensando en cambiar su actual equipo planean sustituirlo por otra solución idéntica más eficiente, pero en ningún caso eléctrica. 

¿Por qué? Precisamente, y no es una sorpresa, la motivación económica tiene mucho que ver. Explica que, aunque alrededor del 60% de los españoles se muestra favorable a medidas que favorecieran la potencial sustitución de calderas de gas por equipos 100% eléctricos, casi ocho de cada diez reconocen su preocupación ante una inversión que les resulta imposible abordar. Adoptar los sistemas basados en bombas de calor -que requieren una inversión que puede oscilar entre 10.000 y 20.000 euros-, junto al coste de adaptación de los hogares para dar cabida a los nuevos equipos, y el añadido del incremento de la potencia eléctrica a contratar durante todo el año, hace que la solución de las calderas de condensación de alta eficiencia, con un coste medio de entre 1.500 y 3.000 euros, y que reducen las emisiones y el consumo energético en un 30%, sean a día de hoy propuestas muy recomendables.

Todo ello, sin olvidar además que la instalación de los sistemas eléctricos requiere de unas necesidades técnicas con las que no cuenta la vivienda media en nuestro país, a diferencia por ejemplo de las características de las del centro y norte de Europa, donde predominan las viviendas unifamiliares, por lo general de mayor tamaño que las de la edificación en vertical tan típica de nuestro país, y que disfrutan de un nivel de renta mayor que la media española.

Además, frente a una hipotética obligatoriedad de cambio de equipos en favor de la bomba de calor, la mayoría de los consumidores apoyaría los sistemas de combustión que utilizan gases renovables, como el biometano o el hidrógeno renovable, que son ya de hecho compatibles con los actuales equipos. Afortunadamente, contamos también con una infraestructura gasista que no corre peligro de saturación. Una red moderna que, además, se extiende por toda la península y que apenas necesita inversiones para vehicular los citados gases renovables para atender las demandas domésticas. 

Este último es un relevante factor para considerar a tenor de los ambiciosos objetivos expuestos en REPowerEU y el reconocimiento de la Comisión Europea del elevado potencial de producción tanto de biometano como de hidrógeno renovable en España.

Con todas estas variables en mente, empezando por la neutralidad tecnológica y continuando por el adecuado análisis de factores tales como la ubicación de las viviendas (zona climática), las características constructivas de la edificación, la renta familiar y las necesidades y los hábitos específicos de cada familia, desde el sector gasista abogamos por un proceso de transición equilibrado y sostenible, que promueva que los hogares tomen decisiones informadas, y que considere todas las opciones tecnológicas disponibles para promover una descarbonización eficiente.

En definitiva, abogar por soluciones factibles, complementarias, que atiendan a la realidad socioeconómica del país, y que nos ayuden a avanzar en el objetivo último de la reducción de las emisiones, pero de una manera justa y accesible para todos.

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