Entrevista

Habla el catedrático de la Ramon Llull que perdió a su hijo cuando estaban de excursión por los Picos de Europa: "Oí un estruendo, sin grito, y ya no le vi, se lo tragó la montaña"

"Imaginaba lo peor, pero no que ya le había perdido, lo vi claro cuando llegó en el helicóptero colgado de una bolsa"

"El tiempo, aunque no lo cura todo, ayuda a digerir emocionalmente un impacto de este calibre, pero queda un vacío imposible de llenar", afirma Francesc Torralba Roselló

Francesc Torralba Roselló.

Francesc Torralba Roselló. / Cedida

Ramón Díaz

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Francesc Torralba Roselló (Barcelona, 1967) es doctor en Filosofía, en Teología, en Pedagogía y en Historia, Arqueología y Artes Cristianas, y catedrático en la Universitat Ramon Llull. Alterna la actividad docente con el oficio de escribir y divulgar su pensamiento. Autor de varios libros, especialista en Kierkegaard, dirige cátedras y revistas y ha recibido numerosos premios y reconocimientos. Uno de sus hijos, Oriol, de 26 años, perdió la vida en Asturias el pasado 14 de agosto: se despeñó cuando ambos realizaban una travesía de montaña por los Picos de Europa.

No hay nada más doloroso que perder un hijo.

Ha pasado un tiempo y eso ayuda a asumir la dimensión de la tragedia, pero es una ausencia muy presente, valga la paradoja, en nuestra vida cotidiana. El tiempo, aunque no lo cura todo, ayuda a situar y a digerir emocionalmente un impacto de este calibre. El trabajo, la amistad, la fe ayudan a seguir con tus proyectos, tu vida cotidiana y tus relaciones. Pero queda un vacío imposible de llenar. Cada ser humano es único.

¿Ayuda hablar de ello?

Verbalizar, expresar, mostrar, ayuda y es necesario. Desde el llanto hasta el grito, el suspiro, la escritura, el canto… Hay distintos lenguajes que pueden ayudar a liberar esta pena. Me dedico desde hace más de 30 años a escribir y la escritura de los hechos y del proceso emocional me ayuda muchísimo.

¿Qué estaban haciendo el día del accidente?

La "ruta especial de verano". Veraneamos en un pueblo en la montaña oriental leonesa, Morgovejo, y hacemos muchas salidas; en bicicleta, a pie, trotando por los montes… La "excursión reina" la había planificado él. Tenía 30 kilómetros. Salíamos de Caín, subíamos hasta Horcada de Caín y el refugio del Urriellu y, en lugar de bajar de Bulnes hasta la ruta del Cares, volvíamos a subir, casi hasta Caín, y cruzábamos un puente que nos llevaba a la ruta del Cares, para volver a Caín.

¿Cómo fue la travesía?

Salimos de casa en torno a las seis de la mañana. Un día de sol espléndido. Hacíamos las subidas con bastones, y las bajadas, trotando. Íbamos con mochilas de agua, barritas, frutos secos… Bajando hacia Caín perdemos la senda. Está muy poco transitada y los hitos desaparecen. Su GPS deja de funcionar, porque no hay conexión, lo cual genera incertidumbre. Él busca por dónde podemos salir. Estaba inquieto porque se sentía responsable, porque había diseñado la ruta. Yo le acompañaba. Traté de tranquilizarle.

¿Qué ocurrió después?

Encontramos un riachuelo, pensamos que desembocaría en el Cares y lo seguimos. Tenía mucha verticalidad. Había zonas de cascada donde era imposible bajar. Íbamos rodeándolo y siguiéndolo con dificultad. La piedra resbalaba mucho. Él se adelantó un momento en una especie de giro a la izquierda, muy cerca de la ruta. El Cares estaba a unos 80 o 100 metros. Se oía el agua y se veía a la gente pasar por la ruta. Oí un estruendo. Sin grito. Pensé que había caído una piedra o un tronco. Cuando fui en esa dirección, ya no le vi. Se lo tragó la montaña. Cayó hasta el río.

Quedé estupefacto, gritando su nombre para ver si podía oírme, en un tronco de un árbol, sostenido entre el cielo y la tierra

¿Qué hizo usted?

Quedé estupefacto, gritando su nombre para ver si podía oírme. Intenté descender, pero era muy vertical y quedé en un tronco de un árbol, sostenido entre el cielo y la tierra. No podía ir ni arriba ni abajo. Afortunadamente, delante de mí pasaban muchas personas. Pedí socorro y me auxiliaron. No había cobertura y una persona, muy amablemente, fue hasta Caín y dio parte a los Bomberos, que llegaron en torno a una hora larga y me rescataron con un cable desde el helicóptero. Me dejaron en Caín, en una explanada muy amplia. Luego fueron a por el cuerpo de mi hijo.

¿Sabía que había muerto?

Todavía no tenía la certidumbre. Imaginaba lo peor, pero no que ya le había perdido. La atención que recibí fue extraordinaria. Gratitud infinita a los Bomberos y a la Guardia Civil por el trato, la agilidad y la profesionalidad con que manejaron la situación.

Rescataron el cuerpo de su hijo…

Al cabo de bastantes horas lograron hacerse con el cuerpo y trasladarlo hasta la explanada de Caín, donde yo esperaba con otras personas, desconocidos que quisieron acompañarme y hacerme más llevadera la situación. Llegó colgado de una bolsa, casi adosada al helicóptero. En aquel momento vi claro el peor de los escenarios. Después la bombera-médico me dijo que había sido un impacto fuerte, que le había causado la muerte casi directamente.

¿Se ha sentido culpable o responsable?

Suele suceder. Sin embargo, él fue el protagonista de toda la decisión, de toda la ruta, de todo el itinerario y disfrutó enormemente; dijo en varias ocasiones, "qué día, qué disfrute, qué instante de plenitud estamos viviendo…". No he experimentado la culpa. Sí indignación, impotencia, desazón; en algunos momentos desesperación. Estoy en la fase de la aceptación y de la gratitud, que no aparece en manuales de duelo.

¿Gratitud hacia quién?

Gratitud a él, a poderlo haber compartido esos años, muy pocos, 26, y a todo lo que nos ha dado y hemos vivido con él. Esos recuerdos hacen que esa presencia no se difumine totalmente. Esta experiencia te hace ser mucho más sensible y empático. Nos podemos hacer mejores personas, mucho más humildes, mucho más magnánimas, mucho más compasivas, mucho más atentas. Sobre todo, permite discernir lo que es fundamental. Hay aprendizajes que hacer de una experiencia así.

¿Qué tipo de aprendizajes?

La incertidumbre está ahí siempre, la muerte puede asomarse en cualquier momento. Eso te hace valorar mucho más el tiempo de que dispones, porque es un bien muy preciado y muy efímero. Ahora estamos, mañana no estamos. ¿Qué haces con ese tiempo que tienes por delante? ¿con quién vas?, ¿qué lees?, ¿a dónde vas?… Te liberas de muchas tareas que quizás hacías por cortesía y dices, ¿por qué? Si en 4 días ya no estamos ni tú ni yo, ¿por qué tengo que gestionar mi tiempo de esta manera?

Francesc Torralba Roselló.

Francesc Torralba Roselló. / Cedida

La psiquiatra Elizabeth Kubler-Ross establece cinco fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. ¿Ha pasado usted por las cinco?

No. He leído mucho a Kubler-Ross, la explicó en clase, estuvo en Barcelona y tuve ocasión de escucharla. En mi caso no ha habido negación, ni ira, ni rabia, ni indignación. Tampoco intenté negociar con nada ni con nadie. Experimenté estupefacción, perplejidad. Y una tristeza infinita. No creo que se pueda superar nunca la muerte de un ser querido, por eso me gusta hablar de asumir, porque significa digerirlo e integrarlo en la propia vida. No sólo muere un ser humano, sino que tú cambias.

¿En qué sentido?

Hay un salto cualitativo en tu forma de ver las cosas, de enfocar los proyectos, de discernir tu futuro. Relativizas muchísimas cosas a las que antes dabas relevancia. Todo pasa a un segundo orden. Luego viene la aceptación: estoy de acuerdo con eso.

¿Cuántas veces ha recordado aquel día?

Muchas. A diario. Para mí el trabajo es una forma de evasión. Hay otras. Hay quienes, para olvidar, entran en procesos de adicción, lo cual tiene consecuencias mucho más negativas. Pero no juzgo. Hay que enfrentarse al proceso de duelo. En un momento u otro aparece. Cuando uno está en una clase, en una tesis, en una conferencia, en un programa de radio, la mente está focalizada en otro punto. El problema está en los tiempos vacíos: el desplazamiento al trabajo, cuando sales a correr…

Vuelve el recuerdo…

Sí. El pensamiento viene a diario. Más en los lugares donde compartimos vivencias, donde comimos un bocadillo, donde subimos un pico, donde pinchamos una rueda. Su presencia es muy tangible. Recuerdas el día, la circunstancia y sobre todo, los momentos mejores. Cuando llegamos al collado, a Bulnes... Los momentos más bellos de su último día en el mundo.

Sigue creyendo en Dios.

Estudié Teología, hice el doctorado y enseño en la Facultad hace más de 20 años. Si algo pude comprender en ese tiempo es que Dios es un enigma, algo que no podemos concebir, ni comprender, ni prever, ni programar, ni explicar en categorías humanas. Entiendo que en un proceso de este tipo uno se sienta olvidado o traicionado por Dios. O que experimente con gran crudeza el silencio de Dios, porque se ha producido un fenómeno inmerecido. Es una experiencia que pueden tener miles de padres, madres, hermanos...

Mi hijo no estará nunca más aquí, pero creo en un reencuentro final, en una dimensión desconocida

¿Usted no?

No. No concibo a Dios como un lampista que viene a arreglar nuestras malas decisiones; me parece una mala salida. Mi hijo no estará nunca más aquí, pero creo en un reencuentro final, en una dimensión desconocida, en la que podremos reconocernos unos a otros. La fe es una fuente de esperanza. El "nunca más" es una idea en la que uno se ahoga. Creo en Dios y creo que este reencuentro puede tener lugar, no por las fuerzas humanas, sino por la potencia infinita de Dios. No he sentido necesidad de negar a Dios o de enfrentarme a Él. En la vida suceden situaciones muy bellas y nobles, y situaciones desgraciadas, algunas de las cuales tienen como causa nuestras decisiones, nuestra ignorancia o nuestro error a la hora de calcular y programar.

La fe ayuda.

No cabe duda. La Palabra de Dios es una fuente de esperanza. Pero la ausencia y la pena siguen estando ahí. Soy consciente de los límites que tiene mi fe. No tengo argumentos para convencer a alguien que vive en la desesperación de que hay razones para esperar ese encuentro final. La fe es una apuesta, una confianza, pero no una demostración racional.

Acabamos de vivir el vigésimo aniversario del 11M.

La frase que más me han repetido mis amigos durante estos meses es que no hay palabras. No se puede frivolizar el sufrimiento del otro. En el caso del 11M no hay un error, ni hay caída, sino un acto intencional cuyo fin es matar indiscriminadamente. Es lógico que haya indignación, rabia, ira, y que esa ira se convierta en resentimiento y en rencor. No experimento eso porque a mí no me han matado mi hijo. Mi hijo cayó por una montaña, por una decisión equivocada, quizá porque resbaló. Hay que evitar palabras que, aunque tengan buena intención, no calman, ni curan, ni ayudan a cicatrizar la herida.

¿Qué hay que hacer?

Estar al lado del afligido y convertirnos en receptáculos para que evoque y exprese su dolor, para que vuelque toda su rabia, su impotencia, sus gritos, su amargura. Que todo salga por los poros de la piel. Hay que llorar juntos, compartir ese sufrimiento. Me ayuda la lectura de la Biblia, la de algunos poetas, la música, salir a correr… Cada uno tendrá su estrategia. Hay quien canta, quien hace yoga, quien hace meditación, quien escribe… Yo libero sufrimiento a través de la escritura.

¿Ha vuelto a Asturias?

No. Volveremos en Semana Santa. Por Navidades no fuimos, porque teníamos un viaje programado. Vamos a ir ahora y a enfrentarnos a escenarios donde ha habido dolor y donde vamos a evocar de nuevo su presencia. Ir al pueblo, donde era una persona muy amada, con muchísima vida social y amigos, será un impacto, como también las montañas y las referencias a las excursiones que hicimos.

¿Ha vuelto a la montaña?

Sí, pero no allí. No lo dejamos. Seguimos haciendo rutas porque nos gusta, las disfrutamos, evocamos su recuerdo.