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Viajar a países peligrosos: una fascinación que cuenta cada vez con más adeptos

La globalización del turismo anima cada vez a más viajeros a visitar destinos considerados de alto riesgo. Buscan experiencias únicas y huyen de la masificación

El turismo regresa a Afganistán pese a los avisos de Exteriores

El Govern pide a los catalanes que no viajen a Afganistán ni a otras zonas en conflicto

La ciudad turística de Bamiyán, en Afganistán

La ciudad turística de Bamiyán, en Afganistán / Goran Tomasevic

Juan Fernández

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"Por supuesto que viajaría a Afganistán. Mañana mismo, si pudiera. Y a Corea del Norte, si no siguiera cerrado por el covid. Y a Irak, si ese sello en mi pasaporte no me causara luego problemas para entrar en Estados Unidos". Tomás García, vecino de Gavá (Barcelona) de 39 años, repasa la lista de países a los que el Ministerio de Asuntos Exteriores recomienda no viajar y no solo no encuentra inconvenientes para visitarlos, sino que defiende con pasión el atractivo que atesoran. "Puede que sean más peligrosos, pero recorrer un país sabiendo que no te vas a cruzar a un turista y poder hablar con nativos que no han visto a un extranjero en años es una experiencia única. Te permite conocer la realidad, no lo que sale en las guías", reflexiona.

El reciente atentado terrorista sufrido por un grupo de turistas españoles en la ciudad afgana de Bamiyán, que costó la vida a tres catalanes y heridas a una mujer vasca de 82 años, ha generado multitud de comentarios de extrañeza tras una primera reacción de humana consternación. "¿Qué hacían en Afganistán? ¿A quién se le ocurre ir a un país tan peligroso? ¿Están locos?", han planteado en los últimos días infinidad de voces en privado, redes sociales y tertulias de radio y televisión.

Sin embargo, ese desconcierto general, no exento de reproche, contrasta con la complicidad que expresan quienes no solo suelen atreverse a visitar destinos marcados por la sospecha de la inseguridad, sino que ponen en duda esas advertencias y defienden otra forma de viajar alejada del cliché turístico.

Como Fran Márquez, barcelonés de 46 años, que le dio la vuelta al mundo durante un año junto a su pareja y la ruta les obligó a cruzar Irán, país desaconsejado para hacer turismo, pero donde vivieron una de las mejores experiencias de la turné. "Las tarjetas no funcionaban y solo teníamos 100 euros para sobrevivir, pero la gente nos abrió sus casas y pudimos descubrir una cultura y una calidad humana que se pierden quienes rechazan visitar ese país por miedo", cuenta este viajero, que desde entonces narra sus experiencias y ofrece asesoramiento en el blog '365 sábados viajando'.

O el propio Tomás García, que empezó a hacer excursiones por el mundo hace 20 años y en los últimos siete se ha especializado en visitar "fronteras calientes". Como la de Kosovo con Serbia, donde estuvo recientemente –"Mitrovice sigue siendo una ciudad dividida, en sus calles aún se palpa la tensión entre serbios y albaneses", ilustra–, o la que separa Líbano e Israel: "Aparte de las ruinas de Baalbek, que son Patrimonio de la Humanidad, es sobrecogedor visitar el museo al aire libre que tiene montado Hezbolá junto a la frontera", cuenta, y explica con más detalle en su página, 'Viajero Crónico', donde ofrece consejos para "viajar por libre" y saluda con el lema: "El sentido de la vida es cruzar fronteras".

Turistas frente a viajeros

En los márgenes del mundo de los viajes hay un sector, minoritario pero muy militante, que abomina de la palabra turismo, entiende el viaje como una forma de crecimiento personal –y no una mera colección de destinos visitados–, y no tiene miedo a adentrarse en territorios ignotos sobre los que pende la advertencia del peligro. Y, además, va en aumento.

"Después de la pandemia, la gente se ha puesto a viajar como loca, y quienes ya lo hacían antes, ahora huyen de destinos saturados y quieren ir donde no haya ido nadie", señala Alfonso Calzado, CEO de IATI, principal aseguradora de viajes de España. 

Presume de firmar más de 1.000 seguros de viaje al día y detecta una tendencia: "Siguen siendo una minoría, pero cada vez son más los que se atreven a viajar a sitios de riesgo. No se sienten turistas, se sienten viajeros", distingue el responsable de la entidad encargada de traer hasta Bilbao a Araceli Tamayo, la jubilada herida en el atentado de Bamiyán. Había firmado una póliza de 100 euros, pero su repatriación en un avión medicalizado le ha costado a IATI 200.000.

Salvo países en guerra o situaciones de terrorismo, las aseguradoras suelen cubrir rutas por cualquier rincón del planeta. Las agencias no son tan atrevidas. Ninguna gran compañía de viajes ofrece escapadas a países peligrosos, pero en los últimos años han surgido en nuestro país pequeñas firmas, normalmente alentadas por viajeros veteranos, que sí ofertan viajes a destinos conflictivos. Como Against the Compass, Phototravel, Last Places o Trekking y Aventura, que tienen salidas previstas para los próximos meses a lugares como Afganistán, Chad, Etiopía, Siria o Papúa Nueva Guinea, países todos desaconsejados por el Ministerio de Exteriores.

"Dudo que nadie se mire esa lista cuando planea sus vacaciones. La democratización del turismo anima cada vez a más gente a viajar más lejos por vivir una experiencia única", explica José Pablo García. Junto a su pareja dirige 'A tomar por mundo', agencia especializada en "viajes de autor", y reconoce que cada vez le piden rutas más rocambolescas.

Su fuerte no son los destinos peligrosos, pero sabe lo que es gestionar la repatriación de un grupo tras sufrir un atentado terrorista en Turquía, y advierte. "El viaje seguro no existe, pero la prudencia es siempre una buena compañera de viaje, y al viajero del siglo XXI le mueve un ansia que a veces le lleva a correr riesgos innecesarios".

De momento, Tomás García ya tiene preparada su próxima ruta. Destino: la frontera entre Nagorno Karabaj y Abjasia. Partirá en septiembre. La zona arrastra décadas de enfrentamientos bélicos, pero él no busca el peligro. "Busco la emoción de vivir algo especial en un lugar único en el mundo", confiesa.

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