El cambio verde

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Árboles viejos del Pirineo

Árboles viejos del Pirineo / EPC

Michele Catanzaro

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Pinos negros que han sobrevivido durante siglos en la línea de frontera entre la vegetación y la roca, en lo alto del Pirineo Catalán, alojan en sus organismos un ecosistema único: líquenes, musgos, insectos y aves que encuentran en ellos un cobijo que no les dan los árboles más jóvenes. 

Entre ellos está el liquen de los lobos, una especie amenazada en Europa, que en la alta montaña solo sobrevive en esos árboles antiguos. Así lo ha revelado un estudio publicado en la revista PNAS por investigadores de la Universitat de Barcelona (UB). 

Los árboles viejos ofrecen cosas que los jóvenes no pueden dar. En sus decrépitos cuerpos florece una biodiversidad única. Su lentísimo decaimiento abre oportunidades insólitas para la vida. No hay maneras fáciles de reemplazar un árbol antiguo con individuos más jóvenes: solo el paso del tiempo es capaz de producirlos. Los expertos piden una protección especial para los pocos que quedan, que en este momento están desamparados en Catalunya. 

Cincuenta pinos antiguos

El estudio se ha centrado en cinco poblaciones de pino negro (Pinus uncinata) emplazadas en el Parque Nacional de Aiguestortes y en el Parque Natural del Alt Pirineu. Se trata de una muestra de los pocos bosques maduros que quedan en Catalunya (un 1% del total de bosques catalanes, el resto son de plantación relativamente reciente). 

En esas cinco poblaciones, los investigadores han analizado unos 200 árboles, de los cuales 50 son “extremadamente viejos”. El diámetro de su tronco y otras características sugieren que estos tienen de 500 años hacia arriba.  Estos árboles se encuentran en la altura donde los bosques dan paso a las rocas en la montaña. Estas áreas, por ser de difícil acceso, han sufrido menos el impacto de la tala y en ellas es más fácil encontrar árboles que han sobrevivido durante siglos.

“A medida que envejecen, los árboles ralentizan su crecimiento y modifican su funcionamiento celular, de una manera que afecta su morfologia macroscópica”, explica Ot Pasques, de l’Institut de Recerca de la Biodiversitat (IRBio) de la UB, coautor del trabajo con Sergi Munné-Bosch, del mismo centro.

Sus tejidos tienen menos contenido de agua. Sus raíces suelen estar más descubiertas y vulnerables. Probablemente han sufrido relámpagos y tempestades. El resultado es que están medio muertos y medio vivos. “Su estrategia es crecer de forma modular, con estructuras independientes. Delimitan la muerte en ciertos compartimentos de su organismo y concentran el crecimiento en otros”, explica Pasques. Esta estrategia les permite resistir mejor a los estragos del entorno y prolongar su existencia aún más.

Ecosistemas únicos

La misma estrategia también los convierte en un hábitat diverso e insólito, en el cual muchas especies encuentran oportunidades. “Los árboles en decadencia pierden la escorza, tienen madera muerta y grietas, en las cuales se instalan especies específicas”, afirma Pasques. 

En particular, el estudio ha detectado que, en las zonas analizadas, los árboles viejos eran los únicos con presencia del liquen del lobo, una especie amenazada en todo el continente europeo. “Los árboles viejos tienen mayor abundancia de líquenes en general, pero también se encuentran en ellos musgos, insectos y pájaros específicos”, observa Pasques. 

Por ejemplo, “estos árboles son un reservorios de hongos especializados en descomponer la madera”, afirma Jonàs Oliva, investigador del Centre Tecnològic Forestal de Catalunya y de la Universitat de Lleida, no implicado en el estudio. “Hay más de 460 coleopteros distinto que viven de la madera muerta en el Bosque de la Maçana [Rosselló], un espacio protegido desde finales del siglo XIX”, afirma Josep Maria Mallarach, miembro de la comisión mundial de áreas protegidas de la Unión Internacional de la Naturaleza (IUCN), tampoco implicado en el estudio

“Todo eso no ocurriría sin la modularidad de los árboles antiguos. Si se murieran de golpe, no aparecerían todas las características fisiológicas que lo permiten”, afirma Pasques.“Los árboles antiguos pueden llegar a ser un ecosistema en si mismos. Sería interesante ver lo que ocurre en otras especies que llegan a vivir miles de año, como las sequoias y los alerces en América”, afirma Isabel Dorado, investigadora en sistemas y recursos naturalesde la Universidad Politécnica de Madrid, no implicada en el estudio.

Titanes desamparados

En Europa, los árboles antiguos son una rareza. Los de alta montaña están relativamente a salvo, porque su tala es menos conveniente, por la inaccesibilidad, pero les puede afectar el cambio climático. “Necesitan crecer lentamente y suelen parar su crecimiento cuando llegan las nevadas. Si estas se reducen, crecerán más rápido y morirán antes”, observa Pasques En cuanto a los árboles maduros emplazados en zonas más accesibles, Mallarach está preocupado. Estos podrían no llegar nunca a ser viejos. Por ejemplo, de los bosques maduros de la Garrotxa que se inventariaron en 1990, la mitad han sido talados

“La gente se piensa que un parque natural es protección suficiente, pero la realidad es que la Administración sigue permitiendo las talas de bosques maduros”, afirma el experto. La ley catalana de cambio climático de 2017 estableció la creación de una red de reservas forestales, pero de momento no se ha creado ni una.  La “veteranización”, un esfuerzo de gestión de los bosques jóvenes para que se parezcan a los maduros, no está dando los frutos deseados. “Para que un árbol se haga viejo se necesitan siglos. Tenemos que preservar lo que tenemos”, concluye Mallarach. 

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