Proceso judicial

El fiscal pide 10 años de cárcel para un profesor de La Salle por agresiones sexuales a un menor entre 2010 y 2012

Diario de un pederasta: el entrenador de la Salle anotaba cómo abusaba de sus jugadores

La Salle Bonanova

La Salle Bonanova / MANU MITRU

Guillem Sánchez
J. G. Albalat
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Diez años de prisión, ocho de libertad vigilada y una indemnización para la víctima de 20.000 euros. Esta es la petición de la Fiscalía de Barcelona para Víctor P., el profesor de La Salle Bonanova y entrenador de fútbol que presuntamente agredió sexualmente de forma continuada a un menor entre 2010 y 2012, cuando este tenía entre 12 y 14 años, según el escrito de acusación al que ha tenido acceso EL PERIÓDICO. El procesado se acercó poco a poco al niño, al que conoció porque este jugaba al fútbol. Según relata la acusacion pública, se fue ganando su confianza de tal forma que, "en ejecución de un elaborado plan", mantuvo una relación sentimental con la madre hasta instalarse en el domicilio familiar.

Víctor P, que dejó escrito en un dietario las relaciones con los menores, tiene otra causa pendiente en otro juzgado por otra presunta agresión sexual a un menor ocurrida años antes, cuando el procesado trabajaba de profesor en el colegio Viaró Global School de Sant Cugat del Vallès y, además, dirigía el Club Esportiu Bonanova, entidad de La Salle Bonanova. Esta causa no está todavía calificada por el fiscal, pero sí las presuntas agresiones ocurridas entre 2010 y 2012 en La Salle. En este último caso, conoció a la víctima en 2006, cuando era el coordinador del equipo de fútbol.

Desde un inicio, mantiene la acusación, mostró interés por él, lo que se "tradujo en atenciones personales, en protección y en su cuidado personal". Se aprovechó, incide el fiscal, de que sus padres acababan de tramitar la separación y que el menor estaba afectado por ello, "necesitando de atención especial". Al detectar esa "vulnerabilidad" del niño, intensificó su relación con él.

Esos contactos se acrecentaron cuando, en el curso 2007-2008, el procesado, además de coordinar el equipo de fútbol, pasó a trabajar como profesor del centro. La conexión era tal que convenció al menor de que su padre biológico no le quería, ni se procupaba por él, y le aseguró que él actuaría como progenitor, lo cuidaría y lo protegería. Con esas palabras, Victor P. logró que el menor "sintiera verdadera pasión por el procesado y se negara a ver a su padre biológico". "Una vez constatada la dependencia emocional del niño" hacia el acusado, le propuso viajar con él para enseñarle un campo de fútbol. La madre aceptó, pero puso como condición que también iría ella. Tras ese viaje, el acusado empezó una relación sentimental con la mujer y se trasladó a vivir con ella y sus hijos, entre ellos la víctima.

Control y aislamiento

A partir de ese momento, Víctor P. controlaba todas las actividades del niño, tanto las académicas como las personales, restringiéndole las salidas de ocio con sus amigos de la infancia. Consiguió, siempre según el fiscal, aislarle de sus compañeros del colegio, al obligarle a estar con él. En el supuesto de que el menor se resistiera a obedecerle, este profesor se "mostraba enfadado", le dedicaba miradas "agresivas" y le apartaba de los entrenamientos.

Esta actitud logró que la víctima sintiera "temor" ante la posibilidad de ser rechazado por la persona que le decía "constantemente que le quería y cuidaba", creando en el chico un "estado emocional de dependencia e intimidación" para, al final, "ejecutar sus planes", y que no eran otros que agredir sexualmente al menor en el vestuario del club, en su casa o en una excursión al Pirineu.

Puñetazos y amenazas

Una tarde, cuando la víctima hacía, "obligado" por el procesado, los deberes en su despacho del colegio, se originó una discusión entre ambos. El niño se lanzó a decirle que estaba harto de sus abusos y que lo iba a denunciar al director del colegio y a la policía. Cuando salía del despacho, subraya la acusación, Víctor P. le propinó puñetazos en la cara, lo tiró al suelo y lo amenazó con unas tijeras, diciéndole que lo contara si se atrevía, que era un fracasado y un mentiroso, que nadie le creería y que "lo mataría si le volvía a faltar al respeto".

Toda esta situación, describe la fiscalía, producía "tal desestabilización y angustia" que el niño intentaba "vanamente" sustraerse a "la autoridad" del procesado, por lo que las peleas entre ellos eran continuas, llegando el acusado a la agresión física. Esa tensión se trasladaba también a la madre, que no sabía lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, el mismo profesor le convencía de que el muchacho andaba con malas compañías, se drogaba o no estudiaba y él lo único que hacía era "reconducirle como un buen padre".