Salud

Oleguer Borés, paciente en curas paliativas: "Nadie debería morir solo"

Este barcelonés de 78, enfermo de cáncer de páncreas, comparte sus reflexiones sobre la vida con EL PERIÓDICO

Ángeles Doñate

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Yo al cáncer le pido 'mátame ya, liquídame'", confiesa Oleguer Borés, enfermo en etapa de final de vida. "En 2007, mi hija Anikken, que es doctora oftalmóloga, me dijo: 'tienes cáncer de páncreas'. Así tal cual. Me operaron. Me sacaron el tumor pero tiempo después, en una analítica, aparecieron rastros de sangre en el conducto urinario y hasta hoy. He plantado cara pero empiezo a estar cansado. En agosto tuve una pulmonía que tuvo buena puntería. Estuve ingresado más de 90 días pero pedí volver a casa, aunque estoy solo. Ya me han dicho que de esta no salgo. Estoy esperando a que venga la parca. Yo no le abriría la puerta pero tiene las llaves de todo el mundo así que…". Es la reflexión de este barcelonés de 78 años que respira siempre conectado y con dificultad pero conversa, ríe y hace reír. A ello le ayudan los profesionales del servicio de paliativos PADES y los voluntarios de la Fundació Paliaclínic.

"Hice más por el trabajo que por mi hogar. Ahora me abofetearía, fue un gran error"

“Antes no pensaba en la muerte. Ahora, aunque no querría, cada día pienso un poco más. Estoy aquí esperando que llegue ¿y qué puedo hacer? Pues mirar la tele, leer, hablar con gente… aguantarme. Hay días que no estás tan fino, que te duele la espalda, pero no un dolor cualquiera, un dolor rabioso, y tienes que tomar morfina", explica resignado. Pero un segundo después, una chispa de ironía aparece en sus ojos y comenta divertido que ha vuelto a cocinar. "Y me gusta salir a ver tiendas. Y si encuentro un bazar chino, entro. Y revuelvo y salgo con una pulsera, una alpargata para las orejas y un sombrero para las rodillas. ¿Qué día me lo pondré? Pues nunca. Hablo por teléfono con mi hija, se lo explico y nos reímos". 

El humor, "y la mala leche" asegura él, le han ayudado a vivir y, también, a esperar: "Exteriormente, lo encaro bien. Interiormente, medianamente bien. A mí me gustaría irme a dormir y quedarme tieso, pero uno no puede escoger. Se lo he dicho a los míos: aquí no hace falta llorar". 

"Me gustaría irme a dormir y quedarme. A los míos les he dicho 'aquí no hace falta llorar'" 

Borés nació en la calle Verdi, en 1945, "con el final de la segunda guerra mundial" dice orgulloso, pero se marchará en una Europa de nuevo arrasada por la guerra. "El mundo es definitivamente peor. Podíamos haber aprendido ni que fuera seis cosas bonitas pero hemos aprendido 200.000 feas… Es difícil esto de aprender”, asegura el mayor de siete hermanos, cinco chicos y dos chicas que aún viven.

Se le quiebra la voz al recordar que, hace tres años, Elsa murió. Casi parece más enfadado con esta muerte que con la suya: la había conocido cuando ella tenía 17 años y él, alrededor de 20. "Era noruega y, desde muy pequeña, venía cada verano a Pineda de Mar. Un día, estaba sentado en la plaza mayor, ella pasaba con sus amigas… Se atrevió y vino a hablar conmigo", rememora con nostalgia y añade que "habló y habló y me dejó alelado. Ya se había fijado en mí pero yo ni la había visto. Eso sí, una vez la conocí, no hubo nadie más". Al final, su amor se había transformado: "Éramos los mejores amigos del mundo” y por eso, aunque divorciados, comían juntos dos días a la semana y se dejaban regalos bajo la almohada.

Cuando Borés mira hacia atrás, no lo duda: "He tenido una buena vida. Primero fue de sacrificio, sobre todo durante la época de estudio. Más tarde, fue de lucha pero también de pasarlo bien. Hice más por el trabajo que por mi hogar, es cierto. Ahora me abofetearía, fue un gran error. Mi culpa es mía y punto, la acepto. Sin que parezca una excusa, fui educado en aquello de que lo primero es el trabajo. Nos hablaban del deber, de la patria… y nos lo acabábamos creyendo. Así que la fastidié con mi hija: ahora, de mayor, le he pedido perdón. Cuando se lo pido, se queda en silencio. Como contrapartida, Anikken ha estudiado lo que ha querido y dónde ha querido, ha viajado… Ha vivido una vida muy diferente a la mía. No estoy orgulloso de que mi hija sea doctora, sino de que sea cómo es: muy responsable, cumplidora y madraza", afirma. A pesar de todo, hace balance positivo: "Tengo que agradecer todo lo bien que me han salido las cosas".

El voluntario que nunca falla

Es un hombre de amigos e incluso ahora, que pasa tantas horas entre cuatro paredes, ha hecho uno nuevo, uno que según él es un mago con una manecilla que hace pasar más rápidas y mejor estas horas de espera. "Las enfermeras, los enfermeros… son ángeles que andan por ahí. Uno me puso en contacto con la Fundació Paliaclínic y su programa de voluntariado de acompañamiento. Desde hace un par de meses, Sergi viene a visitarme. Nunca me ha fallado. Charlamos, me explica mil cosas: desde las obras en la ciudad a lo que va a cocinarle a su novia... Él ahora empieza su vida, yo la acabo. Nos ayudamos. Hablamos abiertamente o estamos callados, que es otra manera de hablar, una muy bonita", apunta.

"Quiero que mi muerte sea tranquilo y no sin saber qué hacer"

En esos silencios caben alegrías y recuerdos pero también esos miedos que acechan en la soledad: "Yo sé que me voy, no hace falta darle más vueltas. A parte de lo que duele dejar a los míos, acepto morirme como ley de vida. Lo que sí me asusta es cómo voy a hacerlo. Quiero que sea tranquilo y no sin saber qué hacer. Vivo con el aire siempre colgado de mi nariz. Ayer, se fue la luz cinco o seis veces en la escalera. ¿Y ahora cómo respiro?, me preguntaba. Es verdad, tengo la pequeña bomba autónoma. Pero, ¿cuánto dura? ¿Cuatro horas? ¿Me voy al bar para conectar la máquina y pedirme un café? Mientras estaba ingresado, soñé que me moría por falta de aire. ¡Es tan horroroso! Abría la boca y no entraba… Y de golpe, la garganta se ensanchó y empezó a entrar una masa blanca", confiesa valiente, mirando de frente, desde su trinchera construida con ironía y consciencia.

"Nadie debería morir solo, alguien se debería quedar a tu lado hasta que se acabe la historia. Y quizás decirte una frase bonita, un 'ya nos veremos' o 'prepárame el camino, que vengo'. Cuando llegue mi final, les he pedido a los míos que me hagan un poco de compañía y me cojan la mano. Supongo que eso es lo que se necesita en el último momento". Así sea.

Suscríbete para seguir leyendo