Delincuencia y reinserción

Los presos violentos, a los psicólogos de Quatre Camins: "Hurgáis en la herida"

EL PERIÓDICO accede en la cárcel de Quatre Camins a una sesión de un programa para evitar la reincidencia de criminales peligrosos

Guillem Sánchez

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En la cárcel, los penados por los delitos más violentos se quedan encerrados con su culpa. Una carga demasiado pesada que muchos optan por meter en algún cajón del cerebro y no abrirlo más. Y sin aceptar lo que significa haber matado, o haber acuchillado, el riesgo de reincidir tras regresar a la calle se multiplica. Eso es lo que tratan de evitar con su labor los educadores y psicólogos de la prisión enfrentando a cada preso con el dolor que ha causado, aunque se nieguen a mirarlo.

El reconocimiento

"Lo que hacéis es hurgar en la herida", les suelta a estos profesionales, acertadamente, uno de los internos de la prisión de Quatre Camins (La Roca del Vallès) durante la sesión de un programa para evitar la reincidencia de criminales violentos, a la que ha asistido EL PERIÓDICO. En el encuentro, impartido en la panza del rincón más blindado del centro penitenciario, los reos están sentados en semicírculo frente a Javi, educador, y a Samantha, psicóloga. Algunos quieren hablar y se sientan cerca de ellos y otros, que agachan la mirada y juegan con las patas de la silla, se colocan lejos y desean no ser vistos, impregnados de la misma incomodidad que debían sentir de adolescentes en la escuela.

El difícil reto de los profesionales que tratan a condenados por asesinato o violación consiste en enfrentarles al dolor que han causado, aunque se nieguen a mirarlo

"Vienen porque eso les ayuda a recibir permisos penitenciarios pero, en muchos casos, acaban abriéndose más de lo que planeaban", subrayan los profesionales. "Y les cuesta", remarcan, "porque no saben cómo expresar lo que sienten". Para conseguir que se abran realmente están las sesiones individuales con Samantha en un espacio al que llaman 'Chill out', decorado por los propios reos y que no parece un trozo más de prisión. "Como saben que nadie los ve, pueden llorar. Y casi todos lo hacen", dice.

El objetivo real de estos programas es evitar que haya más víctimas en el futuro. Y los datos demuestran que funcionan: la tasa de reincidencia se ha reducido del 40% al 20% en los últimos 20 años. "Trabajamos con cinco fases distintas: reconocimiento, arrepentimiento, perdón, reparación y autoperdón", sintetiza Javi. Es decir, los internos primero deben comenzar por admitir que son responsables de sus actos en lugar de presentarse a sí mismos como víctimas de una situación ante la que no tuvieron otra salida: sí la tenían, podían marcharse, podían darse cuenta de que en ese instante estaban siendo controlados por "emociones" como "la rabia" o el "miedo" y que, en el futuro, si estas aparecen de nuevo cuando estén otra vez en la calle, y son capaces de reconocerlas y de aceptar el daño que pueden provocar, tendrán la opción de irse en lugar de atacar.

Taoufik, un marroquí de 38 años que cumple tres años de condena por apuñalar a otro hombre, asegura que en la cárcel ha aprendido a analizarse, a descubrir que puede perder el control. "Antes pensaba que dominaba las situaciones, ahora sé que no", admite. Agustín Benitez, de 35 años, después de seis años en una celda que ha llenado de libros, comenzó el programa creyendo que sería una pérdida de tiempo. Y no. Ese ha sido su aprendizaje, razona, que tiene "demasiados prejuicios".

El arrepentimiento

Después de admitir que son responsables de sus actos, toca empatizar con la víctima. "Metéis cizaña, esto duele", les recrimina otro de los presos cuando se aborda esta parte, que inevitablemente implica que asuman el dolor que han dejado. Samantha y Javi responden al interno con una sonrisa, sin negarlo, y completan esa acusación proponiendo otra manera de ver la labor de estos trabajadores –la mayoría mujeres– que no miran a los autores de los delitos más graves como demonios sino como un fracaso compartido: "Todos somos como un mueble lleno de cajones y aquí aprendemos a abrirlos todos y a limpiarlos antes de cerrarlos otra vez".

"Si pudiera volver atrás, me iría de aquel lugar para que su hijo siguiera aquí con nosotros"

Un reo de espalda ancha y cabello recogido en una coleta que deja al descubierto media nuca rapada lee al final de la clase una carta que ha escrito a la madre del chico que asesinó. Antes de compartirla, señala que el día que quitó una vida creyó erróneamente que tenía que impedir a cualquier precio que alguien que no era de su barrio "hubiera venido a vacilarlo". El escrito, que silencia de golpe la sala, nunca va a ser enviado por correo: "Muchas veces pienso en usted, que es la madre, y se me cae el mundo encima. Ya que yo también soy padre, y entonces me pongo a pensar en mi hijo. Y en que fuera yo el que está en la situación en que está usted. Pienso que no sé si sería capaz de superarlo. Siento mucho haberle causado este dolor tan profundo. Si pudiera volver atrás, yo volvería a aquel día y me iría de aquel lugar, para que su hijo siguiera aquí con nosotros".

La culpa

Luis es el único agresor sexual que accede a hablar con este diario. Pero pide que se oculte su nombre real –que no es Luis– y que no se aclare en qué consistió el delito continuado que perpetró contra una menor y que lo mantiene entre rejas desde 2017 porque, aunque no llegó a usar la violencia, el suyo es el pecado "más estigmatizado".

"No volveré a hacer daño a nadie porque ahora soy consciente de lo que hice"

Por encima de una barba blanca de druida, asoman dos ojos inteligentes que advierten que Luis es alguien cultivado, y por la calma con la que se explica, también reflexivo. "No volveré a hacer daño a nadie porque ahora soy consciente de lo que hice. Cada vez que veo en las noticias un delito sexual se me revuelve el estómago. Además, ahora sé cómo tengo que evitar las situaciones de riesgo de que vuelva a reincidir y tengo a mi entorno, sobre todo a mi mujer, que me da su apoyo y también está atenta".

David es el educador que trata a los presos por delitos sexuales y, sin querer sentar cátedra al respecto, opina que, mientras que entre los delincuentes violentos abundan las vidas desestructuradas, entre los violadores hay de todo. "La sexualidad está en el centro, es el eje de la rueda, y si está mal, afecta al resto de la estructura", razona, antes de señalar que muchos de los agresores tenían una familia y un trabajo normales.

David sabe que trata con los autores de los delitos que más rechazo generan y admite que también él debe superar la repulsión que siente al leer las declaraciones de sus víctimas. Pero lo cierto, razona, es que muchos no han recibido nunca ayuda psicológica, ni han podido expresar nunca su pesar, y eso puede cambiar las cosas. Solo un 5% de los delincuentes sexuales vuelve a actuar al salir de la prisión.

Al final del proceso al que los someten los 'hurgadores', está el "autoperdón", perdonarse a uno mismo. "Entonces les damos herramientas para que puedan poner la cabeza en la almohada cada noche y dormir", concluye Javi. Es la parte más difícil. "Haría lo que fuera, si pudiera, para que la víctima estuviera mejor, pero no puedo", asegura Luis. "Y si no superas la culpa, seguirás haciendo daño a la gente que aún te quiere", concluye.

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