Violencia de género

Casi 11.000 agresores machistas han sido reeducados en prisión

El 89,94% de condenados por atacar a una mujer no reincide tras seguir el programa de reeducación

Conducción a prisión del detenido por matar a tiros en Llíria (Valencia) a su expareja y a su madre, el 11 de noviembre de 2015.

Conducción a prisión del detenido por matar a tiros en Llíria (Valencia) a su expareja y a su madre, el 11 de noviembre de 2015. / MIguel Lorenzo

Juan José Fernández

Juan José Fernández

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"¿Alguna vez planeó quitarle la vida a alguien?". "Tras atacar a su mujer, ¿qué pensó hacer: huir, esconder pruebas, entregarse a la Policía?". En el paso por la cárcel de un condenado por violencia machista llegará un día en el que un psicólogo penitenciario le hará preguntas como esta… si acepta que le ayuden.

Esas cuestiones forman parte de la evaluación de un penado por atacar a una mujer, primera fase del PRIA, un itinerario de tratamiento penitenciario apenas conocido extramuros de las prisiones, quizá porque uno de sus lubricantes es la discreción: el terapeuta y los presos prometen no contar el contenido personal, sin relevancia jurídica, de sus conversaciones.

"Antes de atacar a su pareja, ¿alguna vez la humilló en público?". "¿Le prohibió ver a sus amigas?". "¿La amenazó con matar a los hijos y suicidarse?". "¿Mató a su mascota?". El PRIA y sus cuestionarios meten al terapeuta y al preso en un viaje a menudo terrorífico por oscuros paisajes mentales, plagados de creencias irracionales sobre la mujer y el amor.  Si todo va bien, a mitad de tratamiento el preso verá lo que ha hecho, sin excusas ni paliativos; apreciará el dolor causado. Será en esa catarsis cuando empiece a salir de su círculo de violencia.

10.944 hombres tratados

El PRIA es la herramienta con la que el Estado reeduca a este tipo de delincuente, cerca de 7.000 de los 47.000 internos de las prisiones españolas. Las siglas se refieren al Programa de Intervención para Agresores, desarrollado por Interior para su aplicación entre rejas o fuera, en medidas penales alternativas. Un cuarto de los condenados suele acogerse.

El programa ha cumplido 20 años, durante los cuales, según datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, lo han seguido 10.944 reclusos. En 2022 han sido 866; en 2021 fueron 1.003. Hoy el programa está en marcha en 49 de 66 prisiones regidas por Interior.

Seguir el PRIA no es obligatorio -salvo cuando la condena lo lleve aparejado- aunque las autoridades académicas y los profesionales penitenciarios coinciden en que tiene éxito: modifica creencias machistas del agresor, no vuelve a atacar: el 89,94% de quienes completaron el programa no han retornado a prisión por violencia de género.

Momentos clave

El tratamiento penitenciario de un agresor de género tiene tres fases (evaluación, desarrollo y seguimiento posterior), diez pasos y tres objetivos: que el penado admita su culpa, que identifique sus ideas irracionales y que empatice con la víctima.

Hay un momento clave: "Que él acepte participar en el programa", señala Meritxell Pérez, psicóloga y profesora de Criminología de la Universidad Pontificia Comillas.

Parapetos mentales del agresor: la negación (“no fue como ella ha contado”, “yo no estaba allí”…) o la minimización (“no fue para tanto”, “nos peleamos como cualquier pareja…”)

Pérez evaluó el PRIA para el Instituto de Ciencias Forenses de Madrid sobre 770 casos de penados por violencia machista. Hoy tiene "evidencia empírica de que el programa funciona, y cambia distorsiones cognitivas sexistas y violentas del agresor", cuenta.

En el primer escalón, el especialista evalúa el caso entrevistando dos veces al delincuente. En el primer encuentro será descartado si es drogadicto sin tratamiento, sufre una psicopatología, no conoce el idioma o no tiene capacidad intelectual.

En el segundo llegan las preguntas delicadas sobre la agresión, cómo fue, cuántas veces… Y aparecen las primeras barreras del agresor: la negación ("no fue como ella lo ha contado", "yo no estaba allí"…) o la minimización ("no fue para tanto", "nos peleamos como cualquier pareja normal…").

No son enfermos

El terapeuta decidirá si el preso puede seguir el programa en grupo. El PRIA dura entre seis meses y un año, con entre 25 y 50 sesiones de dos horas y media semanales en grupos de un máximo de 12 personas. Pero "depende de la gente que esté en el centro, sus perfiles, sus condenas, del momento de cumplimiento…", explican en Prisiones.

Por incluir términos como 'terapéutico' o 'tratamiento', el PRIA ha levantado recelos en sectores feministas, que aprecian riesgo de que el agresor machista sea visto como un enfermo. La psicóloga Pérez, que usa la palabra 'intervención' en vez de 'tratamiento', niega ese marco: "Que alguien se someta a una intervención psicológica no significa que padezca una enfermedad mental".

"No son enfermos", corrobora Yadira Velasco, psicóloga penitenciaria de una cárcel del norte, por cuyas manos, desde 2015, han pasado ya 150 internos. En sus grupos a veces han coincidido agresores moderados con asesinos.

"Yo lo que quiero es que te conozcas", suele decirles Yadira a los condenados. "Es calve que entiendan por qué hacen lo que hacen".

"Escuchando a los asesinos, los agresores menos violentos pueden ver en qué podrían llegar a convertirse", explica. En su opinión, el que ha matado ve antes y con más claridad el daño que ha causado.

"Yo lo que quiero es que te conozcas", suele decirles Yadira al empezar. "Es clave que entiendan por qué hacen lo que hacen, por qué se comportan así. A la mayoría nunca les han hablado de cosas muy básicas, tienen un fuerte déficit emocional que trabajan por primera vez en su vida", explica.

Una buena parte de los encarcelados por violencia de género lo son por romper una orden de alejamiento. "Les cuesta entender que está mal –cuenta Velasco-. Te dicen ‘yo solo fui a pedirle perdón’, o ‘yo solo fui para hablar’…".

Esa actitud tiene que ver con la primera fase, en la que el agresor muestra "muchas barreras defensivas". Son las excusas y justificaciones: "Ella se estaba pasando", "estaba borracho, no era realmente yo".

Una silla vacía

Entre debates y ejercicios de grupo llegará uno duro para el preso. Sentado ante una silla vacía, hará los papeles de él como agresor y de ella como víctima. "Cuando el penado llega a la asunción de responsabilidad ante otros once hombres, cuando ya puede contar el delito sin excusas, se derrumba", relata Velasco.

Piedrabuena (Ciudad Real) acoge el funeral de Belén, joven asesinada el 8 de enero.

Piedrabuena (Ciudad Real) acoge el funeral de Belén, joven asesinada el 8 de enero. / Eusebio García del Castillo - Europa Press

No todos alcanzan esa fase de empatía; siempre hay un 2% incapaz de sentir lo que siente la víctima. Ni todos pueden ser reeducados desde el primer día. "Algunos condenados a penas menores empiezan enseguida; con otros es mejor esperar que la estancia en la cárcel haga antes su efecto educativo–explica-. Yo he tenido alguno que ya llevaba 13 años en prisión".

Momentos de peligro

Seguir el programa dará puntos al preso para que se le den beneficios penitenciarios, incluso el tercer grado. Pero el tratamiento peligra si, al salir, no lo puede continuar. Es el momento en que el agresor se enfrenta a que ha perdido la custodia de sus hijos, "y se le realimentan las creencias violentas", cuenta Yadira. Creencias como "me está provocando", "ya está ella con sus locuras" o "la trato así porque la quiero demasiado". Entre los mitos que los terapeutas identifican como más tóxicos está el de la media naranja, pensar que la pareja que uno tiene es la predestinada, la única que debe tener.

Otro momento peligroso será la vuelta a un entorno familiar tóxico, que justifica su violencia. Yadira habla a menudo con exalumnos. Uno le llamó al poco de volver a la calle y le contó: "Le he tenido que pedir a mi madre: ‘mamá, no me digas más: fui yo el culpable, no ella, solo yo".

Violencia virtual en Catalunya

El sistema penitenciario catalán fue pionero en programas de intervención sobre agresores machistas, y hoy cuenta con un sistema muy similar al PRIA -de hecho, es catalana la base teórica del programa que aplica el Ministerio del Interior-, pero con una novedad tecnológica prometedora: la realidad virtual.

El Centre d’Estudis Jurídics i Formació Especialitzada (CEJFE) hizo en 2021 y hasta comienzos de 2022 una prueba piloto con ocho presos de Lledoners. Habían cometido homicidio, maltrato o quebrantamiento de condena, siempre con la violencia machista como epicentro. Al colocarse las gafas de realidad virtual, el preso se ve en una prueba parecida a la de la silla vacía: hablando del caso como mujer sentada ante su maltratador y como agresor sentado ante su víctima. El CEJFE ha concluido que ese tipo de tratamiento mejora la empatía del agresor con la víctima. También se han probado gafas de realidad virtual para maltratadores en el Centro de Inserción Social de Vigo (Pontevedra).

Concentración de la Comisión 8M del Movimiento Feminista de Madrid el pasado 29 de diciembre por el repunte de asesinatos machistas.

Concentración de la Comisión 8M del Movimiento Feminista de Madrid el pasado 29 de diciembre por el repunte de asesinatos machistas. / Fernando Sánchez - Europa Press

Según datos de la Generalitat, el 42% de quienes acuden a las oficinas de atención a las víctimas de delitos han sufrido violencia de género. En 2022 fueron atendidas en Catalunya 11.952 víctimas de violencia machista (datos a 1 de octubre) y se cursaron 11.566 denuncias. De 11.630 "hechos principales" anotados por los Mossos –de los que 1.519 fueron violaciones de órdenes de alejamiento- se derivaron 5.278 detenciones.

En Catalunya, la evaluación por el CEJFE del programa formativo en los delitos de violencia de género asevera que un 90% de los condenados por ataques machistas no reincide. La reincidencia es mayor entre los que no siguen los programas y, paradójicamente, se les considera en “riesgo bajo” de volver a atacar: 25,1%.

Se cruzan con este dato otros del CEJFE, como que el 44% de los penados vivió el maltrato en su familia de origen, o que un 40% se drogó o emborrachó antes de agredir a su pareja.

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