Iglesia católica
Un día cualquiera para despedir a Joseph Ratzinger
En una Roma más abarrotada que de costumbre, muchos turistas parecían desconocer la última hora
Irene Savio
Periodista
Este sábado no ha sido un día cualquiera en el Vaticano. Pero en las cercanías del pequeño Estado, en las calles aledañas e incluso en la plaza de San Pedro, ese fue el sentir común durante gran parte de la jornada. En una Roma más abarrotada que de costumbre por los días de fiesta, los turistas, en cantidades industriales, iban y venían. Los vendedores ambulantes abrieron sus tenderetes como siempre. E incluso el tráfico de coches amaneció tan caótico como está desde que la pandemia del coronavirus ya no es lo que era.
Temprano en la mañana, la instantánea contrastaba con el ánimo dentro de la nueva Sala de Prensa del Vaticano de la vía del Hospital. Allí, a eso de las once de la mañana, el portavoz vaticano, el ítalo-británico Matteo Bruni, apareció para dar la noticia de la muerte de Benedicto XVI a los periodistas acreditados, con voz quebrada y ojos húmedos. “¿Matteo, te sientes bien? Te ves afectado”, le preguntó finalmente una cronista. “Es el primer Papa…”, respondió Bruni, sin acabar la frase y voz aun más tenue.
Solo en torno a la una de la tarde el mundo de fuera y el de dentro parecieron encontrar algo de armonía, al manifestarse una primera señal de anormalidad también en la calle. Ocurrió cuando la policía italiana aumentó su presencia en la zona y acordonó la explanada delante de la plaza de San Pedro, por lo que muchos curiosos y turistas se colocaron detrás de algunas vallas para observar desde más lejos lo que sucedía dentro del recinto. Otros, en cambio, formaron dos colas para pasar los lentos controles de seguridad e ingresar en la zona de acceso restringido.
¿Se ha muerto?
Dentro y fuera de este recinto, sin embargo, el clima no cambió, permaneció de cierta apatía ante la muerte del expapa alemán, fallecido en un convento a poca distancia de allí. “No. ¿Quién ha muerto? No lo sabíamos. ¿Cuándo ocurrió?”, fue la respuesta de una pareja de Milán, Arianna y Andrea, de 28 y 27 años, al ser preguntada sobre el asunto ya pasadas unas cuantas horas desde que se conociese primero la noticia. “¿Qué me acuerdo de él? Recuerdo que dimitió, poco más”, contó Arianna. “Tampoco me parece mal que la gente crea en algo. Es importante para algunos”, reflexionó Andrea.
“Es posible que mi madre sepa más de él (Benedicto XVI) que yo”, razonaba, por su parte, Dilara, una turista alemana de 25 años y fe musulmana. “Yo he venido aquí hoy por la historia”, aclaró. “La verdad es que no somos religiosas. No sabemos mucho de él”, coincidía Carola, una joven de 19 años de Génova, mientras a su lado un hombre gritaba por teléfono la identidad del líder fallecido. “¡No se ha muerto el argentino, se ha muerto el alemán!”, explicaba.
Una excepción eran el empresario congoleño Brice Atembina y su amigo, el calabrés Enzo Di Stasi, archivista de profesión. “Conocí a Joseph Ratzinger en los años ochenta cuando era cardenal y mi padre, embajador ante la Santa Sede”, explicó el primero. “Lo cierto es que fue un hombre que hizo mucho para los países africanos, intentó dar esperanza y trabajó para fomentar el diálogo interreligioso”, consideró. “Siempre tuve una gran estima y admiración por su este hombre que tenía una cultura excepcional y era muy humilde”, añadió Di Stasi. “Su figura se agrandó cuando tomó la decisión de renunciar al pontificado”, concluyó.
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