cataclismo medioambiental

La temperatura del mar impide reproducirse a la nacra, un gigante en peligro de extinción

Tras morir millones de ejemplares desde 2016 víctimas de un misterioso parásito, esta especie renuncia este 2022 a su primavera sexual por la temperatura del mar

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Carles Cols

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Las extinciones de especies raramente son repentinas. De acuerdo, ocurrió por un cataclismo con los dinosaurios hace 65 millones de años. Salvo por los creacionistas, ese es el ejemplo aceptado por todos. La del dodo, aunque rapidísima también, no puede considerarse súbita. La isla Mauricio, su único hogar, permaneció prácticamente deshabitada por el hombre hasta 1638. Para aquel pájaro, gordete, manso e incapaz de volar, aquella novedad, la aparición de unos mamíferos bípedos, fue toda una tragedia. En 1662 fue visto el último ejemplar vivo. Esa plusmarca de extinción veloz amenaza con batirla ahora un gigante de los mares, la nacra, que por su aspecto parece simplemente un mejillón de colosales dimensiones, pero es, ya verán después, mucho más que eso, es un animal muy singular. La cuestión es esta: desde 2016, un enemigo de origen totalmente desconocido hasta entonces por los biólogos y, después, una cadena de desdichas, entre ellas, cómo no, la crisis climática, han puestos a las nacras a un paso del abismo. En este 2022 parece incluso como si hubieran decidido caminar colectivamente hacia el cadalso y han renunciado a su primaveral fiesta de la reproducción, algo tal vez sin precedentes. Hay planes y financiación para evitar esa aparentemente inminente extinción, y por ello merecen ser contados.

Los protagonistas principales de esta terrible historia son dos. A saber.

‘Pinna nobilis’, ese es el nombre científico de esta especie endémica del Mediterráneo que durante cinco millones de años ha poblado las praderas submarinas de posidonia. Ahí donde era abundante, siempre antes de 2016, confería al lugar un paisaje insólito, como si un Obélix submarino hubiera plantado miles de menhires. Una nacra adulta, que puede superar el medio siglo de edad, llega a medir más de un metro de altura puesta en pie, su posición natural. Es, mano a mano con la almeja gigante (‘Tridacna gigas’), el molusco más grande del mundo, y si del Mediterráneo se trata, el más colosal sin duda.

‘Haplosporidium pinnae’. Este es el antagonista de la nacra este drama submarino. Es un parásito del que nada se sabía antes de 2016, casi como si ese año hubiera llegado de otro mundo. Tal vez, se sospecha, es un ser mutante. No ha pistas claras sobre su procedencia. No ataca a ningún otro bivalvo lejanamente emparentado con las nacras. Su repentina llegada a aguas del Mediterráneo es tan sorpresiva como lo fue para los dodos la llegada de los europeos a Mauricio. De él solo se conoce su peligrosidad (ataca las glándulas del sistema digestivo de la nacra) y, sobre todo, su insaciable expansión. Causó los primeros estragos en las costas del sur de España. Ya está en Turquía. Quedan muy pocas aguas mediterráneas que no haya colonizado. Las menos salinas, como la bahía de los Alfacs.

La punta superior de una nacra, como in iceberg, despunta por encima de la lámina superior del mar.

La punta superior de una nacra, como in iceberg, despunta por encima de la lámina superior del mar. / IRTA

Para la mayor parte de los lectores cincuentones o más, la nacra es, probablemente, un recuerdo de la infancia. Su concha, nacarada e irisada por su parte interior, se vendía en las tiendas de souvenirs de la costa al lado de las colchonetas hinchables y de los cubos y las palas de hacer castillos. También era frecuente que decorara la pared de un restaurante de paellas, comúnmente entrelazada en una red de pescador. Aquello, con la mirada de hoy, era una insensatez, pero lo cierto es que había millones de nacras en el lecho marino.

Sus enemigos naturales eran los pulpos, las estrellas de mar y algún pez voraz, y los antinaturales eran, queda claro, los pescadores. La nacra, aunque no lo parezca, también se come. La musculatura que une al animal con su concha se considera una delicatesen en algunos puertos, puede que más por su rareza que por su sabor. Pero su captura era, sobre todo, con otro fin. No como objeto decorativo. Ya desde que Mesopotamia era la cuna de la civilización, los filamentos que coronan las nacras eran empleados para tejer el apreciadísimo biso, una seda del mar antes de que la seda verdadera llegara de oriente. Hay quien ha contado hasta las veces que aparece citada en el Antiguo Testamento como símbolo de distinción, en 45 ocasiones, la mayoría en el trasiego de tesoros del reinado de Salomón, pero también aparece mencionada en los textos clásicos, porque con esa costosísima seda (1.000 conchas se necesitaban para tejer un cuarto de kilo de tela) se vistieron Cleopatra y las prostitutas con más posibles de Roma.

Caminando entre menhires.

Caminando entre menhires. / IRTA

El caso es que tras cinco millones de años de tranquilidad, e incluso 4.000 de soportar a los humanos, que no es poco, las nacras están a día de hoy en peligro crítico de extinción, una situación extrema a la que han llegado en solo seis años, certifica Patricia Prado, bióloga del IRTA literalmente sumergida en la preservación de esta especie tan magnífica. Prado pilota uno de los proyectos que financia la Fundación Zoo de Barcelona, una línea científica realmente muy poco conocida de este parque animalista. Los debates ‘zoo sí, zoo no’ eclipsan lamentablemente estas líneas de trabajo. Como recuerda su presidenta, “desde esta fundación se han financiado estos últimos años 39 proyectos de investigación y conservación de especies, mano a mano con otras entidades y administraciones, y lo cierto es que en algunos casos empiezan a dar frutos”.

Patrícia  Prado rescata un ejemplar de nacra, dentro del proyecto de cría en cautividad para salvar a esta especie.

Patrícia Prado rescata un ejemplar de nacra, dentro del proyecto de cría en cautividad para salvar a esta especie. / Pere Virgili

Eso último sería lo deseable en el caso de la nacra, que diera frutos, pero lo cierto es que el parásito que ataca su sistema digestivo no es ya su único problema. Lo ocurrido este año es una puntilla preocupante.

Desde que comenzó esta supersónica extinción en 2016, la única luz al final del túnel eran aquellos rincones del Mediterráneo en los que inesperadamente las colonias resistían mejor que en otras partes. Dos lugares de estudio, que conoce bien la bióloga Prado, con las bahías de los Alfacs y del Fangar. En la primera, en 2014, o sea, antes del cataclismo, se calculó que había unas 90.000 nacras, vamos, más que habitantes en todo el delta. En julio de 2018, con el agua a más de 28 grados, se constató una tremenda mortalidad. Se calculó que sobrevivieron solo un 0,1% de los ejemplares. La sorpresa fue que una búsqueda más paciente reveló la existencia de colonias de unos 2.000 individuos que habían sobrevivido a aquel trágico 2018. La razón era que el parásito no estaba en esas aguas porque probablemente su salinidad, fruto de las aportaciones de agua de los arrozales, era menor. Lo mismo ocurrió en el Fangar. Ahí, también en aguas poco salinas habitaban 533 nacras, una feliz noticia que se fue al traste cuando el temporal Gloria azotó esa parte de la costa y terminó con la mayor parte de ellas.

Recolección de nacras de aguas tal vez contaminadas por el parásito, para su posterior mantenimiento en una zona segura.

Recolección de nacras de aguas tal vez contaminadas por el parásito, para su posterior mantenimiento en una zona segura. / IRTA

Esa es la cuestión, que el parásito, en esta guerra, tiene aliados inesperados. Unas veces es un temporal y otra las sinrazones humanas. En el mar Menor, en Murcia, hogar en los años 80 de alrededor de un millón de nacras, los problemas medioambientales han provocado que la población no supere actualmente los 2.000 o 3.000 ejemplares.

Y en esta cadena de catastróficas desdichas, llega por fin este 2022 de temperaturas insoportables en tierra, pero, en especial, de una anomalía térmica en el Mediterráneo, una sorpresa cuyo impacto es, por mayúsculo, muy difícil aún de calcular, aunque solo el ejemplo de las nacras es perfecto para ilustrar una parte de cuanto puede suceder. Esta es una especie, como todas, muy exigente a la hora de reproducirse. Son animales hermafroditas que liberan óvulos y esperma cuando la temperatura es la idónea, en opinión de su adn, a unos 20 grados. Durante miles de años, esa fiesta de la procreación la han celebrado las nacras durante más de un mes y medio alrededor de mayo, tras el frío del invierno y antes de la llegada de los bañistas. Este 2022, sostiene, Prado, no ha habido fiesta, El tránsito del agua fría al caldo ha sido muy veloz. Este será un año sin natalidad, como si los ejemplares aún vivos de esta especie hubieran abrazado las tesis de los antinatalistas, y, peor aún, de gran estrés, pues con temperaturas superiores a los 28 grados, como ya sucede en algunos puntos de la costa, este bivalvo que vistió a Cleopatra sufre lo indecible.