crónicas zoológicas

El Zoo de Barcelona sale al rescate de un ave en el abismo de la extinción

Cuatro hembras de ibis eremita, especie mítica en las culturas judeocristiana, egipcia y griega, aguardan la pronta llegada de cuatro machos

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Carles Cols

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El Zoo de Barcelona, recuerden, ese recinto en la lista negra de algunas asociaciones animalistas que pretenden imponer una severa castidad a sus bestias salvajes salvo que sean de fauna local (tritón del Montseny, sapillo balear, tortuga mediterránea…), se acaba de meter de lleno en el programa de reproducción y rescate de una especie amenazada hasta por el Estado Islámico, lo cual se dice pronto. Cuatro hembras de ibis eremita recién llegadas de un zoológico sueco aguardan la próxima entrada en su aviario de cuatro machos de esta misma especie actualmente residentes en Alemania. Cuatro y cuatro. Las cifras no engañan. El zoo barcelonés, efectivamente, se ha ofrecido como tálamo del amor de un ave a medio paso de la extinción y a la que no le vienen nada grandes los epítetos de bíblica y mítica. No se pierdan por qué.

Con la castidad que los animalistas quieren imponer al zoo, el ibis debería buscarse otro tálamo para asegurar su supervivencia

Nunca en los 127 años de historia del Zoo de Barcelona ha habido entre los integrantes de su colección ni un solo representante de ‘Geronticus eremita’, la más desafortunada de las distintas variedades de ibis, porque el resto sobreviven en estos tiempos con más gloria que pena, pero esta en concreto, que antaño dominó los cielos de media Europa, la mitad de África y el codo occidental de Asia, vive hoy en libertad absoluta y de forma estable solo en el parque nacional marroquí de Sus-Masa, donde residen algo más de 600 individuos. En Turquía hay una frágil colonia en régimen de libertad vigilada (cuando es época de migraciones se les enjaula para evitar que se hagan daño por ahí) y, hasta hace bien poco, había una colonia en Siria, de la que hay que imaginar lo peor. No es buena cosa haber tenido como vecinos de desierto a los lunáticos del califato del siglo XXI. La buena nueva para esta especie es que en Cádiz se han conseguido poner en libertad, gracias a un exitoso programa coordinado por el Zoo de Jerez de la Frontera, a un centenar de ibis eremitas, con la esperanza, tal vez, de que algún día en el futuro descubran la existencia de sus familiares marroquís y se establezca una ruta Air Ibis que sobrevuele el estrecho de Gibraltar, ni que sea con la animosa estrategia ensayada en Austria con esta misma ave, a la que se acompañó con aviones ultraligeros para mostrarles algunos destinos interesantes para nidificar. De momento, Air Ibis es una hipótesis remota. “Todavía no tenemos un saldo vegetativo positivo”, explica Miguel Ángel Quevedo, responsable jerezano de este proyecto, “por eso es importante que recibamos polluelos criados en cautividad en otros zoos”.

Es en ese programa de resurrección de esta especie que promueve la Junta de Andalucía en el que se ha implicado Barcelona. Es un programa, sea dicho ya de paso, que permite constatar que siempre quedan cosas inéditas por ver en el campo de la conservación del medio ambiente, pues los responsables de aquel proyecto, para que las aves no se humanicen, interaccionan con los polluelos vestidos de riguroso negro (como el plumaje iridiscente del ibis eremita) y con unos graciosos cascos de ciclista a los que se les ha adosado una suerte de mascarón de proa con el aspecto de un ibis adulto. Si tal disfraz se emplea algún día en el recinto animalista de la Ciutadella, allá por primavera, en época de eclosión de los huevos, será convenientemente documentado en estas páginas.

Que Barcelona, en pleno dilema sobre qué rumbo debe emprender su Zoo, se haya sumado a este proyecto tiene su qué. Subraya, de entrada, cuán alegremente se sentencia a veces qué es una especie autóctona amenazada. En cierto modo, el ibis eremita es más de por aquí que el gazpacho, pues cuando el tomate aún no había llegado a Europa, esta ave anidaba de forma habitual en las almenas de los castillos medievales. Era parte del paisaje común y, no solo eso, era un eslabón de la cultura cristiana, clásica y egipcia, ahí es nada.

En las versiones más comodonas del Génesis del Antiguo Testamento se sostiene que el primer animal que Noé soltó para comprobar si las aguas habían vuelto a su lugar fue un cuervo, pero algunas fuentes sostienen que es un error de traducción, que esa primera ave fue ibis eremita, al que, por cierto, durante un tiempo se lo llamaba popularmente cuervo calvo. Realmente lo parece.

Su plumaje causó impresión en la antigüedad, al menos en Heródoto, que supuso que cortaba como el acero

Menos dudas hay en que esta variedad de ibis, mano a mano con el ibis sagrado, es el animal que forma parte de los pictogramas de la escritura jeroglífica egipcia y, más aún, se le consideraba la encarnación en el Nilo del dios Tot, símbolo de la sabiduría.

Más fantasioso es el papel que en la Grecia clásica se reservó al ibis, pues, según Heródoto eran nada menos que las aves antropófagas de Estínfalo, capaces de causar estragos con sus afiladas plumas de bronce y a las que tuvo que poner en vereda nada menos que Hércules.

Total, que el Zoo de Barcelona, en su hora más crítica, ha decidido no bajar la guardia y se ha puesto una vez más el traje de los grandes rescates. Por qué este ibis y no otros de sus primos cercanos se ha asomado al precipicio de la extinción tiene muchas explicaciones. La caza, los pesticidas, las torres eléctricas…, las razones son muchas, pero despunta, por contemporánea, los problemas con la vivienda. A diferencia de otros ibis, este busca cornisas, naturales o artificiales, de muy específicas características para poner huevos y, al parecer, esos nidos escasean. En el aviario que les han asignado en el Zoo eso ya está previsto. Son unas cajas que ellos mismos deberán acondicionar con las ramas y otros restos vegetales que los responsables de la instalación le han dejado para cuando los cuatro machos lleguen de Alemania.

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Un ibis sagrado visita Barcelona

Aunque con una silueta casi calcada, el ibis sagrado jamás puede confundirse con un ibis eremita. Este último es negro, de tonalidades metálicas según le dé la luz del sol. El sagrado viste de blanco, salvo la testa y la cola, oscuras como un tizón. Por el primero sufre la UICN, la mayor autoridad mundial de conservación de la naturaleza. El segundo, en cambio, se ha adaptado a la perfección al mundo actual, tanto que, sin que se sepa muy bien de dónde sale, un ejemplar visita de vez en cuando las copas de los árboles del Zoo de Barcelona, que con el tiempo se ha convertido en una microrreserva natural dentro de un parque zoológico. La repera.