Denuncia
“Luz de gas” y “política del miedo”: así relatan su labor trabajadoras de una oenegé
Empleadas de Apramp, dedicada a ayudar a mujeres víctimas de trata, relatan las restricciones de comida y la imposibilidad de realizar llamadas que sufren las usuarios
Apramp es una oenegé que ofrece apoyo a mujeres y niñas víctimas de trata con fines de explotación sexual. Decenas de trabajadoras del tercer sector han ido pasando por sus recursos, pero ahora un grupo de ellas, formado por más de una treintena, denuncian lo que consideran una “política del miedo” para ejercer sus funciones allí.
Todo estalló con una denuncia anónima en la cuenta de Instagram Alegría Red Social, una comunidad de profesionales de intervención social y educación. Muchas experiencias hablaban de bajas. “Cuando ves que se repite lo mismo en diferentes partes de España y épocas es porque la situación es estructural”, asegura quien lleva esta red.
Manuela (nombre ficticio como todos aquí para preservar su intimidad), una de las extrabajadoras, enseña su parte médico: “Trastorno mixto ansioso depresivo reactivo a problema laboral”. Su compañera Cristina tiene otro por ansiedad. “Cuando aparecieron esas historias era como si las hubiésemos escrito nosotras, pero ni nos conocíamos ni habíamos trabajado en la misma época. Habían calcado la experiencia”, asegura.
Ella califica como “luz de gas continua” el trato con dirección y coordinación. Varias de ellas señalan “mal tono” en el grupo de Whatsapp por parte de las responsables. “No todos los mensajes son así, pero hay un refuerzo tan intermitente que he tenido pánico de escuchar un audio suyo”, añade.
“Escriben por los grupos para cuestionar el trabajo que se hace y tratar a sus trabajadoras de ineptas, en muchas ocasiones faltando al respeto e incluso gritando a las profesionales”, rezaba uno de esos mensajes anónimos publicados en Instagram.
La comida, escasa
Pero no solo el trato con ellas les provocó el rechazo. Una de las denuncias que más se repiten es sobre la comida. “Bajo mi parecer prima lo económico porque muchas veces faltan alimentos”, responde Manuela. Aseguran que trabajadoras de oficinas llevaban su propio papel higiénico para no tener problemas.
“En uno de los pisos sí que he visto que faltaba comida por todos lados. De hecho, una vez reestructuramos el menú para contar con la poca que nos quedaba. Una trabajadora contó mal las pechugas de pollo y la directora insinuó que habíamos robado una. Además, a las mujeres no se les deja merendar. Y si lo hacían solo podía ser fruta”, añade Marta, trabajadora actual.
“Y si tienen esa fruta es porque no se la han comido de postre”, asegura Cristina. La dirección les respondía que esta comida “no estaba presupuestada” y se preguntaban si “cuando salieran del piso las usuarias merendarían”. En el pliego de la Comunidad de Madrid, al que ha tenido acceso este medio, sí la incluye entre las cuatro comidas. “Les cuentan hasta el milímetro los polvos de leche, ya que ni siquiera les dejan un mísero euro para un cartón”, dice otra denuncia.
Marta también critica, como varias de sus compañeras, el número de llamadas que pueden hacer las usuarias: “A veces no se realizaban porque a las jefas no les venía bien o no podían ir al locutorio”. Recuerda el caso de una mujer que “lloró durante dos semanas seguidas porque era el cumpleaños de su hijo, enfermo, y no se le concedió hacer una videollamada”.
“Tras Apramp comencé en un proyecto que tenía parte de trata en otra entidad y no tiene nada que ver. Las mujeres tienen plenos derechos. Aquí no: ni libertad ni poder de decisión sobre sus vidas. Les niegan llamadas. A veces se alegaban motivos de seguridad, pero otras eran arbitrarios. Es un derecho, no un privilegio”, asegura Mireia, que trabajó hace alrededor de un año y estuvo más de medio allí. Cristina indica que las usuarias podían estar “semanas sin intevención psicológica”.
Riesgo de covid-19
La pandemia tampoco ayudó. “Lo que más me provocó ansiedad es que un piso de protección estaba cerrado. Con mujeres en situación de calle por el cierre de prostíbulos era justo cuando más había que movilizarse. Esa desidia me mató”, asegura Luz, una extrabajadora que estuvo más de medio año. Cuando entró la plantilla estaba cambiando. “Me dijeron que no había habido ninguna educadora que hubiese salido bien, pero no lo pensé mucho”, recuerda. Por entonces, tras un problema con una usuaria, la dirección le dijo esa superviviente de trata “se terminaría yendo con sus amigas morenitas”. Era africana.
“No podía dormir porque me daba mucho coraje que me pagara una organización como esa. Empecé a tener mala relación con el dinero que ganaba”, asegura Luz. Para ella, durante el periodo de confinamiento, “no hubo nada de seguridad ni protección”. “Tuvimos que pelear muchísimo el material". Se contagió como muchas de sus compañeras.
La asociación, que no ha querido hablar con este medio, sí señala que ahora tiene en plantillas 86 personas, de las cuales 22 son supervivientes de trata. De las que no, siete están ahora en situación de baja laboral (alrededor del 10%).
Para ellos, las bajas médicas de 2020 no reflejan “una realidad cotidiana”. “En cualquier caso, el número en Apramp en un año sin pandemia diría que es bajo o muy bajo”, asegura la persona encargada de enviar las cotizaciones a la Seguridad Social. Indica que “la excepción” fue ese año por el covid, aunque la mayoría de trabajadoras que hablaron con este medio -todas ejercieron en Madrid- tienen parte de baja por ansiedad emitido en los últimos meses.
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