Salida del Ave
Los vecinos de Urgell-Provença celebran el final de las obras
"Han sido muchos meses de ruido, polvo y vacío", resume un comerciante al conocer la noticia de que Adif confirma la llegada a meta para final de marzo
Los vecinos y comerciantes de las manzanas que dan a la calle de Urgell, entre Provença y Roselló, comienzan a verse liberados de los más de dos años de obras a cuenta de una salida de emergencia del AVE. El 'via crucis' no ha sido fácil. Sin olvidar, además, los meses de confinamiento. Desaparecen las grúas de siete pisos de altura y la tuneladora, igual que una parte de la protección metálica del chaflán mar-Llobregat. Se mitiga el ruido y se amplía la acera del atropello mortal de Muriel Casals, presidenta de Òminum Cultural, hace cinco años.
"Han sido muchos meses de ruido, polvo y vacío", resume un comerciante al conocer la noticia de que Adif ha confirmado a este diario que se llegará a la meta a final de marzo. "Ha sido horrible", concluye otro. Tras el azote, el vecindario muestra ganas de retomar la vida y el espacio perdido.
Clínic, Auró, Ipsi
Estaba previsto que la obra acabase en diciembre del 2020. Así que las incomodidades para el vecindario han tenido un trimestre de añadido. La inseguridad, el ruido y el estrés constantes han empujado al límite a los locales de esta zona próxima al hospital Clínic, la Escuela Industrial y los colegios Ipsi y Auró, salpicada de bares, restaurantes, colmados, una pastelería y un concesionario de automóviles. Algunos se vieron obligados a cerrar. "El primer año, la valla era mucho más larga y dejaba un camino estrecho en el que nos faltaba iluminación. Nos quejamos y pusieron iluminación, pero no ayudó mucho. Es cierto que al no poder pasar coches ni parar, quieras o no el negocio se ve afectado, hemos perdido clientes", comenta Ana Castillo, dependienta de la farmacia de la esquina del lado Llobregat. A su vez, clientes de la misma farmacia recordaban la angustia de los primeros meses. "Yo dejé de ir por esa calle, porque me da miedo la verdad, no es agradable pasar, por suerte la farmacia nos pilla en la esquina y aún se ve un poco", explica una de las clientas más mayores.
Obras y pandemia
La pandemia empeoró la situación y los negocios, que ya habían perdido la gran mayoría de turistas y clientes, se vieron afectados por nuevas restricciones que los empujó al límite. "Estas obras junto con los efectos de la pandemia han sido horribles. Lo peor es la claustrofobia que da pasar por la calle, nos han dejado un pasillo superestrecho y nadie quería pasar. Aquí estamos en la boca del lobo, la peor zona de las obras. Yo antes tenía terraza, venga, todo eso fuera ya", defiende la propietaria del bar La Parada, Marisa.
La vista desde los bares que quedan justo enfrente es la valla de metal de dos metros de altura, y la 'música ambiente', el ruido constante de las máquinas. "Afortunadamente tenemos clientela, nuestro local lleva más de 30 años en el barrio, pero entre la pandemia, los oficinistas teletrabajando y los vecinos más mayores sin atreverse a salir ni pasar por el corredor, hemos perdido casi todos los ingresos", dice Marisa.
Poca seguridad
En la enumeración de dificultades señaladas por los habituales de la zona destacan las quejas contra los ciclistas y motoristas que no respetan las normas invadiendo el pasillo marcado por la fachada de los edificios y la obra. Por la noche, los atracos "se han disparado", advierten. "A esas horas es un tramo bastante peligroso por la falta de espacio y luz. Los vecinos no quieren pasar", sostiene Ana Castillo.
El ayuntamiento señalizó la zona para evitar la invasión de bicis, patines y motos. Según los mismos propietarios, no sirvió de mucho. "La gente seguía pasando con las motos, las bicicletas, sin hacer caso. Yo mismo me reuní con responsables del ayuntamiento, su respuesta fue poner un guardia durante dos días y ya está. La falta de respeto y educación ha durado todos estos meses, seguimos igual", apunta Bernat, dueño de la herboristería Salut Natural.
La otra acera
De manera paralela, los comercios vecinos disfrutan de algo más de espacio. Aún en medio de obras y ruido, un pequeño camino peatonal les permite desplazarse más 'cómodamente', sin miedo a sufrir accidentes. "Nosotros tenemos terraza, porque no nos quitaron eso, pero por el ruido, los temblores y el polvo no se sienta nadie, no es agradable desayunar con eso de fondo la verdad. Pero en el otro lado de la acera es mucho peor, ellos se han llevado la peor parte", sentencia Daniel Romera, del bar Coyote D7.
Por otra parte, Joaquin aterrizó en la calle hace tan solo un mes, en medio de un huracán de construcción abrió su cafetería La Suegra. "Está claro que al llevar tan poco no he sufrido tanto como los otros negocios, pero sí que es cierto que esto ha afectado de manera inimaginable al comercio. Intentamos apoyarnos los unos a los otros y tenemos muchas ideas para cuando se acaben las obras para poder atraer a clientes, hay muchas ganas."
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