cita con las urnas

El 14-F en Lleida: la tierra de los votos olvidados

La provincia catalana que menos diputados manda al Parlament ve las elecciones con mucho resentimiento.

"El estruendo de Barcelona es ensordecedor", se quejan los vecinos, que no han visto ni una propuesta para ayudar a los agricultores locales.

Dos militantes de Junts per Catalunya cuelgan un cartel electoral en las calles de Lleida, a menos de una semana de la cita electoral.

Dos militantes de Junts per Catalunya cuelgan un cartel electoral en las calles de Lleida, a menos de una semana de la cita electoral. / Jordi V. Pou

Elisenda Colell

Elisenda Colell

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"Si pudiera votaría socialista pero ya ni me lo planteo, es que yo no puedo votar", responde resignado Babe Samou, un hombre senegalés que desde hace 14 años reside en Lleida, a la pregunta de si participará en las elecciones del próximo domingo. Como él, casi el 20% de los extranjeros del Segrià no tienen derecho a voto. Los leridanos que sí tienen una cita con las urnas el próximo 14 de febrero afrontan los comicios con una indiferencia similar. La tierra que manda menos diputados al Parlament dice estar harta del olvido político. "Siempre prevalecerán las necesidades de Barcelona, nuestros votos no valen nada", se queja el presidente de una asociación de agricultores.

Hace siete meses de la crisis que colocó a Lleida y a la comarca del Segrià, en el ojo del huracàn de la pandemia del coronavirus. Treinta años de políticas inexistentes en la acogida de los temporeros de la recolecta de la fruta impactaron directamente en la transmisión del virus. La comarca se cerró a regañadientes, los comerciantes y los restauradores asumieron un parón más que el resto de empresarios de Catalunya, la comunidad inmigrante fue criminalizada como foco de infección y los agricultores tachados de racistas. Los restos de aquel verano aún pesan sobre los hombros de los vecinos. Ganas de ir a votar hay muy pocas. Aquello, dicen, les demostró algo que ya sabían. Que Catalunya se gobierna por y para Barcelona. Y que la provincia menos poblada pero más extensa ni se escucha, ni interesa.

"¿Para qué vamos a votar si nuestros votos no cuentan, si nuestra voz nunca se oye?", responde tajante el restaurador Marc Cabecerán. Desde la barra del bar Toni's, en la Rambla Ferran, explica que la pandemia ha cambiado por completo la actitud de sus clientes. "De las conversaciones encendidas sobre política o el procès hemos acabado en el desánimo general: que todos lo hacen mal y que Lleida les importa un comino", cuenta. Augura, además, que el 90% de sus comensales no irán a votar. Él no lo tiene claro. Sigue preocupado por las ayudas de la Generalitat que no llegan. Las ventas han caído un 50% y ha tenido que despedir a la mitad de la plantilla.

El restaurador Marc Cabecerán, en la barra del bar-restaurante Toni's, de Lleida.

El restaurador Marc Cabecerán, en la barra del bar-restaurante Toni's, de Lleida. / Jordi V Pou

Una economía que nace de la tierra

Montse Eritza también afronta una importante pérdida de ingresos, que en verano se elevó hasta el 70%. Es propietaria de una tienda de moda infantil en el eje comercial de la capital del Segrià que cumple más de 50 años. "Yo sí iré a votar, se ve que nuestros votos no son tan importantes como los de Barcelona, pero tenemos que expresarnos", se queja. La comerciante ha visto como a lo largo de este año un buen puñado de establecimientos de la calle han tenido que cerrar. El parón añadido del verano no ayudó. Tampoco la prohibición de abrir los sábados, las restricciones municipales y que las ayudas prometidas hace siete meses se estén empezando a cobrar hoy. "Los mejores clientes son los de Mollerussa o Balaguer, que vienen los sábados", agrega.

Montse Eritza, propietaria del comercio Gesa, en el eje comercial de Lleida. 

Montse Eritza, propietaria del comercio Gesa, en el eje comercial de Lleida.  / Jordi V Pou

La actividad económica en Lleida tiene una particularidad importante: vive del campo. "Cuando una campaña de la fruta iba bien, se notaba. No hacíamos rebajas en verano. Era cuando los payeses nos compraban las prendas más caras", señala. Esto ocurría antes de la crisis de los precios agrícolas. Ahora los rompecabezas de los agricultores para vender sus productos han impactado en la vida comercial del Segrià. "Necesitamos política para seguir cultivando la tierra. ¿Has oído alguna propuesta de algún candidato para nuestro sector?", pregunta el presidente de la asociación agraria ASAJA, Pere Roqué. La respuesta es obvia.

El ruido ensordecedor de Barcelona

ASAJA trata de incidir en las políticas de los partidos contándoles sus necesidades. La plaga de conejos, la relación del ganado del Pirineu con el Oso o el imposible margen económico que les dejan los intermediarios fruteros son algunos de sus problemas. "Convencemos a nuestros diputados. El problema está en si nuestros diputados pueden convencer a los jefes de sus partidos y al resto del Parlament". ¿Lo consiguen? "El estruendo de Barcelona es ensordecedor. ¿Qué pueden hacer nuestros 15 diputados contra los 86 de Barcelona? Por esto aquí la gente no quiere votar, porque a nosotros nos gobiernan desde Barcelona, da igual lo que votemos", añade el agricultor.

Roqué advierte, además, que si esta brecha entre las metrópolis de Barcelona, Tarragona o Girona se agranda mucho más, "la división será imparable". "Nos pasará como Estados Unidos, que tiene un país partido por la mitad". En este caso, Lleida representará el lejano oeste. Un lejano oeste que aporta la mitad de las exportaciones de fruta de toda Catalunya, que permite que 30.000 hogares puedan vivir de la tierra, que arrastra a la subsistencia de 20 sectores industriales y que da empleo a 30.000 temporeros migrantes verano a verano.

Los olvidados de los olvidados

Poco a poco, parte de estos temporeros se han ido quedando en la comarca. Hoy superan el 18% de la población. Esta es la historia de Babe, Mohamed o Charles, tres hombres que llegaron a Lleida hace más de 10 años para trabajar en la recolecta de la fruta y que ahora son residentes de la capital de Ponent. Babe trabaja en una fábrica metalúrgica, Mohamed regenta una tienda de envío de dinero al extranjero y Charles ayuda a su mujer en una tienda de víveres, después de ser despedido de un granero.

Charly, leridano de origen nigeriano, trabaja en el comercio de víveres de su mujer, ubicado en el Casco Antiguo de Lleida.

Charles, leridano de origen nigeriano, trabaja en el comercio de víveres de su mujer ubicado en el Casco Antiguo de Lleida. / Jordi V Pou

Ninguno de ellos va a poder votar en estas elecciones. "Aquí no nos preocupa la política, nos preocupa la supervivencia", explica Mohamed, nacido en Fez (Marruecos). Hace un año que pidió la nacionalidad para él y sus tres hijos. En estos comicios, su opinión no cuenta. Charles ve las elecciones con cierto resentimiento. "Somos los olvidados de los olvidados", se queja el nigeriano.

Ambos regentan las tiendas en el casco antiguo de Lleida. Hace seis meses, decenas de migrantes pernoctaban por esas mismas calles esperando una oportunidad laboral. Y hace dos semanas se presentó allí la ultraderecha de Santiago Abascal. "Me gustaría votar para vencer este discurso racista. Yo no he robado el pan a nadie. Me lo he ganado trabajando", señala Babe, nacido en Senegal. Lo dice mostrando las heridas de las palmas de su mano que demuestran lo duro que es trabajar en el campo y vivir en el Segrià.

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