El último adiós
Funerarios en tiempos de covid: "No podemos hacer nuestro trabajo"
"Lo peor no son las muertes, lo peor es saber que las familias no se podrán despedir", cuentan los funerarios, que insisten que su trabajo consiste en garantizar el último adiós, ahora imposible
El protocolo COVID para evitar infecciones obliga a que las personas fallecidas por esta enfermedad deben permanecer encerradas en bolsas y ataúdes sin poder ser vistas por sus familiares.
Elisenda Colell
Redactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
"Nuestro trabajo consiste en que todo el mundo se pueda despedir de sus allegados cuando se mueren. Les vestimos, les maquilamos, les arreglamos... para que pueda haber un adiós. Y esto es lo que la pandemia del coronavirus no nos deja hacer. Nos impide hacer nuestro trabajo". Así responde Carlos Romera, funerario de Mataró, a la pregunta de como el coronavirus ha impactado en su rutina profesional. Estos trabajadores han retirado cadáveres de los hospitales cuando se llenaron las cámaras frigoríficas de la morgue y asistieron a residencias donde los ancianos fallecían por doquier. La mortalidad se disparó, y ellos fueron los pocos que la veían cada día. Pero lo que más les ha dolido no ha sido el aumento del trabajo sino tener que decir a las familias que el último adiós no era posible.
Son las cuatro de la tarde y ya hace horas que el hospital de Mataró les ha alertado. Una mujer de mediana edad ha fallecido tras varios días en la uci. La causa de la defunción: coronavirus. Un caso más en el que se vuelve a demostrar que el maldito virus no entiende de edades ni de razas. Es por ello que los funerarios de la ciudad tienen que proceder de una forma distinta para ir a recoger el cadáver. El primer detalle es que la funeraria asiste a la morgue con el ataúd que ha escogido la familia, donde ya consta incluso el nombre de la difunta. El segundo paso consiste en vestirse de arriba a abajo con los equipos de protección una vez llegados a la puerta de la morgue. Patucos, la bata blanca, doble mascarilla, guantes y gafas. Un cambio de vestuario que Álex Torres y Carlos Romera ya tienen integrado en su día a día.
A las puertas de la morgue del hospital les recibe Isabel Ángulo, jefa de área de enfermería en el hospital. "Hoy vamos bien", les dice este diciembre. Lo hace recordando cuando esta nevera que tiene capacidad para albergar seis cadáveres quedó pequeña. "No hace tanto tiempo de aquello... recuerdo que les llamábamos insistentemente porque no dábamos abasto, necesitábamos vaciar la morgue para llenarla de más cuerpos difuntos. Tuvimos muertos en camas porque no teníamos suficiente espacio", explica la enfermera. A Torres y Romera se les humedecen los ojos al recordar los meses de abril y de mayo. "Fue algo muy bestia, sobre todo cuando entrábamos en las residencias", cuentan. La funeraria Cabré Junqueras no solo cubre la ciudad de Mataró, sino que se encarga de los servicios funerarios en casi la mitad del Maresme y parte del Vallès Oriental. "Había sitios en los que en los geriátricos faltaban manos y tuvimos que entrar a las habitaciones a retirar cadáveres. Es algo que jamás se nos olvidará", suspira Álex Torres.
Puesto el traje de "astronauta", los funerarios se disponen a entrar en las neveras que retienen los cadáveres fallecidos en el hospital. Retiran el cuerpo de la mujer que ya viene envuelto en una bolsa de plástico, lo colocan en el ataúd y lo tapan. Este es el frío último adiós que reciben todas las personas que mueren por coronavirus. "Para evitar las infecciones, este es el procedimiento. Nadie les puede ver ni tocar. La última persona que los ve es quien les coloca este envoltorio, y de aquí al ataúd. Es decir, que directa y llanamente no podemos hacer nuestro trabajo", expone Carlos Romera, que lleva casi una década dedicándose a la labor de la funeraria. En este caso, la funda lleva una etiqueta con el nombre y la edad de la fallecida. Es lo único que saben de ella.
Del hospital, y con la caja ya sellada, se trasladan hasta el tanatorio, a escasos 200 muertos. Allí colocan la caja en una sala donde están dispuestos todos los ataúdes de personas fallecidas por coronavirus. Con el cadáver de esta mujer fallecida, Torres estrena una nueva sala. Al salir, la sella con una cartel que espera que termine pronto de existir: Covid. Significa no entrar si no es estrictamente necesario. "Esto antes era una sala donde exponíamos los cuerpos para que las familias se pudieran despedir por última vez", detalla. Hoy es imposible. De allí, los ataúdes aguardan el entierro o la incineración. "Hay familias que al cabo de los días reciben las cenizas. Esta ha sido su despedida", explican los trabajadores.
Al igual que los profesionales sanitarios, o los trabajadores sociales, la pandemia también ha causado estragos entre los funerarios. "A nosotros no se nos cuenta como trabajadores esenciales. Somos los grandes olvidados. Pero claro que nos afecta. Sobre todo en el tener que mirar a los ojos de los familiares y decirles que no van a poder ver a su ser querido, que no se pueden despedir de él. Esto es lo que más duele. Y las reacciones, ya te lo puedes imaginar. Hay quienes no lo entienden y lo pagan contigo", se sincera Romera. "A mí me gusta mi trabajo porque les arreglamos, y hacemos posible este último adiós", añade.
Pero en los recuerdos de la pandemia entre los funerarios, los momentos en el trabajo se mezclan con los familiares. "El llegar a casa y tener miedo de abrazar a mi hijo es algo que tampoco se me va a borrar", explica Torres. "Durante los inicios de la pandemia nosotros tampoco sabíamos muy bien si estábamos contagiados. No había PCR... y el miedo era real", añade. Tampoco caen en el olvido los aplausos. "Era un momento tan bestia que entre nosotros nos dábamos ánimos. Nos aplaudíamos en el cambio de turno", añade Romera con los ojos vidriosos. Hoy parece que estos recuerdos de los meses del colapso están muy lejos. En realidad, no tanto. Los cuerpos sellados e infectados no dejan de llegar a la morgue. "Que acabe ya", responden al unísono.
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